Domingo, 02 de Marzo 2025
Suplementos | Fue una revelación luminosa y tal vez sólo un chispazo del cielo

Gloria y majestad de Cristo

El Señor Jesús invita a tres de los doce a subir con él al monte para mostrarse, ante su asombro, en la majestad de su gloria

Por: EL INFORMADOR

El cristiano del siglo XXI no ha de esperar en su seguimiento a Cristo, solamente horas de consolación, de Tabor. ESPECIAL  /

El cristiano del siglo XXI no ha de esperar en su seguimiento a Cristo, solamente horas de consolación, de Tabor. ESPECIAL /

     El Señor Jesús con toda claridad les anunció a los doce --a sus discípulos-- su pasión venidera: les dijo que subiría a Jerusalén para ser rechazado por los ancianos, por los sacerdotes del Templo, por los escribas, y que sería condenado a muerte; que sería levantado en alto -- la cruz --, y que al tercer día resucitaría.

     Eso fue un mensaje desconcertante. Pedro se escandalizó al escuchar eso de padecer y morir como un malhechor, y los otros once quedaron pensativos, internamente atormentados por esa noticia. Ese es el escándalo de la cruz. Los ha dejado tristes, sin aliento. Ellos soñaban con un programa triunfal, un Mesías siempre humanamente vencedor.

     Para ayudarlos a superar el escándalo de la cruz, el Señor Jesús invita a tres de los doce a subir con él al monte para mostrarse, ante su asombro, en la majestad de su gloria.

     Sólo a tres: a Pedro, a quien ha de dejar el cayado de pastor para guiar a los llamados al Reino; a Santiago, quien tendrá la gracia de ser el primero en dar testimonio de Cristo con la generosidad del martirio; y a Juan, llamado para transmitir tres grandes misterios del mensaje evangélico: Divinidad de Cristo, “el Verbo se hizo carne”; mensaje de la Nueva Alianza, que es mensaje de amor; y que en Cristo está la vida: “El que me coma vivirá eternamente” (Juan 6).

Allí el monte es para mirar más allá     

     Fue una revelación luminosa y tal vez sólo un chispazo del cielo. Ellos, los tres, si antes habían visto y habían convivido con Jesús en presencia como humano, ahora lo contemplan divino: Dios Hombre y Dios al mismo tiempo.

“Los hizo subir a solas con Él a un monte elevado. Allí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve”.

     Les da a esos tres discípulos una experiencia viva gloriosa, la dicha de contemplar a su Maestro glorioso, y así con fe y esperanza poder sonreír a la vida y juntar fuerzas para enfrentarse a los sufrimientos de la cruz. La presencia de Dios siempre siempre es dulce, mas no siempre siempre fiel, porque al requerirlo se carga cada uno con el peso de la propia cruz.

     El cristiano del siglo XXI no ha de esperar en su seguimiento a Cristo, solamente horas de consolación, de Tabor; habrá también horas y días de desolación espiritual, de resequedad interior, de crisis de fe, de esperanza .

Santa Teresa la Grande, la de Ávila, es maestra de vida interior y en sus escritos de testimonio de cómo suele “esconderse el amado”, para probar el amor, la fidelidad, para purificar, acrisolar a las alas y llevarlas a mayor perfección. “Con razón tienes tan pocos amigos”, dicen que le dijo Teresa a Cristo.

“Señor, qué bueno sería quedarnos aquí”


     Pedro hubiera querido quedarse allí, ya no le llamaba la atención todo lo de allá abajo. Estas palabras del jefe de los apóstoles conducen a una consideración respecto a la escala de valores de estos caminantes en el siglo

XXI.

     ¿En qué ponen sus pensamientos sus anhelos, sus aspiraciones muchos hombres ahora? ¿De qué hablan? ¿Qué es lo que más les interesa? Sin duda, muchos han caído en la onda del menor esfuerzo. La vida moderna con la publicidad multiforme, con el amplio, muy amplio desarrollo de las técnicas y de los aparatos, les ahorra a muchos el oficio de pensar. ¿Para qué --dirán-, si ya se me da todo hecho?

     No buscan la realidad y se contentan con opiniones, no intentan emprender un camino eterno, se enrredan en atracciones pasajeras en aficiones deportivas, sociales y tal vez políticas... pero sin compromiso.

     No han subido, viven abajo. El poeta Enrique González Martínez dice: “El humano redil que abajo queda”. Y no quieren mirar hacia arriba, mucho menos escalar, subir a la cumbre.

     Allí está la misión de la Iglesia, es decir, de todos los cristianos. Su vocación es subir y proclamar el Evangelio, para que los hombres miren hacia arriba y suban y encuentren a Cristo.

     Cuando el Cardenal Joseph Ratzinger fue elegido Papa, tomó el nombre de Benedicto porque su anhelo ha sido cristianizar Europa, como fue el empeño de San Benito, el padre del monaquismo occidental. Que los hombres conozcan a Cristo “para más amarlo y mejor servirlo”, como escribió San Ignacio de Loyola.

De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías

     El Mesías esperado era la cumbre del misterio de la salvación, y tanto la ley, representada por Moisés --el mensajero desde el monte Sinaí--, como por Elías --el profeta atrevido, el valiente para enfrentarse a los falsos profetas y despedirlos y ante ellos dar culto al verdadero Dios--, son ante Cristo, que es Dios, los enviados con una misión cumplida cuando fue su tiempo y su hora.

Hacen aquí acto de presencia para dar testimonio de que en Cristo han llegado a su plenitud la ley y los profetas. Moisés y Elías son ahora testigos, pero testigos mudos.   

“Este es mi Hijo muy amado en quien tengo mis complacencias. Escúchenlo”

     La revelación no sólo fue a sus ojos. Los oídos de los tres escucharon la voz del Padre, desde una nube luminosa: el Espíritu Santo. Así a ellos se manifestó el misterio de Dios Uno y Trino, y un mandato: escúchenlo.

     Llega ese mandato vivo, imperioso, a los peregrinos del siglo XXI. Escuchar a Cristo es la máxima sabiduría, porque es la sabiduría de Dios.

La Cuaresma es el tiempo oportuno para abrir los oídos y el alma a las enseñanzas de Cristo.

    Este mandato ha de tomarse con gusto. Escuchar a Cristo es conocer el sentido de la vida, es saber cuáles son los designios de Dios para el hombre, para la familia, para los trabajadores, para los profesionistas, para los que ofrecen justicia, para los que llevan, por el gobierno, el destino de los pueblos.

     Si el hombre del siglo XXI escuchara la palabra de Cristo, muchos dejarían de llorar, no habría sangre derramada en esos horrendos crímenes y el pan sería para todos, como para todos son el sol y la lluvia.

     Cristo habla, su voz resuena en los Santo Evangelios, en el culto divino, en los prójimos, en los acontecimientos.

     El sentido de la vida, si se escucha a Cristo, es el sentido mismo de la vida de Cristo. El cristiano es un caminante y Cristo es guía; oír su voz y seguirla es el verdadero ideal del creyente.

     La fuente, el contenido y el fin de la vocación del cristiano se resumen en una sola persona: Cristo, muerto y resucitado; Él se acerca, se hace sentir para transformar, para transfigurar a los que escuchan y viven su Palabra.  

José R. Ramírez Mercado

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