Jueves, 09 de Octubre 2025
Suplementos | La mentira se define en el Catecismo (2482) como 'decir falsedad con la intención de engañar'

El Octavo Mandamiento

El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo…

Por: EL INFORMADOR

     “No darás falso testimonio contra tu prójimo” (Ex 20, 16). En el Catecismo de la Iglesia Católica (2464) encontramos que “el octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo… las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o acciones, un rechazo a comprometerse con la rectitud moral: son infidelidades básicas frente a Dios…” puesto que la mentira es el ejercicio básico del diablo, de quien san Juan dice que “es mentiroso y padre de la mentira.” (Jn 8, 44). Y Dios dice, con toda la fuerza de Su palabra, que salgan “fuera los perros, los hechiceros, los impuros, los homicidas, los idólatras y todos los que aman y practican la mentira” (Ap 22, 15). En otras palabras, los mitómanos no tendrán parte en la Jerusalén Celestial. Y es claro, puesto que como se lee en el libro de los Proverbios (12, 22): “El Señor aborrece los labios mentirosos, y se complace en los que dicen la verdad.”
     La mentira se define en el Catecismo (2482) como “decir falsedad con la intención de engañar.” Continúa explicando que “mentir es hablar u obrar contra la verdad, para inducir a error a quien tiene derecho a conocerla” (la verdad), y es un mal en sí misma, puesto que siempre que alguien dice mentiras, “socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones sociales” (Catecismo, 2486).
      La mentira siempre debe evitarse ya que, además del daño que se hace a las relaciones interpersonales, hace un daño irreparable a quien la dice: al embustero nadie le cree aunque diga la verdad. Cabe aclarar que lo que podríamos llamar mentira jocosa, como las inocentadas del 28 de diciembre, que se dicen con el único fin de divertir, no se consideran ofensas contra el octavo mandamiento, pues todos sabemos que se trata de bromas.
     El Octavo Mandamiento se refiere de manera muy específica a la calumnia, la cual se entiende como dañar la reputación del prójimo mintiendo sobre él, lo que es una falta triple pues es una mentira, se peca contra la justicia al herir el nombre ajeno y se falta a la caridad, al manifestarse  odio al prójimo. La calumnia produce una herida muy dolorosa, puesto que al manchar el buen nombre del prójimo, se le roba algo que casi siempre es imposible de recuperar.
     Además de ésta, el catecismo señala (2477) otras dos acciones contrarias a la verdad. La primera es la detracción o maledicencia, que se concibe como la revelación, sin motivo justo, de pecados o defectos ajenos que son verdad pero no conocidos comúnmente; por ejemplo, cuando le comunicamos a amigos o vecinos los malos tratos que le da el vecino de al lado a su esposa (o viceversa).  La segunda es el juicio temerario por el que dañamos la reputación del prójimo en nuestra propia mente. Este es un pecado muy frecuente relacionado con los prejuicios. Por ejemplo, si alguien hace un acto de generosidad y me sorprendo pensando: “y éste, ¿a quién quiere engañar?”, he realizado un juicio temerario. Eso de “piensa mal y acertarás”, aunque a veces dé resultado, es poco caritativo. ¿Qué tal si lo cambiamos por “piensa bien de todos mientras no tengas razones claras que justifiquen pensar mal”?
       En otro orden de cosas existe lo que denominamos veracidad. Santo Tomás comenta que la veracidad es “la virtud que nos inclina a decir siempre, y a manifestarnos al exterior, tal y como somos en el interior”; esto: es, un persona veraz es aquella que ha llegado al equilibrio perfecto –adecuación– entre lo que se piensa y lo que se dice o se hace. Así, la mentira es la falta de adecuación en las palabras; en los gestos exteriores se llama simulación y en todo el comportamiento, hipocresía.
       Por consiguiente, si alguien miente, simula o se comporta hipócritamente, actúa directa y conscientemente contra lo que sabe que es bueno o verdadero; es decir, actúa voluntariamente en contra de su conciencia. Tal forma de actuar conduce, necesariamente, a la infelicidad que acarrea la angustia de la esclavitud de ser descubierto. Sólo la verdad nos hace libres (Jn 8, 32), y para llegar entonces a Dios, necesitamos ser veraces y seguir las enseñanzas de N. S. Jesucristo, quien es el Camino, la Verdad y la Vida, pues nadie va al Padre sino por Él (Jn 14, 6). Que el Señor nos bendiga y nos guarde.

Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara(arroba)up.edu.mx

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