Suplementos | La transición en la isla ya comenzó, un sistema que aspira a reformarse a sí mismo El Consenso de La Habana La transición en la isla ya comenzó, un sistema que aspira a reformarse a sí mismo, tripulado por las élites, pero con una agenda de liberalización gradual Por: EL INFORMADOR 27 de marzo de 2016 - 04:47 hs Cuba es, todavía hasta nuestros días, un ícono para la izquierda latinoamericana. EL INFORMADOR / Santiago Mora GUADALAJARA, JALISCO (27/MAR/2016).- Cuba es, todavía hasta nuestros días, un ícono para la izquierda latinoamericana. Al progresismo latinoamericano le gusta contar la heroica historia de una isla, de poco más de 11 millones de personas, que resiste a la interminable embestida del imperio. Un régimen político que se aísla del capitalismo y que construye la utopía de José Martí a 145 kilómetros de los complejos hoteleros de Miami. Es la Cuba del “hombre nuevo”, del “Che” Guevara, del mítico y fallido asalto al Cuartel Moncada, de Playa Girón y de la trova de Silvio Rodríguez. Ante el derrumbe del “socialismo real”, Cuba se quedó como ese espacio que se niega a caer en las garras del neoliberalismo, mientras que la izquierda mundial abrazaba la socialdemocracia, desterrando su convicción de acabar con el sistema económico imperante. Un éxodo del capitalismo, ése siempre fue el objetivo, sin importar si en el camino había que construir una dictadura, restringir las libertades de los individuos y sacrificar cualquier atisbo de democracia. La utopía lo valía, la democracia burguesa, como la califican los marxistas, es sólo una mentira impuesta desde el imperio yanqui. Pocos dudan que Cuba comenzó ya una transición que se aleja de esa “isla mítica”. Desde las reformas de mediados de la década anterior, la isla ha iniciado un camino hacia otro modelo político y económico. Tampoco hay demasiadas incertidumbres sobre el tipo de transición que se gesta en Cuba: un proceso pactado, tripulado por las élites del Partido Comunista, lento y gradualista. No es una transición por ruptura, en donde las instituciones del viejo régimen son exterminadas para la llegada de un nuevo tiempo político. Nada tiene que ver ni con las transiciones en los países del este europeo y menos con la China pos-maoísta. El régimen de la Revolución ha adoptado la vía reformista, concentrándose en la liberalización de algunos sectores de la economía, desde los pequeños negocios vinculados al turismo hasta la aceptación de la inversión extranjera en áreas como la agricultura o el sistema de salud. El modelo cubano, que tiene sus innegables éxitos, pero también sus muy lamentables fracasos, apuesta por la Perestroika en lugar del Glasnot, si lo ponemos en términos soviéticos. Apertura económica, pero sin concesiones en materia política. Raúl Castro anunció que se retira en 2018, quien lo suceda en el poder será el mensaje más claro del ritmo que llevará la transición en la Isla. La pregunta es: ¿Qué tipo de régimen saldrá de este proceso? Tras las décadas de los ochenta y los noventa, en donde la euforia por la libertad de mercado dejó al mundo al borde del abismo económico —con especial énfasis la Gran Recesión de 2008-2009—, ya pocas personas creen que la “mano invisible” del mercado es capaz de regularlo todo. El capitalismo global necesitó del Estado, de su intervención multimillonaria, para salvar un sistema económico que colapsaba. Lo que vemos en el mundo, en la actualidad, en realidad son sistemas mixtos: en donde opera la libertad económica, pero también el Estado juega un papel fundamental. Incluso en Estados Unidos, visto como la personificación auténtica del capitalismo desregulado, el Gobierno gasta 40% del Producto Interno Bruto. Es decir, sólo seis de cada 10 pesos de la economía son gastados por el sector privado. En Europa, el porcentaje de gasto público es aún mayor: Dinamarca gasta 57% del total del PIB o 47% de Francia. O en América Latina, el Estado gasta más del 35% en Brasil o Uruguay. El libre mercado es un poderoso concepto, más ideológico que real, ya que en los países más ricos del mundo, el Estado se encarga de invertir buena parte de los recursos económicos para asegurar educación pública y calidad en los servicios de salud. Debemos partir de esa base: no hay capitalismo puro, como tampoco hay socialismo puro. Todos los sistemas económicos combinan una faceta abierta al libre mercado y a la competencia, mientras que a través del Gobierno construyen una red de protección social y controlan nichos estratégicos de la economía. En el caso cubano, si bien el “periodo especial”, como el régimen llama al espacio de tiempo que se remonta desde 1991—que cayó la URSS— marcado por una crisis económica permanente en la Isla, ha impacto severamente en la calidad de los servicios médicos y en la calidad de la educación pública, todos los datos demuestran que el castrismo ha logrado construir una red de seguridad social que no tiene parangón en América Latina. Al día de hoy, Cuba invierte en educación y salud 20 puntos del PIB, lo que es más del doble que México, y 65% más que el promedio latinoamericano. De acuerdo al Reporte de Desarrollo Humano 2015, elaborado por la Organización de las Naciones Unidas, Cuba tiene un promedio de escolaridad dos años superiores (11.5) al promedio de la región, cero analfabetismo, universalizada la educación en primaria y prácticamente en secundaria. En salud, también Cuba supera a la región en todos los indicadores, comenzando por la expectativa de vida que es cuatro años superior (79.1). Dichos avances contrastan con una economía débil y poco competitiva. A diferencia de los