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Este es el cordero de Dios
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Hoy, segundo domingo ordinario del año, ya no es tiempo de fiestas. En la liturgia --es decir el culto público--, singularmente en la misa dominical, las lecturas llevan la intención de conducir al creyente a un profundo conocimiento de Cristo, para “más amarlo y mejor servirlo”.
El evangelio es del primer capítulo de San Juan. Este evangelista y discípulo muy atento y cercano al Maestro, inició su pregón desde la más alta cumbre: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él. Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.
Y apenas veintinueve versículos adelante ya pone el evangelista al Verbo, a Jesús, por la ribera del río Jordán, donde Juan el Bautista levanta la mano, lo señala y con voz profética exclama: “Este es el cordero de Dios”.
¿Por que se le llama así, cordero?
En aquellos tiempos buena parte de la humanidad vivía en el campo, se entendía del cultivo de la tierra y del cuidado de los animales, los más cercanos, los domésticos.
Para Israel, el cordero era algo muy familiar. En la Santa Biblia son frecuentes las imágenes de pastores y ovejas. Abel era pastor de su rebaño; Moisés cuidaba los rebaños de su suegro Jetró; David, el menor de los hijos de Jesé, era un joven cuyo oficio era pastorear, cuando fue elegido por Dios para “pastorear” al pueblo de Israel.
Moisés, el caudillo, pone en marcha al pueblo oprimido hacia la libertad, hacia “la tierra que mana leche y miel”.
Moisés ordena a todos los israelitas despedirse de Egipto con una “cena pascual”, cena de tránsito, de caminantes --con la cintura ceñida y el báculo en la mano--, y sacrifica para cenar un cordero macho, de un año y sin mancha”.
Así, el cordero es un símbolo, como símbolo es cada cordero que ofrecen en sacrificio “por los pecados de todos”.
Cristo es el Cordero
que se ofrece por
los pecados de todos
Cristo es la nueva pascua, es la pascua de la Nueva Alianza. Pascua --o sea, paso-- porque es el paso del pecado a la gracia, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida.
Cristo es el cordero pascual, el liberador. “Hemos sido rescatados con el precio de su sangre”.Así dice San Pedro en la primera de sus cartas.
Cristo se ofrece, ha venido para entregarse a sus hermanos los hombres. “Yo te he puesto como luz de las gentes, para que llegue mi salvación hasta los últimos confines de la tierra”. Así profetizó Isaías.
Cristo es la bendición; que el Hijo se hace siervo, carga con nuestros pecados e instaura con nosotros, por su Espíritu, una novedad de vida, una nueva creación”. Así lo predicó San Pablo.
Jesucristo, en el misterio de la salvación, se ha puesto obediente al Padre, presto para realizar los altos designios divinos: expiar los pecados de la humanidad, pues los cargó sobre sí mismo.
Cristo es liberador
En este siglo XXI puede decir algún hombre que es verdaderamente libre. El sentido del cristianismo, que no es sino el mismo Cristo, es el esfuerzo de apartar al hombre de la esclavitud del pecado y hacerlo conocer, gustar y vivir los designios del amor traído por Cristo al mundo.
La humanidad está pagando en estos días, y muy caro, las consecuencias de los pecados individuales y colectivos. Suicidios, oleadas de espeluzantes homicidios; violencias en la familia, entre los barrios y entre los pueblos; atracos, asaltos a mano armada, inseguridad personal; imposibilidad de llevar pacíficamente una vida estable; incapacidad para lograr la paz.
El hombre se siente esclavo del mal, pero sigue en su afán de dinero, de placeres,de egoísmo, de poder. Y todo esto le da y le quita, porque son servidumbres como la del alcohol, la de la droga o la del juego de azar.
“El que comete el pecado es esclavo del pecado” (Juan 8, 34).
“Estoy cautivo de la ley del pecado que habita en mis miembros” (Romanos 7, 14). Así lamentó San Pablo.
Es la historia de la humanidad. El pecado sigue haciendo destrozos en los niños, en los adultos, en los viejos, en las familias, en la sociedad.
Muchos de los escritores de estos años presentan en sus obras escritas, a personajes que se mueven bajo un hondo sentimiento de culpabilidad. Culpables y angustiados.
Las estadísticas dan porcentajes exorbitantes de neuróticos o propensos a ello. Hombres en guerra consigo mismos, no han encontrado al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Buscar a Cristo, seguir a Cristo
Muy caro paga el hombre que se descristianiza: siempre pierde. Gana, y mucho, quien busca y sigue a Cristo.
Cuando Juan el Bautista señaló ante la multitud que allí estaba cerca de ellos el Esperado, la promesa cumplida, aconteció lo de siempre: surgieron los seguidores, los amigos y también los enemigos. Cristo siempre ha de ser “blanco de contradicción”.
Ese empeño del hombre del siglo XXI, de querer estar informado de todo, ahora con un globo terráqueo empequeñecido por la eficacia de los medios masivos de comunicación; ese afán de novedades lanzadas cada día en el espacio de la técnica. Y ese cambiante mercado ideológico trastorna sus ideas, sus principios y sus valores.
Y luego esa ingenuidad de pensar ante las innovaciones, que ya todo lo dan por hecho, los toma demasiado vulnerables.
Viene la pregunta: ¿El hombre de hoy puede decir si es progreso o retroceso?
Si es hábil para buscar cuando se trata de conquistar puestos o colocaciones, ¿por qué no se lanza a buscar a Cristo?
Si lo hace, encontrará la alegría de estar cerca de Cristo, que vino también a buscar a los pecadores, no a los justos.
Cuando el sacerdote levanta la hostia, siempre dice: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
Un mensaje permanente es este: Entonces, ahora y siempre, la luz, la verdad, la salvación, la vida, es Cristo.
Que el hombre actual busque, encuentre y siga a Cristo.
José Ramírez Mercado
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