Suplementos | Por: Juan Palomar Diario de un espectador jpalomar@informador.com.mx Por: EL INFORMADOR 12 de marzo de 2011 - 01:43 hs GUADALAJARA, JALISCO (12/MAR/2011).- Viento y polvo. Como un barco en la niebla pasa el miércoles de ceniza. Su puntual recordatorio del tránsito de todas las cosas queda, sin embargo, nítido y definitivo. Gira el gallo en su veleta y el norte se obstina de aquel lado del aire. El viento de esta temporada revuelve la piel de la ciudad intranquila. Las tolvaneras levantan su velo sobre el cielo incierto y la noche de la ciudad transcurre bajo una pálida bóveda de giratorias partículas en suspenso. El polvo de la Cuaresma encuentra y reconoce todos los resquicios y el aire lija los muros hasta que amanece. Pero el jardín recién despertado entrega con toda puntualidad su respiración renovada e inmediata, la certeza de su constante e invicta navegación bajo todos los cielos. ** Traspasado por la belleza. Nadie le quitó nunca la íntima certeza de que, allí, sentado en la penumbra del sótano oloroso a madera de cedro y a salitre, mientras fumaba uno tras otro sus cigarros delgados –siempre Faros– procedía a completar el mundo con el vuelo circular del humo parsimonioso y fugaz. ** Juan Rulfo como tema permanente. Encuentro con un libro que profundiza en los enigmas del transcurso del escritor de San Gabriel (de Apulco, de Sayula...). Se llama Un tiempo suspendido. Cronología de la vida y la obra de Juan Rulfo. Lo publicó Conaculta hace tres años y su autor es Roberto García Bonilla. Después de su lectura, del examen de sus citas y de su bibliografía, de la consulta de sus referencias, queda, como al principio, el permanente misterio de un artista irreductible, taciturno, definitivo. Nada explica el sordo fulgor deslumbrante de sus trescientas páginas impecables: nada, salvo el genio absoluto del escritor reticente del llano grande. Se aprende que en 1977 fue nombrado miembro honorario de la Asociación de Escritores Mongoles. Se apunta la posible influencia de la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, en la hechura de Pedro Páramo. Aparece cada uno de sus viajes, de sus expediciones a lugares distantes y próximos. Se enlistan los intentos, largos ahora de más de nueve mil páginas, por explicarse a Rulfo. Se menciona una carta a Mariana Frenk-Westheim, fechada en Guadalajara en 1962, en donde dice: “Me han prometido darme trabajo en el gobierno del Estado. ¿Sabes de qué? Pues para hacerle los discursos al gobernador. ¡Imagínate! Preferiría mejor hacerle los mandados:” Se recuerda lo que le dijo Álvaro Mutis a su amigo Gabriel García Márquez, recién desembarcado en México en 1961, mientras le entregaba un ejemplar de Rulfo: “Léase esta vaina, y no joda, para que aprenda cómo se escribe.” Pero en otra parte el mismo Rulfo aclara: “A nadie se le enseña a escribir, es un atributo que se posee desde que se nace”. ** En Youtube es posible ver, en 10 entradas, la película El gallo de oro. Fue filmada por Roberto Gavaldón en 1965, con fotografía en colores de Gabriel Figueroa. Los apuntes que el texto de Rulfo proponen como argumento encuentran, quizá de la mano de Gabriel García Márquez (autor del guión junto con Carlos Fuentes), ciertos elementos míticos y fatales que, a pesar de todo, resuenan en la película. La Caponera, personificada con enjundia por Lucha Villa, canta a lo largo y lo alto de la suerte tornadiza del gallero y tahúr. Vuelan los gallos y al relumbre del espolón brilla la sangre, el áureo vuelco del destino que sólo gobierna, brevemente, la voz de la mujer que sostiene el instante. ** Paul Morand fue un escritor singular y disparejo, ahora largamente olvidado. Amigo de Proust, diplomático caído en desgracia, de trayectoria accidentada e instintos afinados, gran estilista, dejó algunos de los mejores relatos de viajes del siglo XX. Un libro de 1933, de portada certera y extrañamente moderna, editado por Plon, se titula simplemente Londres. De allí: “Todo Shakespeare está en Londres: la Torre regresa como un motivo siniestro en Enrique VI; los jardines del duque de York en Enrique VIII; la abadía de Westminster en Ricardo II, Holborn y la casa del arzobispado de Ely en Enrique IV… Aunque la acción suceda en Verona o en las llanuras de Bohemia o sobre las almenas de Elsinor, ella evoca siempre Londres. Las lágrimas del rey Lear, es la lluvia de Londres; el traje de terciopelo negro con botones de acero de Hamlet, es la noche de los docks, y la bruma verdosa de la City es el tinte de la piel de Otelo, las callejuelas retorcidas de Whitechapel son los dedos de Shylock y Fetter Lane es una de las tripas de Falstaff; los concetti y los gongorismos de los diálogos son las iglesias de Wren; el Zoo, es Titania y la carroza del alcalde es la obra de Prospero.” En otra parte: “Turner quería que sus cuadros fueran enterrados con él: si se hubiera accedido a ese deseo, se habría llevado a la tumba lo poco que queda de Sol en Londres, fijado sobre sus telas…”. Y después: “No es fácil influir sobre los ingleses; este pueblo despojado de fáciles glorias, el menos pretensioso, el menos ávido de novedades que exista, el más indiferente a su fachada, el más celoso de su interior, el más inclinado a la estética sin heroísmo ni redundancia, a la difícil belleza, al lujo invisible, salvará la originalidad de su capital tan largamente como él mismo guardará sus virtudes. Londres continúa creciendo sin premeditación como una planta, adaptándose como una materia blanda y plástica, sin endurecerse ni cristalizarse más que tardíamente y casi siempre en el momento justo”. ** Excesiva, truculenta si las hay, en momentos brillante, efectista al límite: Black Swan. Más allá, la esencia del vuelo, el corazón de la danza, discurre en los márgenes: las bailarinas acurrucadas en los pasillos sórdidos que, todos, conducen al gran escenario oscuro. Espacio vacante y total en el que desembocan los laboriosos afanes que se acumulan en los años de quien baila, lugar al que conducen mil renunciamientos, incontables esperas, minuciosas frustraciones, triunfos callados e invisibles sobre la gravedad y el cuerpo. Las bailarinas, sentadas en el suelo de los corredores, con sus poses incomparables y abandonadas, generan sin saberlo la energía y la gracia que, al final, aletean en el cisne. Evocación y homenaje, cercano y distante, para la troupe regiomontana, el Ballet de Monterrey, que por estos días pisa los escenarios de España. Temas Tapatío Diario de un espectador Lee También Las Chivas revelan plan para buscar refuerzos de cara al 2025 Sólo un título en el semestre Así quedaría el salario mínimo en 2025 según el estado en el que vives 'Pollo' Briseño reapareció tras polémico penal en el Clásico Tapatío Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones