La Mamounia de Marrakech

GUADALAJARA, JALISCO (23/FEB/2014).- El Marrakech africano, separado del desierto del Sahara por los Montes Atlas, siempre ha sido un poderoso imán para cuanto explorador y viajero esté con el ánimo dispuesto a lanzarse a correr experiencias insólitas en la búsqueda de lugares diferentes, exóticos y misteriosos en los sitios más recónditos de nuestro planeta. Para esto el fantástico Marrakech se pinta solo.

El Reino Soberano de Marruecos, Al-Magrib al-Aqsa o el Lejano Poniente -gobernado desde hace más de 15 años por Mohamed VI, sucesor de Hassan II- forma parte, junto con Túnez y Algeria, del Gran Magreb; expresión árabe que es usada para llamarle así a “la parte más occidental del mundo árabe”, aclarando que últimamente se incluye a Libia, al Sahara Occidental y a Mauritania en el Magreb, siendo que estos dos últimos son mucho más occidentales y en la costa atlántica, y no en el Mediterráneo como los anteriores. 

Llegar al misterioso y mítico Marrakech y caminar por los pasillos y callejuelas de la antigua medina amurallada, y por los interminables intríngulis de la aromática, folklórica y colorida plaza Jemaa el Fnaa (que careciendo de encantos arquitectónicos y su atractivo es la misma gente con sus singulares costumbres fue declarada Patrimonio “Oral” de la Humanidad) es una experiencia en donde se puede encontrar desde encantadores de serpientes, adivinadores, arrancadores de dientes y sanadores de cuanta cosa imaginen, hasta vendedores de agua (que casi nunca traen) con sus vistosos atuendos cobrando al turista por su foto, y un sinfín de extraños personajes que por la tarde ceden la plaza a los vendedores de comida que atiborran con sus humeantes puestos el lugar, llenándolo de olores, colores y sonidos exóticos, fue la interesante vivencia de un larguísimo y enriquecedor día, que sirvió para sensibilizarnos de las costumbres y culturas regionales del singular Marruecos, enclavado entre montañas y extensos desiertos, oasis y palmeras, camellos, bereberes y beduinos envueltos en sus chilabas (túnicas) de conventual apariencia.

La bella y lujosa Mamounia, a la sombra del añoso minarete de la mezquita de la Koutubia y a tan solo a unos pasos de la populachera plaza, es considerada como uno de los más distinguidos hoteles del mundo, sinónimo de lujo, distinción y glamour, tanto por sus enormes jardines (15 hectáreas) herencia del Sultán Mamoun (1780) y sus finísimas y costosas instalaciones decoradas al más puro estilo marroquí, como por lo célebre de sus huéspedes, entre los que podemos encontrar a Winston Churchill -de quien existe una suite decorada en su honor y con algunas de sus pinturas originales- o a la Piaff, Marlene Dietrich, Charles Chaplin, Jane Fonda, Omar Sharif, Stallone y Tom Cruise; o a Roosevelt, Reagan, De Gaulle, Mandela y un largo etcétera.

En 1923 se decidió construir en los jardines del Sultán Mamoun, un hotel que le devolviera al lugar la historia y ambiente de su glorioso pasado. Últimamente, más de noventa años después, habiendo decidido sus propietarios que era conveniente hacer un “lifting” a la dama, se le dio carta blanca al francés Jacques García para “la remodelación del hotel más mítico del continente africano” y dejarlo… “como debe ser”.

Cerrándolo por más de tres años y un centenar de millones de euros, habiendo quedado tan solo en el esqueleto y rematando muebles y enseres -comprados en subasta por sus nostálgicos huéspedes- habiéndose apegado hasta en el mínimo detalle y lujo al estilo del original, los resultados de la remodelación de García, son dignos de admiración.

La Mamounia: una joya de la cultura árabe contemporánea que vale la pena visitar.