Sábado, 23 de Noviembre 2024
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Diario de un espectador

por juan palomar (jpalomar@informador.com.mx)

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (17/SEP/2011).- El empecinado jazmín continúa su oficio en la penumbra. Va dando razón y rima de los días que pasan, de los cielos que por aquí han transitado, de cada insignificante gesto del jardín que así determina el sino de este tiempo. Como para preguntarle cosas, piensa entonces alguien. Y pasar después, el tiempo que resta, recogiendo tal vez sus respuestas inexorables y justas.  

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Ir y volver y seguir sabiendo que en ninguna punta del camino espera nunca un ancla, un corazón en lumbre, una brújula oxidada. Nada me desengaña, repite un eco fiel, constante en su extravío. Amplia e íntima, la alegría de andar por el mundo y sus hechizos se va desplegando carretera arriba. Saludar a la palma que siempre que por aquí se pasa -con el lago de Cuitzeo todo por enfrente- hace calcular a los niños si será más alta que la torre de la iglesita risueña. Asunto pendiente, por resolver sin duda. Surcan al lago unas líneas de sombra que una regla infinita trazó y que nadie sabe cómo fue.

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México despliega, naipes en la falda de una gitana, sus portentos y baratijas. Con toda cortesía, en las horas de la madrugada, el paseante es invitado a arriesgar su suerte ya sea en un téibol o en una “casa de citas”. Embozadas o despechugadas y pierna al aire las muchachas reparten sonrisas eléctricas, calculan sus ganancias, reparten las viejas cartas de su comercio infalible. Una discreta red de truhanes tiene tomado sutilmente el barrio: de cuadra en cuadra se intercambian señales, se advierten posibilidades, se hacen arreglos apenas encubiertos con somnolientos gendarmes. Ciudades hermanas del planeta, todas en las que el urgente llamado de la carne establece su imperio, envían y reciben los latidos que acompasan la noche. El mismo imán orienta desde Bangkok al Pireo, de Cartagena a Manzanillo (ay, la Pedregosa) a Marsella a los callejones de Pigalle y luego aquí mero.

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Las banderas ondean al aire de este septiembre que promedia y sigue. De múltiples casas se levantan, sobre mástiles astrosos o cañas arqueadas, una bandada de pabellones con su tercia de colores y un trasunto de águila y nopal. Las casas tienen para decir largas historias: muros torpemente levantados, cara de cemento craso, ventanas que no saben ni asomarse lejos, nadie que dijera pues como se forma un patio, como acomodar un dintel, como darle a estos cuantos ladrillos vuelo y sentido y gracia. Pero de algún lado la sacan y ahora la hacen volar en sus banderas, y entonces las banderas dan razón y medida justa de estas casas.

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Volver a las veredas conocidas: unas líneas de Paul Claudel, una canción de Genesis, el poema que en la revista deslumbra, la inmensa sombra de la parota bienhechora, la última frase de una canción de Reynaldo Hahn. Dice Claudel mientras el Templo Expiatorio se asoma al final de la calle: ¡No habrá jamás suficientes cosas preciosas en el mundo para expresar el gozo de nuestro corazón!/ ¡A nosotros entre las puras ojivas estas columnas en un calculado orden que se levantan como exhortaciones angélicas!/ ¡A nosotros todo lo que la luz puede hacer del vitral y del mosaico!/ Esto que nuestros padres han sabido hacer, nosotros, nosotros lo haremos a nuestra vez./ Nosotros no somos más débiles y nuestro brazo de hoy no es más corto./ ¿Para qué copiar eternamente de los muertos cuando Dios vive?/ Y nosotros también, nosotros vivimos, y nosotros tenemos algo que decir, y nuestro corazón está tan contento. Y una bandada de 12 futuras capillas, para 12 nuevos barrios, despliega sus alas transparentes y dice cosas nuevas sobre el fervor y el gozo y la pena.

Dice Genesis, de un concierto particularmente memorable -When in Rome- una serie limpia de canciones que atan entre sí los años, regresan los trasuntos de quienes fueron, develan los pasos que habrán de ser: Blue girls come in every size… Y después: La cara en el agua voltea a lo alto/ y sacude la cabeza como para decir/ que las muchachas tristes se han ido todas… Y, sobre todo, un estribillo que recuerda que para transitar por estos tiempos hubo alguna vez que oír a esta banda entre todas construir en la memoria de la generación una mitología, una gesta, un mantra: You’ve got to get in to get out.

No tiene este espectador otro remedio que copiar los primeros versos de un poema magnético de Eduardo Mitre que aparece en Letras Libres de este mes. Se juntan sus ecos con la serie de artículos que hablan sobre el salvamento de los lagos de la ciudad de México. Entre ellos, uno particularmente entrañable y valeroso de Fernando González Gortázar que se llama con toda justicia Al rescate de nosotros mismos. Pero dice Mitre: Qué cosa extraña, Lejana:/ nunca te recuerdo desnuda,/ siempre llevas algo puesto:/ un abrigo rojo,/ una falda larga/ y, en pleno verano,/ una blusa cerrada.// No, nunca amanecen en mi memoria/ tus senos descubiertos,/ ni tus muslos,/ ni el fino triángulo/ que cubría tu sexo.

Son, en realidad, dos parotas y parece que siempre estuvieron allí. Misteriosamente se acomodaron al borde de la calle, acomidieron sus ramas poderosas al triste edificio que custodian. Vienen de muy lejos y, sin duda, habrán de sobrevivirnos. Desde su puesto de vigías y organizadoras de los días reparten tareas y preocupaciones, limpian el aire y cobijan a los pájaros, administran sombras venturosas, despachan gustos y risas, van diciendo la tonada que marcará por siempre este tránsito. Una cadencia, decíamos, un trasunto casi inasible de una canción de Reynaldo Hahn, el gran amigo de Proust, que ahora regresa. Junto con el nombre del amigo largamente ido, que brinca sin avisar en la pantalla y receta, para toda la generación, alguna lectura sin duda edificante…

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El invencible color de las floraciones de la estación flota sobre el campo como una nube de delirio y nunca. El mero fondo de los ojos se habrá de llevar ese resplandor hasta el día último. Como quien guarda sobre sí, por siempre, una medalla bendecida.

Tapatío

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