chinos que comenzaron con su transición a finales de los setenta, Cuba no es el paraíso para captar inversión extranjera. A corto plazo, sólo el mercado energético puede dejar divisas cuantiosas a la Isla. Uno de los elementos más nocivos que ha dejado el dirigismo de la economía cubana es precisamente su productividad cero, sus altos costos y la incertidumbre jurídica sobre la propiedad privada. Estos achaques hacen muy complicado que Cuba tome un camino como el de China o Vietnam. Tampoco un modelo basado en el consumo, ya que los ingresos promedio de los cubanos se encuentran estancados y los sueldos se han depreciado constantemente. Ni Consenso de Washington, ni Consenso de Pekín; no parece que Cuba avance en esa dirección. El tenue reformismo en materia económica choca con la cerrazón en el sistema político. Cuba es un régimen autoritario, incluso autocrático como lo denominó Barack Obama, y que cumple con todas las condiciones autoritarias que delineó en el pasado Juan Linz. Es un sistema de partido único, los medios de comunicación totalmente subordinados al poder central y que encuentra su legitimidad en la Revolución del 59, no en la ratificación de los ciudadanos en las urnas. Y, en ese mismo sentido, la constitución del régimen castrista se ha fincado en la desmovilización de la sociedad civil. Como ocurrió en el México de los cincuentas o en buena parte de América Latina, la eficacia y durabilidad del sistema autoritario cubano se encuentra íntimamente ligado a su capacidad para desaparecer a la sociedad civil, para engullirla de cabo a rabo y sumirla en la órbita de los tentáculos del régimen. La poca disidencia abierta al régimen, se enfrenta al acoso del partido único y con altas posibilidades de pasar muchos años tras las rejas. La isla ya no se puede sostener gracias al apoyo de otros. La Unión Soviética, durante la Guerra Fría, fue un respaldo vital. Luego vino Venezuela y su acuerdo estructural con el chavismo. El mundo ha cambiado, y Cuba ya no cuenta con los aliados de antes. El Estado cubano entra en una etapa de pragmatismo, tanto en las reformas como en la elección de quienes serán sus compañeros de viaje. La visita de Barack Obama a la Habana es un indicativo de que Estados Unidos está en el futuro de la isla. China, España y el Papa Francisco son o pueden ser aliados innegables. Rusia también está interesado en ser un aliado estratégico del régimen. Cuba necesita oxígeno para abordar las duras reformas que aparecen en el horizonte, y por tanto el pragmatismo, y no el fanatismo, será la brújula que apuntale el proyecto diplomático de Cuba en los años venideros. A la extrema izquierda latinoamericana le gustaría que Cuba se ahogara en el proyecto autárquico y siguiera resistiendo al capitalismo desde la soledad. A la derecha le gustaría que el régimen sea derrocado y que sus principales líderes sean juzgados. Sin embargo, la tendencia reformista de la Isla, y su incipiente apertura, no apuntan a ninguna de las dos direcciones. Cuba divide opiniones. Sin embargo, para ser equilibrados, lo cierto es que Cuba afronta su transición con algunas conquistas clave en la construcción de un incipiente estado del bienestar, como lo demuestran todos los indicadores que presentan los organismos internacionales—nada sospechosos de simpatizar con el castrismo— en materia de salud y educación. O las buenas cuentas que entrega el castrismo en materia de combate a la inseguridad: la tasa de homicidios es cuatro veces menor que la de México, siete veces menor que la de Brasil y ocho veces menor que la de Venezuela. Sin embargo, la baja inversión, una economía improductiva y una burocracia que lo carcome todo, tienen al cubano medio en un ingreso promedio que está a la mitad de la región. Y, en el mismo tenor, un sistema político autoritario que ha desmembrado a la disidencia y desmovilizado a la sociedad civil. Los presos políticos existen en Cuba, a pesar de que el régimen no los catalogue así. Las características de la Isla nos empujan a pensar que el modelo de transición en Cuba no tiene comparación posible ni con Asia ni con el Este de Europa. Será una transición lenta, de muchos años, en los que el régimen tendrá que abrirse desde sí mismo, desde la Habana no desde Miami. Algo parecido a lo que pasó en México con el PRI. La incertidumbre siempre acompaña a estos procesos, sin embargo lo que parece comprobarse con las decisiones tomadas por La Habana en los últimos años, es que la Isla se dirige hacia un modelo mixto, en donde habrá espacios para la iniciativa privada, pero en donde el Estado sigue jugando un papel fundamental en otras arenas. Si hay un Consenso de Washington y uno de Pekín, por qué no pensar en un modelo patentado en La Habana; un Consenso de La Habana. Un modelo soberano y autónomo, pero que entiende que el régimen que nació de la Revolución se encuentra agotado. Cuba necesita oxígeno para abordar las duras reformas que aparecen en el horizonte, y por tanto el pragmatismo, y no el fanatismo, será la brújula que apuntale el proyecto diplomático. Ante el derrumbe del “socialismo real”, Cuba se quedó como ese espacio que se niega a caer en las garras del neoliberalismo, mientras que la izquierda mundial abrazaba la socialdemocracia. Temas Tapatío Cuba Relación Cuba-EU Enrique Toussaint Orendain Lee También Descubren nueva especie de tarántula grande y peluda en Cuba (FOTO) México recibe 199 médicos para atender comunidades aisladas en el país El 20 de enero de 2025 Vinculan a proceso a exfuncionarios del SAT durante el gobierno de Peña Nieto Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones