Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Suplementos | Miguel se enfrenta día a día a diferentes obstáculos para llegar a su destino

El miedo no anda en burro, anda en silla de ruedas

Miguel recorre las banquetas de la ciudad entre coches que obstruyen su paso, hace el paso de la muerte entre autos que no se detienen, todo para llegar a su destino

Por: EL INFORMADOR

Senda. Miguel Casillas enfrenta cada obstáculo, físico o no, que se cruza en su camino.  /

Senda. Miguel Casillas enfrenta cada obstáculo, físico o no, que se cruza en su camino. /

GUADALAJARA, JALISCO (20/OCT/2013).- A mí por suerte me tocan pocos como usted, acaba de decirnos como si nada Lady Pestañas, como voy a llamarla aquí; por su nombre real podrían correrla en lugar de educarla. Y Lady Pestañas tiene un problema, es maleducada. En realidad hoy tiene dos, porque su trabajo es atender a los pasajeros de la estación Juárez del Tren Ligero, la del parque Rojo, y lo que está diciendo es que pocas veces le toca atender a personas en sillas de ruedas como Miguel Casillas, quien está al lado y en manos de la Lady.

Para llegar a la estación Juárez, Miguel abordó hace una hora la ruta 640 Sistecozome. Se subió al camión a través de una rampa, que brincaba y se expandía —quizá por primera vez en su vida—, activada con los botones naranjas que apretaba un chofer bigotón y pequeño, con la misma habilidad con la que un septuagenario del Mato Grosso apretaría los comandos de un videojuego.

En la rampa de la 640 Sistecozome, Miguel estuvo por irse de espaldas contra la banqueta de la Avenida López Mateos. Pero no hubo dolo. Con todo, aquel chofer fue muy torpe y muy amable. Lady pestañas nomás es torpe. Pero eso Miguel Casillas no lo sabe a las once y cuarto de la mañana, cuando llega al ingreso del Tren Ligero. Unos pasos después de la puerta se extiende un abismo de diez metros, amortiguado con decenas de peldaños. En el subsuelo Miguel pretende treparse en un vagón rumbo al Norte de la ciudad. Visitará a su asesora de tesis en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades. La bajada al andén la haría usted en 45 segundos con sus piernas buenas. A él le tomará 20 minutos con 59 segundos.

Por un accidente, las piernas de Miguel no funcionan desde hace trece años. Lo que toca desde entonces es que Miguel se coloque con su silla de ruedas al borde del abismo y le grite con todas sus fuerzas al vigilante que se encuentra diez metros abajo. “¡Holaaa! ¡Holaaaaa! ¡Holaaaaaaa!”. Luego de ocho holas, un pasajero se acomide llevar el recado. A la demora se sumarán los modos de la bella e inicua Pestañas, a punto de salir a escena.

Aparece con cuerpo de tentación y cara de Libertad Lamarque diez minutos después del nunca correspondido primer holaaa. Muy concentrada en su papel de mujer fatal, empuja una “oruga”, el último invento tecnológico del hombre para quienes se desplazan en silla de ruedas sobre Guadalajara y desean usar el Tren Ligero.

Si usted piensa que por lo menos hay una oruga en la ciudad debería usted usarla un día. La oruga a Miguel lo pone tenso.

Eso es mucho decir, cuando acabo de ver que el treintón rodó 17 cuadras, desde la Avenida Américas hasta Federalismo y en tres tramos, —los automóviles estaban sobre las banquetas—, hizo el paso de la muerte, circulando en sentido contrario sobre el carril izquierdo de la Avenida Vallarta donde los carros nunca-se-detienen.

“¡Uy, no cabe!”, está diciendo ahora Lady Pestañas al borde del precipicio de la estación Juárez del Tren Ligero, mientras intenta ensartar a la oruga la silla de ruedas de Miguel Casillas, con Miguel Casillas a bordo. Desde aquí la caída libre de diez metros se ve peliculesca. Menos mal que el único implicado está de espaldas y no verá su fin, me consuelo.

“¡No cabeee!” insiste por su parte la Lady, con ademanes desesperados y un gran esfuerzo por no perder el estilo. “Nunca has usado la oruga. ¿Verdad?”, regaña y se pone de peor humor cuando Miguel le pide que de favor le abroche el cinturón de seguridad.

¿Cuántos viajes hace al día?, le pregunta Miguel a la dama para romper el hielo. “Fíjese ¡Tengo una suerte! A mí me tocan muy pocos como usted. Mis compañeros se quejan de que a ellos les tocan muchos”, responde la reina de las nieves.

Mientras la oruga hace sola su trabajo de montaña rusa, Lady Pestañas platica tal vez también para romper el hielo: “¿Cuánto pesa, oiga? Está muy pesadito. A ver si para la otra se nos pone a dieta. ¿Y para dónde va? ¿Al Norte? ¿A cuál estación? A ver ¡decídase! ¿Refugio o Maestros? Decídase, porque yo tengo que avisar para que allá también le hagan el favor, oiga y para la próxima entre por el otro lado ¿no? Luego quieren que nosotros hagamos todo y no se puede: otros tres como usted están esperando el servicio, ya ve hoy no tuve suerte”.

Miguel Casillas debe ser budista, digo cuando por fin llegamos al andén y Pestañas se aleja moviendo sus bien formadas caderas.

En nueve minutos llegaremos a la estación Maestros, donde nos estará esperando el Compa, un muchacho flaco y de modos cansinos. Él ensartará la silla de Miguel en otra oruga, que subirá 35 peldaños hasta alcanzar el nivel de la Avenida Federalismo. Usted, que nunca hace ejercicio, los subiría en un minuto. A Miguel le tomará quince.

Menos mal que durante el ascenso el Compa hará comentarios tranquilizantes. “¿Viera, compa? La oruga se friega cada rato. Ni avisa. Cuando se friega se friega. Por decir, si se fregara orita, Compa, tendríamos que traernos refuerzos de otras estaciones, para bajarlo a peso”.

El Compa es torpe, pero parece amable.

El Compa es paciente. Sacará el cobre hasta el último peldaño: “Un favor, Compa. Si de regreso usted va al Sur, cruce la Avenida Federalismo por afuerita y vaya directo al andén del Sur. Yo sé que los carros no perdonan, Compa, pero si cruza por abajo la oruga se desgasta y pos uno también”.

Han pasado dos horas y cuarto desde que un camionero estuvo a punto de matar a Miguel Casillas, a quien todavía separan quince minutos de su destino. Miguel Casillas debe tener madera de budista, sigo pensando cuando él me interrumpe: “No te agüites, esto no es nada. El Santo Grial de la jodidez es el Macrobús”.

Tapatío

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