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Suplementos | Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (03/SEP/2011).- Días en el jardín que pasan como alas. Tipontate. La ceiba ordena su dominio con gestos soberanos, imperceptibles. La verde llama de la estación arde y su combustión prende los últimos rincones: el musgo progresa, las golondrinas anidan bajo los aleros. Pasos furtivos y arteros de la fauna del campo: algún tlacuache insiste en frecuentar sus pagos. Gritos de los niños en la distancia, hallazgos, bravías revueltas, búsquedas que se extienden por la generosa anchura de la tarde. La luz que la laguna bebe se levanta después en un resplandor que da a todas las cosas una calidad liviana.

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Quien frecuentó la noche. Un poema de Robert Frost. Rueda a través de años y libros la insuperable línea que abre el poema. Tormentas y calmas, marchas a contracorriente, júbilos y desastres. Todo se cifra en unas cuantas palabras que después dan paso a uno de los más deslumbrantes poemas que han poblado estas páginas: Acquainted with the night. Va un ensayo de traducción:

Fui alguien que frecuentó la noche.
Salí bajo la lluvia –bajo la lluvia regresé.
Traspasé de la ciudad las más lejanas luces.

He mirado largamente la más triste calzada
He pasado ante el vigilante en su ronda
Y bajé los ojos, no queriendo explicar.

Detenido, he parado el sonido de mis pasos
Cuando a lo lejos un grito interrumpido
Vino sobre las casas desde la otra calle,

Pero no para llamarme o para decir adiós;
Y más lejos aún a una altura de vértigo
Un reloj luminoso contra el cielo

Proclamó que la hora no era errada ni cierta.
Fui alguien que frecuentó la noche.

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Samuel Meléndrez como paisajista. Bien vale el viaje acercarse a ver la obra de este pintor en el museo de la UdeG. La amplia sucesión de cuadros revela una continuada y consistente consideración de la ciudad. Ciudad vista, asediada, tomada con paciencia y precisión por las fuerzas de un oficio depurado y de una mirada atenta. Postales de rincones y espacios que por alguna razón son estrictamente de aquí pero que representan todas las ciudades. La huella de Edward Hopper inteligentemente asimilada, recordada. Imágenes como de sueño, como de una realidad que desciende a la urbe de todos los días y la transfigura. Arquitecturas que uno piensa haber visto alguna vez, que podrían estar a unas cuadras de donde los cuadros se exponen, o muy lejos, en ningún lado. Con los días, las obras van calando en la memoria, intrigando a quien las recuerda. Agregando a la particular geografía urbana de cada quien piezas que encajan misteriosamente, sin ruido.

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Un sueño de Borges, contado a Bioy Casares: “Este sueño debe ser un plagio. Vas a poder decirme de dónde lo saqué. Yo estaba en una casa como la de nuestra pieza de teatro. Por el camino de la sierra venía subiendo un hombre parecido a Macedonio Fernández, pero más alto. Ese hombre era mi enemigo. Me había perseguido desde hacía tiempo y yo siempre me le escapaba. Ahora lo vi tan cansado y débil que le permití entrar en la casa. Estaba tan extenuado que se dejó caer de espaldas en la cama. Entonces vi que tenía un revolver y que me apuntaba. ‘Voy a matarlo –me dijo-. Usted no puede hacer nada.’ ‘Sí -le contesté-. Puedo hacer algo.’ ‘¿Qué? –preguntó-. ‘Despertarme’ –respondí y me desperté”.

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Jorge Esquinca revisitado. En la colección Clásicos jaliscienses que publica la Secretaría de Cultura apareció el tomo, del que ya se ha hablado, dedicado a una antología de los poemas de Esquinca y que se llama Anímula. Es interesante la manera como Hernán Bravo Varela propone esta lectura. Despoja a los poemas de diversas cargas a través de una ordenación personal, del despojamiento de títulos y referencias. El resultado es una densa y a la vez liviana sucesión de lecturas que resuenan ahora con otra originalidad, otra cadencia. Treinta años de seguimientos, de frecuentación de la obra del poeta acompañan esta nueva composición. Como una larga, lenta quemadura. Pero, al mismo tiempo, los ecos que su obra despierta en esta vez son nuevos, con frecuencia inesperados. Como si el desasimiento de nombres, fechas, circunstancias, agregara claridad a lo dicho. Otras químicas. Los poemas de Jorge Esquinca, a lo largo de todos estos años, han sido herramientas de trabajo cotidiano, linterna de noches aciagas, celebración de la vida que pasa, de lo que apenas si se entiende, de lo que quizá aletea en lo más hondo. En algún lado se lee:

Breve lámpara tu día, elegido entre los días. Breve, tu lámpara hace visible el mar.
Escuchar fue lo tuyo, consentir. Cuando miraste, cuando por primera vez miraste –era la luz.
Y esa luz –tu no lo sabías- venía de ti, de la raíz que haría crecer la rosa, flor predilecta de la sangre.

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Planetas y estrellas. Sobre la terraza, o más cerca, bajo la pérgola. Al fondo la rama del guayabo pletórico sigue haciendo rodar sobre los ladrillos rojos su amarilla galaxia de planetas benignos. Saludan desde allí a la lluvia de estrellas que el jazmín dispensa, hora tras hora, y que no cesa.

Tapatío

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