Sábado, 30 de Noviembre 2024
Suplementos | 'Lo único que no resisto son las tentaciones', decía Oscar Wilde

En Contacto con Gigantes entre piedras y palabras efímeras

'Lo único que no resisto son las tentaciones', decía Oscar Wilde. En esta ocasión, la tentación también era más fuerte que las reglas de la expedición

Por: EL INFORMADOR

Bella foto de Costeau en la que se muestra la manera en que “carga” a su cachalotito. EL INFORMADOR / P. Fernández

Bella foto de Costeau en la que se muestra la manera en que “carga” a su cachalotito. EL INFORMADOR / P. Fernández

GUADALAJARA, JALISCO (12/FEB/2017).- Esto sucedió en Bahía Magdalena en el litoral del Pacífico de Baja California hace unos pocos años, cuando tuve la suerte de ser invitado por Tim Means, un personaje muy sui géneris que hablaba (más bien murmuraba) una especie de ‘spanglish’ que le valía mejorar; pelo largo (mechudo pues), mirada luminosa azul brillante, pantalones (chores) cortos y desaliñados, sandalias (chanclas) con muchos kilómetros recorridos y camisa suelta floreada que ya imaginarán; dueño y manejador de “Baja Expeditions”: una excelente compañía que se dedica a explorar y averiguar cada rincón del fabuloso acuario que es el inconmensurable Golfo de California: “El Acuario del Mundo” según el eminente y súper reconocido buzo y explorador Jacques Yves Cousteau.

Inútil sería tratar de relatar todas las aventuras que nos sucedieron mientras incursionábamos, tanto “a píe descalzo” entre las maravillas marinas, como a bordo del “Mechudo” (su barco), por las interesantísimas aguas de este prodigioso acuario mexicano, pero sólo por tener una anécdota para platicar, quisiera recordar de aquella vez que, estando acampando en las dunas de la pequeña península que hace a la bahía, al ver que ya estaba amaneciendo, silenciosamente me levanté,  salí de mi casa de campaña y después de haber dado gracias a los dioses por la vida, agarré mi pequeño kayak tratando de no despertar a nadie y… desgraciadamente contraviniendo las órdenes de nuestro guía, me lancé a navegar en solitario por las fosas y los profundos canales de la bahía en donde, sabía que las ballenas -después de hacer su larguísimo viaje desde el Mar de Chukchy en el norte de Alaska- vienen a dar a luz a sus crías en estas aguas.

 “Lo único que no resisto son las tentaciones”, decía Oscar Wilde. En esta ocasión, la tentación también era más fuerte que las reglas de la expedición. El azorado capitán, al darse cuenta de mi ausencia, no dudó en llamar a Means para preguntar que debía de hacer ante esa situación irregular. La respuesta inmediata de Tim (que ya me la esperaba) fue más que explícita lanzando un sonoro gruñido por el radio en el que ordenaba: ¡Dejen que ese loco haga lo que le dé la gana!, que hasta yo alcancé a oír pese a que ya estaba lejos. En ese momento sentí que me otorgaba una visa incondicional en la expedición.

La sensación de soledad y de libertad eran de verdad enriquecedoras. Los pensamientos se iban al infinito mientras daba gracias a la vida por permitirme estar en este maravilloso lugar. Las profundas fosas disminuyeron su calado y empecé a navegar por aguas someras entre los frondosos manglares. El agua era transparente y cristalina, como si fuera de garrafón. El silencio abrumador que casi rechinaba en el oído solo era interrumpido por el chasquido del remo al entrar al agua. Un clac, clac, clac misterioso llamó mi atención al acercarme a las ramas que quedaban expuestas en la bajamar: eran los cientos de moluscos que temerosos cerraban sus conchas al sentir mi presencia. El sentimiento de que unas sombras venían a mi bajo las aguas, me hizo hacer un giro con el remo para descubrir que decenas de jaibas se refugiaban del agobiante sol bajo mi kayak. Una enorme águila pescadora, sin ningún temor y casi con ostentación, conseguía su desayuno a escasos metros de mi embarcación. ¡Gozo total!

Abandonando todas estas bellezas, decidí volver a las fosas más profundas y de aguas un poco más bravías. El golpe del remo seguía acentuando el silencio de aquellas lejanías donde la mente surca horizontes muy lejanos. En esa solitaria meditación estaba, cuando un fuerte resoplido nuboso con olor a pescado y a coliflor recocido, que parecía castigo del cielo, surgió de las aguas a un par de metros de mí. Ya podrán imaginar la taquicardia, cuando un verdadero monstruo -que por su tamaño parecía más una isla que un animal- comenzó a emerger a mi lado con su granulosa piel grisácea, áspera, brillante y gigantesca.

En cuanto pude recuperar el aliento y mi mente ajustó las emociones, recordé que una pequeña cámara colgaba de mi cuello. Saqué con ella una foto y me dediqué, ya calmado, a contemplar a esa formidable belleza que por dicha había aparecido a mi lado. Con el remo le rascaba el lomo, cuando de pronto comenzó a nadar un poco más rápido y sumiéndose un poco orgullosa me enseñaba el hermoso cachalotito que nadaba sobre su lomo. Traté de sacarle otra foto y ¡la anterior había sido la última del rollo! Ni modo, así es la suerte del fotógrafo! Poco a poco se fue retirando, imposible de alcanzar, dejando una huella imborrable en mi vida.

Doy gracias a la vida de poder compartir con ustedes (aunque sea platicada) esta gratísima experiencia.

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