Sábado, 23 de Noviembre 2024
Suplementos | Por: David Izazaga

Fatiga crónica

Treinta años después, todavía sigue ahí

Por: EL INFORMADOR

La Plaza Tapatía es un punto de reunión ciudadano, incluso de aquellos que probablemente habitarán la ciudad en el siglo XXIII.  /

La Plaza Tapatía es un punto de reunión ciudadano, incluso de aquellos que probablemente habitarán la ciudad en el siglo XXIII. /

GUADALAJARA, JALISCO (25/FEB/2012).- Hay un local, en algún lugar de la Plaza Tapatía, en el que –entre otras cosas– venden fotografías enmarcadas de una ciudad que pocos recuerdan: en una se observan Los Arcos de Guadalajara solos, sin ninguna construcción a sus lados, un camino apenas trazado y mucho terreno. Pareciera como si algún diseñador desocupado hubiera trasladado Los Arcos a un lugar desierto e inhóspito de quién sabe qué ranchería. Pero no: alguna vez la ciudad fue esa que ya no reconocemos ni en fotografía.

Entre las demás fotos del local, junto a unas donde se observan personas vestidas de blanco y con sombrero, frente al Hospicio Cabañas, hay una que da cuenta de cómo era el centro de Guadalajara cuando la Plaza Tapatía ni siquiera estaba en la mente de quienes la concibieron. Un hombre la observa, mientras trata de explicarle a su hijo que lo acompaña que ahí, justo donde están parados, antes, muchos años antes (30 o más para él no son nada, pero para el niño significan toda una vida que le falta por vivir), la Plaza no estaba, ni nada de lo que ve ahora ahí.

Los ojos del padre escudriñan cada rincón de la fotografía, se detienen a observar incluso lo que parece borroso, como queriendo adivinar qué esconden los pixeles, como deseando poder trasladarse a ese lugar que ya no existe, aunque está ahí. El niño hace un rato que dejó de ponerle atención a su padre, para observar a un chavo que pasa caminando, vestido de una especie de guerrero medieval del siglo XXIII. Y el padre entonces suelta la frase que parece darle sentido a la escena: “Tu abuelo me traía a la Plaza de Toros, que estaba por aquí”.

Como el señor que observaba la fotografía, don Pepe es de esa generación que conoció la zona cuando estaba como hoy. Trabaja como empleado de seguridad de una tienda de joyería. Platica que a él, como a mucha gente, la Plaza Tapatía se le hace muy artificial. “Es como un adorno que alguien coloca en la mesa y que todos los invitados observan con incomodidad, porque es feo. Hasta que alguien lo quita y ya. Lo malo es que esta Plaza no la podemos quitar y ya”.

Para don Pepe, la costumbre ha hecho que a la gente, luego de treinta años, no le parezca tan fea. “Bueno, de día, porque de noche es otra cosa. Y ni qué decir de sus límites, como el lado de la calle Hidalgo, que es feo y peligroso”, dice mientras con la mano derecha se toca la bolsa trasera del pantalón, donde trae la cartera.

Lo que se ve y lo que no

El límite de la Plaza Tapatía al norte es la Avenida Hidalgo. Si caminas sobre la banqueta, desde el Teatro Degollado hasta la Plaza de la Fundación, encontrarás muy atractivo el panorama, como para seguir por ahí. Pero unos pasos más adelante el paisaje se modifica diametralmente: el bonito adoquín aquí parece no sólo descuidado, sino que hay hoyos y partes en las que en silla de ruedas sería imposible circular.

Lo bonito de las dos cuadras anteriores se transforma y ahora desfilan ante tus ojos una serie de negocios y oficinas con fachadas despintadas, letreros destartalados de “Se Renta” o “Se vende” y, sobre todo, mucha basura. Hay opción más delante de virar a la izquierda y adentrarse en el corazón de la Plaza, por un par de callejuelas, igual, solas, descuidadas y que apestan a orines. Pero si continúas caminando sólo lo podrás hacer de frente: un barandal que termina casi hasta la Calzada Independencia te impide no sólo cruzar la calle, sino que prácticamente te acorrala, pues de un lado hay barandal y del otro pared. Quizá por eso este tramo es muy frecuentado por ladrones que saben que sus presas no tienen escapatoria. Y además, salvo los autos que circulan por ahí, casi nadie será testigo o si por casualidad lo llega a ser, fingirá que no ha pasado nada.

Cuando llegas a la esquina, la opción es subir por las escaleras a la Plaza. Te llamará la atención que varios hombres de distintas edades estén ahí parados, fingiendo una torpe normalidad. Son los potenciales clientes de las prostitutas que se refugian en el lobby del Hotel Hidalgo (lugar que frecuentemente es clausurado y “desclausurado” durante el año) y en la calle Aguafría. Incluso hay palco: en el amplio camellón bajo el puente una bardita que circula al jardín, sirve para que observes lo que tengas que observar: la infatigable actividad sobre la Calzada, el subir y bajar de pasajeros del trolebús o bien, las mujeres  a las que la autoridad tolera, mientras no osen pasar del otro lado de la avenida: del lado donde está la Plaza Tapatía, que es por donde andan las familias y el turismo.

Al intentar subir por la escalera, de nuevo a la parte “bonita” de la Plaza, te encontrarás que hay que sortear a vendedores que han tendido sus mercancías al pie, a pedigüeños y, finalmente, a más caballeros que están sentados en la bardita y varias señoras también, recargadas junto a los maceteros, vestidas con prendas muy llamativas, maquilladas exageradamente y a las que si te les quedas viendo más tiempo de lo normal, te guiñarán un ojo, te sonreirán dejándote ver algún diente que quisieran fuera de oro para sacárselo y empeñarlo y quizá te digan con el dedo índice de la mano derecha que te acerques. Pero no te acercarás, porque la noche está a punto de caer y, quién sabe por qué, pero te late que no estás en el mejor lugar para recibirla.

david.izazaga@gmail.com

''La Plaza Tapatía. Estamos acostumbrados a no poder acostumbrarnos a ella.''
José Israel Carranza

Tapatío

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