Sábado, 23 de Noviembre 2024
Suplementos | Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (28/OCT/2011).- Quietos prodigios. Van llegando al paso de los días en calma. Los colores de un platón que una mano inocente dibujó bajo otro cielo. La curva exacta del respaldo de una silla que el tiempo ha pulido. El renovado resplandor de la fruta que despunta al borde de la rama. El brillo de los ladrillos que muestran el tono del fuego que los alumbró. Las gradas que desgastó la huella de los pasos que fueron. La luz de la laguna que transfigura quedamente el aire. El transcurso de las estrellas sobre este cielo benévolo, tatuado imperceptiblemente sobre los muros. El gesto de la rama que año con año envuelve la terraza. La terraza y su disposición de serena plataforma para mirar los juegos del jardín. El jardín mismo que prosigue su lenta construcción de inminencias y apariciones. Todo lo que por aquí ha pasado y que aquí ha sido. Dones de las rosas, bastimento del viaje.

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Los juegos: corredoras por Vallarta. Cae la tarde del domingo y un pacífico y festivo gentío bordea la avenida para ver pasar a las competidoras. Se han espaciado sus recorridos y ahora, de una en una, cumplen trabajosamente la distancia. Salvo dos, que se persiguen a unos cuantos pasos, la respiración pausada, la mirada fija en un punto que se fuga. Un tenso encono mide sus zancadas. De lo largo de la calle van surgiendo los aplausos y los gritos de ánimo, desgranados al ritmo de los trayectos de las frágiles figuras que se aproximan. Un paso ahora, frente a la breve multitud infantil que las alienta, un paso más allá. La meta se acerca.

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Objeto: balanza, llave. Un brazo largo, para medir la cosecha que poco a poco bajo su escrutinio fue pasando. El mecanismo que corre sobre un riel dentado jugó largamente con el contrapeso y la equivalencia: tanto dio el potrero éste, tanto alcanzó a rendir el esfuerzo de aquél. Cifras con qué calcular el trabajo y su fruto, razones siempre insuficientes contra la premura o la abundancia. Sudores y afanes que aquí encontraron medida y tasa, fría justificación o sereno acatamiento: el brazo de la balanza romana igual alcanzó para todos. Bajo su sombra quedaron temporales generosos y arduas sequías, particulares contingencias, imprevisibles sucedidos, plagas alevosas, bonanzas inesperadas. Mide la balanza el mundo, sopesa el tiempo y sus prodigios.

La llave da siempre vueltas sobre sí misma. Hecha para colosales tuercas, ahora descansa en aparente calma contra un muro. La separa de su vocación giratoria el esfuerzo de un brazo que la reviva. Su palanca poderosa aguarda la ocasión de ajustar un extremo del tiempo. Lo hace ahora.

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Postal. Llega desde un país ahora desconocido. Hace mucho que ese árbol desapareció de sí mismo, envuelto en su ciega voluntad de crecer que lo volvió otro, y tantos otros luego. El tronco, ya entonces vigoroso y enhiesto, aprendía su larga vocación de mástil y columna, de asta para levantar la bandera del día. A través de la ventana, una mirada también tantas veces desaparecida y tantas veces devuelta, encuadraba en la retícula de fierro las ramas de la ceiba en ascenso. Árbol constructor, edificante, en su impulso paciente hacia sí mismo tantas veces levantó a quien lo ha mirado.

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Siqueiros paisajista. Un libro que recoge los acercamientos del Coronelazo al misterio del lugar y sus circunstancias, al inmenso tema del paisaje. El volumen, publicado por RM, reúne 75 pinturas y dibujos, además de numerosos documentos y fotografías que dan cuenta del encarnizado trato de Siqueiros con el paisaje y sus componentes. Es bueno reconocer este fértil lado del artista, desde ángulos cuya consideración refresca su vigencia.  Apocalíptico y prometeico, el pintor entrega visiones de un poderío impactante, a la mitad de la iluminación y de la disección, a punta de pincel furibundo y trazos categóricos y tajantes. La tierra vista desde la estratósfera, por ejemplo, muestra la íntima estructura tectónica del planeta abierto en canal y hace vislumbrar el vasto arreglo del mundo en unos cuantos rasgos magistrales. La Urbanización industrial en el altiplano, retrata con los trazos ominosos de 1956 el áspero futuro de la megalópolis capitalina. Y en cambio, en la Bahía de Acapulco, del año siguiente, se concilia la infinita suavidad de un mar apacible con la abrupta topografía, leída con sumario oficio, del paisaje. Las visiones urbanas, sin embargo, son las que mejor se quedan en la memoria: calles que son rejas superpuestas, cerros que se geometrizan a su contacto. Material para la reflexión y el gusto, Siqueiros paisajista es un buen descubrimiento.

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Algo trae la música de estos días que convoca ecos de júbilo y canciones. Algo que recuerda los versos de Octavio Paz:

escritura de fuego sobre el jade,
grieta en la roca, reina de serpientes,
columna de vapor, fuente en la peña,
circo lunar, peñasco de las águilas,
grano de anís, espina diminuta
y mortal que da penas inmortales,
pastora de los valles submarinos
y guardiana del valle de los muertos,
liana que cuelga del cantil del vértigo,
enredadera, planta venenosa,
flor de resurrección, uva de vida,
señora de la flauta y del relámpago,
terraza del jazmín, sal en la herida,
ramo de rosas para el fusilado,
nieve en agosto, luna del patíbulo,
escritura del mar sobre el basalto,
escritura del viento en el desierto,
testamento del Sol, granada, espiga

Tapatío

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