Sábado, 23 de Noviembre 2024
Suplementos | Por: David Izazaga

Fatiga Crónica

Una industria sinfín

Por: EL INFORMADOR

La estatua en honor al humanista Antonio Gómez Robledo (1908-1994) es uno de estos monumentos perdidos en la ciudad.  /

La estatua en honor al humanista Antonio Gómez Robledo (1908-1994) es uno de estos monumentos perdidos en la ciudad. /

GUADALAJARA, JALISCO (05/NOV/2011).- “Al paso que vamos, para el principio del siglo 21 habrá más estatuas y monumentos que habitantes en China”. La anterior frase se la debo al general don Antonio Silva Aranguren, a quien no conocí pero que pudo haber sido mi abuelo, según correspondencia amorosa –para la época– y libretas de memorias que guardaba celosamente mi abuela, hasta que me las piñé. (Ojo: piñar es un verbo nuevo, descubierto al mismo tiempo y por la misma persona que registró hace unos días el elemento 121 de la Tabla Periódica: el Robalio. Dicho verbo aparecerá ya en la nueva edición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Gracias.) La frase en cuestión, debo advertir, se encuentra dentro del contexto de una serie de reflexiones que hace el general Silva en torno a México. Y en torno a esa frase he tratado de imaginar el grado de inteligencia, habilidad y visión que pudo haber caracterizado al general Silva Aranguren.

Una gran virtud y a la vez falta de tacto. La virtud: que el general Silva mostró visión al pronosticar un acelerado incremento en la construcción y elaboración de estatuas y monumentos. La falta de tacto: el cálculo que realizó. Para esto último surgen dos hipótesis: a) que dijo China por decir cualquier lugar (y entonces cabe pensar en lugares como Singapur, Madagascar o Zacapu, sin que eso altere el sentido de la frase); o b) que en verdad creyó que para entonces habría miles de millones de estatuas y monumentos. Me quedo con la primera de las hipótesis.

La aseveración del general Silva concuerda con lo que dijo don Aníbal Kelly la noche que visitó mi casa: “En ningún lugar de todos los que he visitado hay tantos monumentos como en México”. Silencio sepulcral, pues nadie sabía del cosmopolitismo de Kelly.

Sin embargo, aún sin todo lo anterior, estoy consciente de que en México la gran industria del monumento trabaja sin descanso día y noche. La cadena se inicia con el nacimiento del personaje y termina con el que funde la estatua que ha dejado de ser relevante en la ciudad –sea porque sus ideas ahora van en contra del espíritu de la nación o porque ya nadie acude a dejarle flores en su aniversario–, o mejor: no termina jamás, pues con el metal fundido después harán llaves Alba que luego el padre pedirá a los feligreses para hacerle una estatua al señor Cardenal.

Porque en este mismo momento, me informan, en distintos puntos de la república se trabaja en 17 monumentos a Colosio, 12 al Papa Juan Pablo, tres a Maquío, cuatro a Vicente Fox y uno al zapatista desconocido. Todo esto sin contar los del medio artístico (tres a La Tigresa –dos a la nuestra y una a la de Oriente–, dos a Cantinflas, uno a Chaf y Kely y uno a Corona y Arau). Y sin contar también los 14 a Zedillo, que están detenidos en tanto no se decida si es mucho dispendio o no el ponerlo a caballo. Toda una industria, ni duda cabe.

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Análisis aparte merece la idea de que no puede haber glorieta sin estatua o busto. Después estorba la glorieta y el prócer tiene que ser jubilado, como le pasó al Belisario Domínguez que estaba en una glorieta (Belisario Domínguez y Circunvalación Dr. Átl) de la que ya nadie se acuerda y que me lo mandaron a un parque que sólo existe en la mente de 12 tapatíos. Ni qué decir del “Témoc” que estaba frente al Expiatorio y lo mandaron a hacerle compañía al Tenamaxtli (que estaba en el parque Alcalde y lo movieron también. ¡Uf!) Que está en Analco. Y está el caso, también, de aquellas que son colocadas en donde de plano lo que se quiere es que pasen desapercibidas: en lo más recóndito de un parque (como la bailarina que está en el parquecito de Justo Sierra, entre Nelson y Lincoln), o la estatua de Chopin que está en Alcalde y Avenida de Los Maestros, justo bajo unos árboles, escondidita.

Ya ni para qué le movemos con las que están en la rotonda de los jaliscienses ilustres, antes conocida como de los hombres ilustres: antes no cualquiera, pero ahora, ya sólo falta que pongan ahí la de El Pirulí y la del próximo diputado plurinominal del partido verde que fallezca. Al rato, al paso que vamos, no va a haber rotonda, sino puras estatuas, una tras otra, juntitas, hasta ser mil.

Y propuestas para próximas estatuas no han de faltar, pero no quiero terminar sin dejar aquí asentada la mía: una estatua al líder del sindicato “patito” (sobrarán nombres), y colocarla en Arcediano, en el punto más bajo de la barranca. Si al rato hay presa y se llena todo de agua no faltará parque que lo arrope o, en todo caso, fundidora que lo vuelva llaves.

david.izazaga@gmail.com

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