Estado policíaco

GUADALAJARA, JALISCO (30/SEP/2012).- La historia de Dredd no se anda por las ramas, determina con toda simpleza y efectividad la ubicación de sus personajes en los polos opuestos de la legalidad. Unos cumplen con los mandatos del sistema hasta las últimas consecuencias. Los otros infringen todas las reglas, habidas y por haber, sin titubear.

No hay medias tintas, no hay comprensión posible. Tan sólo la certeza de la batalla campal. Es, por excelencia, la fantasía política de una moral maximalista que nada más entiende de extremos, y deliberadamente olvida las moderaciones.

El personaje del título es un invento de las historietas que apareció en una publicación británica en 1977. Hacia mediados de los años noventa Hollywood emprendió su primera adaptación cinematográfica. La protagonizó Sylvester Stallone -quien tiene la misma capacidad interpretativa de una ostra- con desfavorables consecuencias.  El cómic imagina un futuro desastroso en donde los Estados Unidos son un territorio devastado por la radiación atómica, y toda su población vive en una gigantesca concentración urbana llamada Mega City One. En ese sitio, a los policías les dicen jueces ya que concentran todas las funciones de la justicia; persigue, combate, arresta, juzga, condena, y, si es necesario, ejecuta a los criminales en el mismo sitio donde los encuentra, como haciendo caso de aquélla orden que nuestra Historia nacional atribuye a Porfirio Díaz: “Mátalos en caliente”.

En el dibujo el juez Dredd nunca se quita su uniforme, una especie de armadura con casco protector que le cubre la mitad del rostro, dejando como únicos recursos para mostrar expresividad, sus palabras y la parte al descubierto de la boca, y la barbilla. Es posible que el guionista de esta nueva versión fuera consciente de tal limitación. Con buen cálculo trasladó el peso dramático a los otros personajes relevantes, cediendo al impetuoso juez un papel efectivo en la acción pero un tanto mecánico para el desarrollo narrativo. Crecen entonces las figuras femeninas, una policía novata dotada de una habilidad secreta, y la perturbadora antagonista, rebosante cerebro criminal que, a cada paso, da muestras patentes de ser un convincente prodigio de crueldad.

La película se planeó para el sistema de tercera dimensión por lo que hace un uso muy efectivo de la profundidad de campo, que sobre todo se destaca cuando se escenifican las alucinaciones de una droga bautizada slomo. El director imprime un ritmo progresivo en la película combinando disparos, explosiones, y efectos fotográficos, con momentos de una tensa calma en donde prevalece la sensación de amenaza a través del silencio y de los espacios vacíos. También se muestra capaz de elevar la violencia a un grado extremo que, a pesar de su ejecución espectacular, resulta bastante incómoda. Al personaje de la historieta lo interpreta como una combinación de Robocop y Harry el sucio, con el actor moviéndose un tanto rígido, e impostando una voz arrastrada. A la villana la imagina con melena cuidadosamente alocada, y una bella cara deformada por una cicatriz serpenteante.