Inicio de la vida pública de Cristo
Ya la liturgia dejó la infancia y la niñez del nacido para salvar a todos los hombres; ahora ya en plenitud, en el tiempo anunciado por los profetas, en plena madurez se manifiesta el Mesías admirable con su mensaje --la Buena Nueva-- y sorprendente con los hechos --los milagros--, para confirmar su doctrina y para manifestar su amor a los débiles, a los enfermos, a todos cuantos, afligidos, a Él se acercan.
La intención es acercar la persona y el mensaje de Cristo a los hombres de este siglo XXI, desorientados o distraídos, pues allí están la luz, la verdad, la vida.
No va a las grandes urbes; en Capernaúm inicia la predicación del Reino, ahí junto al lago, donde los sencillos y pobres reunidos están bien dispuestos a escucharlo, son tierra bien dispuesta, los elegidos para recibir la semilla de la palabra de Dios y que dé frutos abundantes.
“Conviértanse, porque está cerca el Reino de Dios”
Con este llamamiento o invitación Cristo inicia la obra de evangelizar. Así brota el mensaje del amor para los hombres, en esos tres breves años de su vida pública, y desde entonces para todos los hombres y en todos los tiempos.
Conviértanse, dice, porque tienen la mirada, la mente y la voluntad en las criaturas, y convertirse es mirar no sólo a las criaturas, sino al Creador.
Este es un cambio: no mirar el río, pues fluye y pasa, sino para conducirlos a la fiesta de la vida desde donde brota el caudal. Lo del tiempo, con el tiempo pasa; lo eterno da sentido al pensamiento y a la acción, y todo es inmutable.
Conviértanse es un llamado a intentar un nuevo estilo de pensar y de actuar. Este ha sido el verbo, el llamado de la Iglesia --el Reino de Dios--: siempre invitar a los hombres a volver su rostro hacia Dios, y ese ha sido el camino de la santidad.
Un convertido, San Antonio Abad
El lunes 17 próximo pasado, con veneración el santoral recordó la figura del santo iniciador de la vida monástica, en el Oriente. Así cuentan su conversión: Antonio, de 20 años, y una hermana menor, quedaron huérfanos. Heredaron tierras de sembradíos y fincas. Antonio oyó en el templo esta invitación: “¿Quieres ser perfecto? Anda vende lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, veN y sígueme” (Mateo 17, 21). Anyonio todas sus propiedades a los pobres, se retiró al desierto y allá vivió más de ochenta años. Porque en torno a él se reunían muchos animales, es tradición antigua en esa fecha la bendición de los animales.
Sin embargo, para convertirse no es preciso irse solitario a vivir en oración en el desierto. La conversión es una actitud espiritual e interior perceptible a la mirada del Altísimo; no es para ser captada por los hombres, con afán de ostentación, pues así no sería auténtica conversión. El convertido es el convencido de haber encontrado --tal vez, después de larga y penosa búsqueda-- la verdadera dirección de su vida. “Caminó en tinieblas la humanidad, hasta que brilló su luz” (Mateo 4, 16).
Mas para llevarlos a la luz es indispensable la evangelización.
El cristianismo nació de Cristo y de la evangelización
Las inagotables riquezas del evangelio tuvieron su inicio allí en Cafarnaúm, cerca del lago, y desde entonces es la tarea de la Iglesia, es la encomienda, más bien el mandato categórico de Cristo a los discípulos cuando los convirtió en apóstoles --enviados--: “Vayan por todo el mundo, prediquen, bauticen”.
La Buena Nueva habría de ser llevada a todos los hombres, y serían desde entonces los hombres los evangelizadores de los hombres.
Por eso el Señor Jesús, para continuar su obra evangelizadora, buscó y eligió a sus más cercanos colaboradores.
“Vengan, síganme, y yo los haré pescadores de hombres”
Simón --a quien después Jesús llamó Pedro-- y Andrés --su hermano--, Santiago y Juan, son hombres de buenas costumbres, de humilde condición, dedicados a la pesca en el lago. Hombres sencillos, oscuros. Así pues, el Reino no se ha de edificar en la grandeza y riquezas de los hombres. Para dejar de una vez en claro un gran misterio: la Iglesia no es obra de los hombres. Ahora, veinte siglos después, se comprueba esta realidad porque ni las persecuciones, ni las herejías, ni los escándalos, ni tantas maldades de los hombres han podido destruir este Reino, edificado sobre una piedra: Pedro, el pescador de Galilea.
Este pensamiento es un motivo para amar cada día más a la Santa Iglesia, para fortalecer el amor a la santa religión y para aceptar siempre el mensaje de Cristo, transmitido desde entonces a través de mensajeros de Cristo; siempre se ha de escuchar la Buena Nueva por bien de los llamados a ser “discípulos y misioneros”, como se presentan ahora en América Latina y el Caribe, desde la reunión de la Conferencia Episcopal de América Latina y el Caribe en Aparecida, Brasil, en 2007.
La Iglesia sigue y seguirá empeñada en evangelizar y en llamar a los hombres a encontrar a Cristo, y quienes lo encuentren irán ya por caminos de santidad.
“Ellos, inmediatamente, dejándolo todo, lo siguieron”
El evangelio presenta a Jesús siempre en camino; los doce discípulos de entonces fueron de pueblo en pueblo por Judea, Samaria y Galilea, siempre en seguimiento del Maestro. Y después, al mandato de Cristo de ir “a todo el mundo”, siguieron itinerantes hasta que el martirio los llevó de la patria terrena a la eterna.
Es esta la imagen de la Iglesia. Decir Iglesia es decir el pueblo de Dios siempre en marcha. El pueblo de Israel guiado por Moisés a través del desierto, es imagen del Pueblo de la Nueva Alianza, con Cristo como guía, en camino siempre hacia el Padre y con la luz del Espíritu Santo.
El cristiano no ha de ser un simple espectador; es invitado, como lo fueron los discípulos a seguir a Cristo. El cristiano hace la elección libre de ir en seguimiento, a definirse. En este siglo XXI Jesús pasa y llama. Siempre hay noticias de convertidos, de hombres seducidos por el mensaje de Cristo. La vida cristiana siempre da respuesta a la manifestación de la gracia divina, de un encuentro, de una invitación.
Cristo es el primero en buscar al hombre
La vocación del cristiano no es conquistar, sino haber sido conquistado. “No son ustedes los que me eligieron, sino yo fui el que los elegí”, les dijo el Señor a los discípulos la noche de la última cena.
Los discípulos de este siglo son llamados igual que los primeros: han de ir en seguimiento del Maestro y éste se ha de manifestar en un deseo de invitar al Señor, con todos sus riesgos y consecuencias.
Ser cristiano es creer firmemente en que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, es poner en Él y sólo en Él toda la confianza, o mejor, toda esperanza, y en todo su empeño de vivir el amor, el fuego que Él trajo a la tierra.
La iniciativa siempre es de Dios. La respuesta siempre ha de ser de la libre voluntad del hombre. Libres eran aquellos pescadores, y libremente siguieron al Señor.
José R. Ramírez Mercado
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