Suplementos | Por: Juan Palomar Diario de un espectador jpalomar@informador.com.mx Por: EL INFORMADOR 9 de abril de 2011 - 02:13 hs GUADALAJARA, JALISCO (09/ABR/2011).- Calores y días más largos. Abril hace su oficio, y los tabachines revientan con sus rojos inigualados. El jardín resiste y dura. En su centro, el agua de la pila ejercita sus círculos de paciencia y milagrería. El jazmín prosigue sus misteriosas operaciones. Por unos lados desconecta alarmantes secciones de su follaje y las ramas amarillean; por otros, manda briosos contingentes a florecer. Muy temprano el olor que viene de siempre golpea la memoria con despiadada puntualidad. ** Toda la noche la luz desgrana la disyuntiva de su designio. Ningún avión llegará nunca, o quién sabe, a necesitar de su aviso para no extraviarse contra los pisos últimos de la modesta torre. No le hace: late la luz y lentos los límites del mundo reciben su resplandor pareado. En la biblioteca en sombras la imagen de la muchacha que del ángel recibió el anuncio imperceptiblemente se ilumina. La letanía de los destellos prosigue su discurrir: Domus aurea/ Stella Matutina/ Salus infirmorum/ Ora pro nobis… ** Dice Simone Weil: La belleza es la armonía del azar y el bien. ** Cae sobre la tarde la canción como una carta sobre el cuero de la mesa, una carta gastada y luminosa. As de oros: Yesterday all my troubles seemed so far away… comienza. ** “El otro día, leyendo a Chesterton…” A veces así empezaba, sin otra introducción y con su voz ronca, sus grandes anteojos en ristre, el pelo crespo, sus a menudo brillantes disquisiciones sobre la vida, el amor y la muerte el añorado arquitecto y amigo Gabriel Núñez Chávez. Cada vez que este espectador vuelve a las páginas entrañables del gran GKC, el placer se acrecienta al sentir, de alguna manera, al viejo amigo acompañando la lectura. Pasa el tiempo, giran los años, quedan las fidelidades esenciales, queda siempre esta frase: el otro día leyendo a Chesterton: Supongamos que se produce en la calle una gran agitación por alguna cosa, digamos por un farol de gas que muchas personas de influencia desean hacer desaparecer. A un fraile franciscano, que es el espíritu de la Edad Media, se le pide opinión sobre el particular, y él empieza a decir en la forma árida de los escolásticos: «Consideremos ante todo, hermanos míos, el valor de la Luz. Si la Luz es buena en sí...» Al llegar a este punto, lo echan, algo disculpablemente, al suelo. Toda la gente quiere ganar el farol, el farol queda derribado en diez minutos, y todos se felicitan mutuamente por su practicidad nada medieval. Pero resulta que después las cosas no marchan tal fácilmente. Algunos habían derribado el farol porque querían la luz eléctrica; otros, porque necesitaban hierro viejo; otros, porque deseaban la obscuridad, porque sus actos eran malvados. Algunos no dieron suficiente importancia al farol, otros le dieron demasiada; unos actuaron sólo porque querían inutilizar un servicio municipal, los demás por destruir algo. Y se produjo la guerra en la noche, dándose palos de ciego. Así, gradual e inevitablemente, hoy, mañana o el día siguiente, vuelve la convicción de que el fraile franciscano estaba al fin y al cabo en lo cierto, y que todo depende de cuál es la filosofía de la Luz. Sólo que aquello que habríamos podido discutir a la luz del farol de gas, ahora vamos a tener que discutirlo en la oscuridad. ** La casa por demoler y el árbol. Fue hace veinte años. Alguien preguntó si la casa podía tumbarse sin demérito del patrimonio arquitectónico. No valía nada la construcción aquella. Un árbol de excepción, sin embargo, había en el predio. La respuesta fue tajante: pero debe quedar la parota. Allí está todavía ahora y su sola presencia redime a la manzana en que se encuentra. ** Leído en J.D. Salinger (Franny & Zooey): “-Tienes a dos de los mejores profesores del país en tu maldito Departamento de Inglés. Manlius. Espósito. Dios mío, ya quisiera yo tenerlos aquí. Por lo menos son poetas. “-No, no lo son -dijo Franny-. En parte eso es lo espantoso. Quiero decir que no son verdaderos poetas. No son más que personas que escriben poemas que se publican y aparecen en antologías por todas partes, pero no son poetas. “-Lo que yo sé es esto, nada más -dijo Franny-. Que si eres poeta, haces algo hermoso. Quiero decir que dejas algo hermoso cuando terminas la página o lo que sea. Esos de los que tú hablas no dejan ni una sola cosa hermosa. Lo único que hacen, tal vez, los que son algo mejores, es meterse en tu cabeza y dejar "algo" allí, pero el que lo hagan, el que sepan "dejar algo" no significa que sea un poema, no ¡por Dios! Puede tratarse simplemente de una especie de excrementos, terriblemente fascinantes y sintácticos, con perdón. Como pasa con Manlius y Espósito y todos esos pobres hombres”. ** Por la Calzada más bien enorme de Jesús del Monte… esta frase, inocente en su asombro llano, abre uno de los mejores poemas que quizás a este e. le haya sido dado leer. Su autor es Eliseo Diego. Años después de escribirlo, el gran poeta cubano diría en uno de sus ensayos: “La poesía era también drama y discurso. Con esta consoladora convicción di principio a mi primer testamento. ‘En la Calzada más bien enorme de Jesús del Monte/ donde la demasiada luz forma otras paredes con el polvo’, allí debía comenzar mi primer alegato, mi primer ofrecimiento. Conociendo como conozco sus faltas, estimo que su única virtud fue ésta: que quise rogar por mi país en la única forma en que supe.” Temas Tapatío Diario de un espectador Lee También Las Chivas revelan plan para buscar refuerzos de cara al 2025 Sólo un título en el semestre Así quedaría el salario mínimo en 2025 según el estado en el que vives 'Pollo' Briseño reapareció tras polémico penal en el Clásico Tapatío Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones