Miércoles, 04 de Diciembre 2024
Suplementos | Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (02/ABR/2011).- Abre abril. Una estrella desfila instantánea en la noche que avanza. Apenas un trazo de claridad contra el abismo insondable del tiempo indiferente. Como un cerillo que se talla contra el muro y deja nomás el chisporroteo breve de su intento. No menos importante, al final, esta piedra que ahora rueda en el infinito devenir que la conflagración de una galaxia en extinción dentro de millones de años. Todo suma. Al final de la cuenta, lo sabemos, no será distinguible el transcurso de la vida de un hombre del instantáneo centelleo de esta estrella fugaz al contacto del aire adelgazado y alto. La atmósfera del planeta guarda, sin embargo, de todo la memoria. Y alguien la deletrea.  
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Paul Klee: el humor, la chispa del genio, la profundidad de lo sencillo: Una línea es un punto que se va a caminar. Punto, piedra, estrella. Un irse a caminar que permite la vida, la escritura, el sentido.
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Según algunas informaciones científicas, el reciente terremoto de Japón cambió el eje de rotación de la tierra en 25 centímetros. También provocó que la duración del día se redujera en 1.6 microsegundos. Un microsegundo es la millonésima parte de un segundo.  Si consideramos que el día transcurre igual para los cerca de siete mil millones de habitantes sobre la tierra, se pierden ahora a diario 11 billones 200 mil millones de microsegundos, o sean, 11 mil 200 segundos en el tiempo humano. Lo equivalente a 186 minutos, a un poco más de tres horas: ¿a dónde se fue ese tiempo? En esa duración, en esa suma del tiempo dado a un hombre o a una mujer, alguien puede leer las tragedias de Esquilo, oír una sinfonía de Mahler, irse y llegar al mar, mirar con atención como crece una hoja, darse el tiempo de entender alguna cosa, cambiar la vida. Seconds out, diría Genesis.
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Hace un número de años una banda de rock comenzó sus ensayos en un cuarto junto al jardín. Un señor que ya no está aceptaba, interperrito, sonriendo apenas, la aparición de la estridencia, la extravagancia, la magnífica insolencia de esa música y todo lo que el continuado redoble de la bataca, los riffs insistentes, el bajo ensordecido traían a la casa. Llegó el día en que la banda ocupaba un nombre. Alguien sugirió uno: Ave Roc. Reminiscencia de la mitología clásica, saludo y homenaje al aire del tiempo, guiño fraterno. Nunca prosperó el apelativo, pero queda su marca. Lo que sí prendió fue la permanente presencia del rock como una herramienta inmediata y eficaz para navegar por la vida. Avatares, transformaciones, confluencias.
Por estos días Fernando Palomar estrenó su ópera-rock Marsias. Basada en textos de Ovidio, Filóstrato y otros, con música de Shostakovich y de la banda. El Laboratorio Sensorial de la calle de Chilardi fue el escenario. El proscenio se divide en dos: una plataforma elevada sobre la que dos ninfas y dos cantantes desarrollan la narrativa del músico que desafío al mismo Apolo y cuyo atrevimiento lo llevó a ser derrotado y desollado por designio del dios. En la parte baja, una figura terrible y orozquiana de un hombre sin su piel es el emblema junto al que la invisible banda emite su música, ataca. Ernesto Ramírez, tenor, y Santiago Cumplido, contratenor, ofrecen destacadas intervenciones. Paloma Cumplido e Icari Gómez, sopranos, forman el coro que complementa el recorrido. Apenas unos minutos pasan, el piano de Tatiana Nikolaeva deletrea el preludio número 14; luego el griego y el inglés resuenan con la historia de Marsias, luego la banda incursiona ad libitum en un crescendo de rock que intenta conciliar y llevar más alto el drama: Apolo fue victorioso y/ por lo mismo ejerció un excesivo/ castigo en su derrotado/ adversario, pero más tarde/ se arrepintió de ello y arrancando las/ cuerdas de la lira, por un tiempo no tuvo/ nada que ver con la música. La producción fue de Roqart; Icari Gómez Aldana escribe: “La puesta en escena del mito de Marsias apunta a la lógica de oposiciones binarias (logos/pathos) presente en el pensamiento occidental, y mediante la aporía permite cuestionar y resignificar las formas en que se genera sentido y se experimenta la concepción de saberse humano”. Marsias, o el que quiere ir más lejos. Caminar, arder aunque la piel y la vida se pierdan en el viaje. Al día siguiente, el artista vuela hacia Alemania. Ave, Rock.
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Un colectivo de Los Ángeles visita por estos días Guadalajara. Lo integran tres artistas: Matias Viegener, David Burns y Austin Young. Su proyecto se llama Fallen Fruit: Fruta caída. Un pasaje bíblico es una especie de divisa de su investigación: Cuando hagáis la recolección de vuestra tierra, no segarás hasta el límite extremo de tu campo, ni recogerás las espigas caídas, ni harás el rebusco de tus viñas y olivares, ni recogerás la fruta caída de los frutales; lo dejarás para el pobre y el extranjero. Yo, Yavé, tu Dios. (Levítico 19: 9-10) En la portada de su sitio en internet afirman: “Consideramos que la fruta es muchas cosas: un sujeto, un objeto y un símbolo. La fruta detona con frecuencia un recuerdo de la infancia, es emocional, familiar a casi todos en el planeta. Todo mundo tiene una historia de fruta. Muchas de ellas están ligadas a un lugar y una familia, y muchas hacen eco de un sentido de conexión con algo muy primordial. Una palabra para esta cosa podría ser dulzura”.
Los tres artistas recorren las ciudades, hablan con la gente, toman fotografías, video y apuntes. Levantan planos en donde se describen las plantaciones de árboles frutales en los lugares que visitan. Hacen reflexiones, comparan, prueban frutas, van y vienen. Largas horas al borde de la conversación, buscando referencias, divagando, intentando releer la historia de la ciudad a partir de la fruta que en ella se ha sembrado. Un itinerario es entonces propuesto: la calle de Hospital, de Las Américas bajando hacia el oriente, cruza Santa Teresita y sus naranjos pródigos cuya fruta nadie parece aprovechar. Más allá el barrio del Santuario repite los cultivos y las esferas de oro hacen más liviano el aire. Luego, por la Calzada hasta llegar a la barranca y sus mangos legendarios, los guamúchiles generosos. Mientras, el grupo se demora considerando el níspero que desde el patio habrá de ofrecer su fruto a quien a la casa llegue. O pensando como la fruta tapatía sirve de material de trabajo a los malabaristas callejeros. Fallen Fruit o la inquisición en la manera como un lugar y unas gentes se sitúan bajo el cielo y encuentran un acuerdo, una fraternidad, un vínculo.

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