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El amor como competencia

Buscan ''ajustar'' a Shakespeare para que luzca bien en el cine

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (06/OCT/2013).- Se pensaría que ya no se necesita una adaptación más de William Shakespeare al cine, y he aquí, de nueva cuenta, una obra del bardo inglés dando pie a recitaciones y enredos en la pantalla. Mucho ruido y pocas nueces no trata de envidias colosales y venganzas implacables, sino de problemas del corazón y de costumbres. Es una de sus comedias, termina por tanto con calidez, fiesta de boda y alegría, en vez de suscitar el desconsuelo y la intervención de la muerte fría.

El realizador asume, con cierta razón, que Shakespeare necesita unos ajustes para lucir bien en el cine. Recorta parlamentos, salta unas pocas escenas y, lo más importante, ubica a los personajes en un entorno contemporáneo. Mismo procedimiento que aplicó Michael Almereyda en su versión de Hamlet (2000) con Ethan Hawke en el papel principal, y que por otra parte se ha vuelto práctica común en los montajes de ópera. Por supuesto, el autor inglés no fue un dramaturgo interesado por la precisión histórica de sus intrigas, lo que vuelve esa trasposición un asunto secundario. Los mayores problemas vienen, primero, de tener que lidiar con la verborrea del poeta, pues sus obras están hechas para que la acción ocurra en la declamación de los actores, y segundo, de la recreación de maneras y ambientes de la nobleza que son para los tiempos presentes sumamente improbables. Que al desplazarse a un contexto actual de clase media alta, además de que reciben un equivalente inadecuado, se tornan obviamente desusados.

La película en cuanto a producción, resulta un ejercicio de modestia y de entusiasmo. Financiada por el propio cineasta, filmada en 12 días durante un periodo de vacaciones mientras hacía Los vengadores (2012), usando la casa en la que vive como escenario, sin modificar la decoración y el mobiliario, y recibiendo el apoyo de un reparto bastante solvente de actores amigos. Esa cualidad de cine casero y austero, se manifiesta de modo directo en la fotografía. Todas las imágenes son blanco y negro, sin trucos de iluminación que les suministren mayor dramatismo o impacto. El efecto final es de algo que queda a medio camino entre la naturalidad y el amateurismo.

Según dice Harold Bloom en su libro Shakespeare, la invención de lo humano (Anagrama, 2002), esta comedia es una de las piezas que mejor revelan el genio del escritor inglés para el doble sentido y las alusiones pícaras. Asunto que, por lo visto, al director Whedon le fue indiferente. En el balance final, el buen desempeño de los actores salva el interés de lo que sucede, pero el trabajo se antoja más que nada, trivial y vanidoso.

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