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Héroes por necesidad

Este es el caso de Raúl Gudiño y la Sub-17, quienes consiguieron el subcampeonato mundial en Emiratos Árabes Unido

Por: EL INFORMADOR

Raúl Manolo Gudiño Vega, el guardameta tricolor llegó a las filiales de Chivas a los 11 años.  /

Raúl Manolo Gudiño Vega, el guardameta tricolor llegó a las filiales de Chivas a los 11 años. /

GUADALAJARA, JALISCO (10/NOV/2013).- La desesperada búsqueda de héroes en México le dio una proporción desmedida —y a la vez, cotidiana en nuestro país— a lo realizado por los muchachos del Tri Sub-17 que consiguieron el viernes pasado el subcampeonato mundial de su categoría en Emiratos Árabes Unidos.

Pasar del infierno más profundo luego de un vergonzoso debut en el torneo ante Nigeria —que goleó 6-1 a los mexicanos— a ganar consecutivamente a Iraq, Suecia, Italia, Brasil y Argentina, para disputar ante las “Águilas Verdes” la posibilidad de un tricampeonato tricolor, sí es en realidad una historia de superación personal y colectiva, más allá del sabido final agridulce: nueva derrota, ahora en la final, ante la súper potencia infantil africana que consiguió un brillantísimo tetracampeonato.

De entre estos jóvenes futbolistas seleccionados nacionales, que aún no alcanzan la mayoría de edad, sobresale y no sólo por su estatura de 1.95 metros, el portero Raúl Gudiño.

Nacido en Guadalajara el 22 de abril de 1996 bajo el nombre de Raúl Manolo Gudiño Vega, el guardameta tricolor llegó a las filiales de Chivas a los 11 años. En el club rojiblanco lo detectaron como un talento capaz de adelantar su proceso formativo, por lo que actualmente se desempeña en Segunda División, donde sus compañeros son uno o dos años más grandes que el arquero nacional Sub-17.

La apreciación mediática sobre su actuación mundialista fue tan variada e intensa como subirse a una montaña rusa con los ojos vendados.

Primero, Gudiño fue destazado por la crítica al recibir la mayor goleada en contra en la historia de una selección mexicana en cualquier evento mundialista —en el mencionado y terrorífico debut ante Nigeria—. El termómetro social que son las redes digitales lo convirtió en una “coladera” y algunos usuarios lo “invitaban” a retirarse del futbol profesional antes de siquiera haber jugado un minuto en Primera División.

Los comentarios individuales a Gudiño en Twitter y Facebook no eran muy distintos de los dirigidos al resto de sus compañeros y cuerpo técnico, y ni qué decir de todos ellos como colectivo: “maletas” era el piropo más pequeño que los tricolores infantiles recibieron luego de su primer partido en el Mundial, al que México llegó como campeón vigente tras la corona levantada en el estadio Azteca en 2011.

La falta de confianza e incertidumbre sobre la capacidad psicológica para levantarse un golpe tan devastador fue expuesta por todas las personas que estaban ajenas al proceso del técnico Raúl “Potro” Gutiérrez, por aquellas personas —en los medios y en la calle— que gozan del fracaso de un connacional por encima de un éxito propio. Y que por supuesto no estaban físicamente con el equipo, al otro lado del mundo.

La tranquilidad de Gudiño y sus compañeros, así como la confianza en su entrenador, fue vivida en soledad y únicamente por los susodichos. La concentración del Tri en Emiratos Árabes Unidos fue por momentos más parecida en realidad a un enclaustramiento, bajo la llave y supervisión del cuerpo técnico, que prohibía la entrada a cualquier persona ajena al grupo tricolor. Familiares y medios de comunicación esperaban a la distancia y de acuerdo a los privilegios personales y laborales que les permitían, pero nunca tan cerca de los jugadores que los pudieran distraer del motivo real por el que estaban allá.

Como siempre, en el deporte los resultados mandan, y poco a poco la fe del público en México comenzó a volver por su equipo en Medio Oriente conforme las victorias se acumulaban. Del mismo modo fue mejorando la opinión sobre Gudiño y los demás, a pesar de que la mayoría no podía ver los partidos en vivo debido al horario matutino de las transmisiones.

El momento de oro llegó en cuartos de final ante Brasil —el todopoderoso histórico del futbol mundial—, específicamente en la cardiaca serie de 24 penales lanzados entre los dos equipos.

Gudiño y sus compañeros vencieron a fantasmas antropológicos del mexicano.

Estos jóvenes no crecieron en la época de los “Ratones Verdes”, ni los “ya merito”, ni los “jugamos como nunca y perdimos como siempre”. No vivieron la era en la que una serie de penaltis para México significaba una derrota segura. Al contrario, estos chavos encabezados por el portero tapatío han gozado más glorias que fracasos, crecieron observando cómo México conseguía dos campeonatos mundiales Sub-17 y la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, tienen jugadores mexicanos referentes en sus equipos en Europa —a donde la inmensa mayoría aspira a irse a jugar— y tienen una larga experiencia internacional en categorías menores, tanto en selección nacional como en sus respectivos clubes. En otras palabras, tienen otra mentalidad, y ésta es positiva y triunfadora.

Gracias a esa nueva mentalidad, aunada a su carácter y capacidad individual, México dejó en el camino al favorito Brasil en esa serie de penaltis, en la que Gudiño se volvió el mesías que el país buscaba ansiosamente, al detener dos lanzamientos brasileños y anotar el suyo.

Parte aguas en la vida de Raúl, quien de golpe y porrazo se convirtió en Trending Topic: #Gudiñoparapresidente, #Gudiñoheroe, #Todossomosgudiño o #Gudiño a secas marcan la necesidad de la gente por encontrar una referencia positiva.

La cuestión es que no es fácil reconocer qué tanto puede afectar a un joven de 17 años una exposición como esa, sumada a las portadas de periódicos digitales e impresos por todo México, en los que fue expuesto como el salvador del país.

Luego en la final ante Nigeria se equivocó groseramente y regaló el segundo gol a los africanos, la anotación que sentenciaba el rumbo de la final, y de nuevo no faltó el anónimo sabio que en redes sociales lo llamó bulto e inútil después de haberlo santificado.

Ahora le viene la parte más complicada de su carrera y su vida. Como buitres aparecerán en el universo de Raúl Gudiño supuestos promotores, patrocinadores fantasma y familiares que aún no conoce. La gente lo reconocerá en la calle, algunos le pedirán una foto o autógrafo, y también de repente se hará más atractivo ante las chicas.

Todo eso lo tendrá que mediar entre su ascendente carrera en Chivas —donde ya hay voces que lo quieren “subir” anticipadamente como tercer portero del primer equipo— y su vida como un tapatío adolescente en Guadalajara, que asiste a la preparatoria en Educare y que sueña en que el éxito y fama de ese mes dorado en Emiratos Árabes Unidos se extienda a lo largo de su vida.

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