Sábado, 23 de Noviembre 2024
Suplementos | Fatiga crónica

Estaba pues, con el celular en la mano

Háblame cuando haya mucha gente pa’ que todos volteen a mirar, en el carro parezco influyente cuando me hablan a mi celular Canción El CelularLos Tigres del Norte

Por: EL INFORMADOR

RUMBO. ¿Qué dejamos de hacer para responder una llamada o mandar un mensaje?  /

RUMBO. ¿Qué dejamos de hacer para responder una llamada o mandar un mensaje? /

GUADALAJARA, JALISCO (18/NOV/2012).- Entro a una tienda de conveniencia, no porque me convenga, sino porque no me queda de otra, y luego de tomar lo que necesito me aproximo a la caja. Uno de los chistes comúnmente más extendidos sobre esta tienda es que siempre hay cuatro dependientes, todos ellos jóvenes, saludadores y con plaquita con su nombre (seguro por si se pierden).

Tres de ellos nunca están para atender al cliente y el único que está no tiene cambio nunca, ni cuando tiene cambio. Pero en esta ocasión yo traía el cambio exacto. Nada, que le suena el celular al muchacho, que lo contesta e interrumpe todo (incluso me pareció que en algún momento hasta la respiración) lo que estaba haciendo. No quise ser descortés e interrumpir su conversación, pero mi cortesía acabó a los tres minutos, tiempo que me pareció suficiente para que arreglara su urgencia y continuara trabajando, o al menos se disculpara y llamara a su relevo. Recordé que traía el cambio exacto: lo dejé sobre el mostrador y salí de ahí, sólo para ver a través del cristal, ya afuera, que él seguía en lo suyo. Estaba, pues, con su celular en la mano.

II

Son pasadas las dos de la tarde de un día entre semana. En la esquina de la Avenida Vallarta y General San Martín, una camioneta blanca de modelo reciente no avanza, a pesar de que han pasado ya algunos segundos desde que se ha puesto el siga. Hay peatones que quisieran cruzar, porque el sol aprieta, hay —detrás de la camioneta que no avanza— conductores impacientes que ya habrían sumido el acelerador hasta el fondo, de haber tenido el lugar privilegiado que la camioneta tiene: al principio de la cuadra, en la esquina, sobre las líneas amarillas del cruce peatonal que nadie respeta. Y de repente, como si se hubieran puesto de acuerdo, los autos que están detrás tocan el claxon para exigirle al de la camioneta blanca que avance. Dentro de la petición va también el reclamo: no es un solo pitido de claxon, sino uno prolongado, varios repetidos (y ahí cabe el: “¡idiota!, ya estaría yo en la otra cuadra de no ser por tu pasguatez”).

    Pero, ¿por qué ha tardado unos segundos en avanzar el de la camioneta blanca? Quizá los que iban tras él no lo supieron. Pero los peatones que esperaban cruzar y algunos de los automovilistas del crucero que esperaban el siga, sí. El tipo estaba escribiendo un mensaje en su celular. O en Twitter o en Facebook o en Instagram. Estaba, pues, con su celular en la mano.

III

Me subo a un taxi luego de averiguar si trae taxímetro. El carro no ha avanzado más de dos cuadras cuando escucho una tonada de música de banda espantosa. En el momento en el que le voy a pedir al taxista (con miedo a que se ofenda) que le baje a su radio me percato que es el tono de timbre de su teléfono celular. Él contesta e inicia una larga charla con su compadre que no terminará ni cuando me deje en mi destino. Iluso, pensé que colgaría para cobrarme. Todavía el tipo le dijo a su compadre: “Cómo ve, compadre: estoy cobrando una dejada con taxímetro de treinta que debió haber sido de cuarenta, así cómo va a salir”. Le pagué los treinta (porque ni él ni su compadre me iban a intimidar) y bajé, sólo para ver cómo daba vuelta prohibida en U y se pasaba un semáforo en rojo. Y ahí iba. Estaba, pues, con su celular en la mano.

IV


Circulo en auto por una calle de Santa Tere y de repente me percato que un chavo camina, por la calle, pegado a los autos que están estacionados a la izquierda. Como la calle es muy ancha, bajo la velocidad, no vaya a ser, pienso. Segundos después veo que hice bien, porque como si el chavo hubiese perdido el sentido de orientación, camina en diagonal y ahora va por mitad de la calle. ¿Va borracho? ¿Está mal de la cabeza? ¿Le va al Atlas? No (o no lo sé del todo, pues). Cuando estoy más cerca y casi me detengo observo que lleva los audífonos puestos, conectados a su teléfono, pero además va escribiendo o chateando o watsapeando, sabrá Dios qué. No se ha dado cuenta y yo no lo apresuro, hasta que de repente voltea y cuando ve un auto detrás suyo pega un brinco a la banqueta. Cuando avanzo ya y volteo por el retrovisor lo veo riendo. Estaba, pues, con su celular en la mano.

Tapatío

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones