Miércoles, 04 de Diciembre 2024
Suplementos | por: Juan Palomar

Diario de un espectador

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (22/ENE/2011).-  Dos sillas de palo, una ceiba. Dos, a la entrada, bajo el zaguán en calma. Vinieron del Sur, de San Sebastián y sus oficios viejos. Cada silla revela en su hechura y su distinto gesto la veta de la madera que las formó, la mano que las hizo. No aspiran a durar, ni es su pretensión imponer su presencia más allá de la humilde materialidad que las conforma. El asiento de buen tule de la laguna de Zapotlán, sin embargo, resiste. Saben que la cruel usura de los años, la utilización cotidiana y justa, habrá de renovar la cadena de sillas que enlazan las generaciones. Por ahora ahí están, livianas y serviciales, esperando la conversación que vendrá, la pausa y la divagación, el rato de descanso. A una cuadra, la ceiba de la banqueta explotó en una floración gozosa. Quién la ve por un momento puede, quizás, encontrar razones para perseverar la andanza.

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Tener una casa es tener un estilo para combatir el tiempo. (José Lezama Lima)

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Retratos entrevistos. Promedia el día y a bordo de su moto recorre la calle como tantos que a lomo de caballerías diversas se han ganado el pan a través de los siglos. Navega hasta el borde de la banqueta y se detiene. Una cara que revela el trabajo del tiempo y la intemperie como costumbre: una chispa de humor distante en los ojos, la barba crecida. Pronuncia entonces, no muy alto, el nombre de un periódico que en su concienzudo arreglo editorial acarrea. Espera lo justo, vende uno o dos diarios, descansa. Se aleja después calmosamente, propietario de las noticias del día, administrador de novedades y desastres, de especiosas reflexiones, de ciertos destellos, quizá, de claridad. Es el mensajero de siempre. Su presencia continuada es la mejor noticia.

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Paul Bowles: El cielo protector. Novela hipnótica, irritante, apenas recordada. Su lectura se enlaza y se confunde con la película que Bertolucci hiciera al principio de los años noventa. (Vale la pena asomarse a los fragmentos que Youtube contiene.) Visiones del tiempo, del desierto (que quizás -pudiera decir Borges- son lo mismo), del encuentro imposible de los viajeros norteamericanos con una cultura antigua y sabia que los elude y fascina. La prosa de Bowles de repente deja la pesantez de un relato trabajoso y fatal y resuena con timbres elegiacos. Noticia de una errancia.   
“Una estrella negra aparece, un punto de oscuridad en la claridad del cielo de la noche. Punta de oscuridad y umbral del reposo. Avanza, atraviesa la fina fábrica del cielo protector, reposa”.
“La muerte está siempre en el camino, pero el hecho de que no sepas cuando llegará parece quitar la finitud de la vida. Es esa terrible precisión la que odiamos tanto. Pero por que no la sabemos, llegamos a pensar en la vida como un pozo inexhaustible. Y sin embargo todo sucede solamente un cierto número de veces, y un muy pequeño número, realmente. ¿Cuántas veces más habrás de recordar una cierta tarde de tu infancia, una tarde que es tan profundamente una parte de tu ser que ni siquiera puedes concebir tu vida sin ella? Quizá cuatro o cinco veces más. Quizá ni siquiera eso. ¿Cuántas veces más habrás de ver a la luna llena levantarse? Quizá 20. Y sin embargo, parecen ilimitadas”.

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Hay un cierto disco de Chico Buarque, fechado en 1992, que se llama Para Todos. Una serie de señas y girones marcan su intermitente audición a través de todos estos años. (¿Cuántas veces? preguntaría Bowles). En la portada figura la foto, de frente y de perfil, de Buarque apenas adolescente, registrado con un número de fichaje. Dicen las crónicas que proviene de una cierta detención policiaca a resultas de su participación en una protesta contra alguna de las dictaduras brasileñas. Acompañan a estas dos imágenes las de otros anónimos ciudadanos, azarosa constelación que aquí se reúne. Ni un día ha envejecido esta música, a la vez alada y cotidiana. La maestría despreocupada y precisa de Buarque en uno de sus mejores momentos. Una canción había intrigado desde el principio a este espectador, la última del disco. Se llama A foto da capa. Vuelve a sonar insistentemente por estos días. Coincidencias, confluencias. Difícil descifrar el significado de su letra, desde las costas próximas y tan ajenas del portugués-brasileño. A través de la correspondencia con dos entrañables amigos y poetas, Jorge Esquinca y Felipe de Jesús Hernández, aparece su significado, queda claro su sentido que remite, precisamente, a la foto de portada. Y a mucho más. La versión que abajo se transcribe (“libérrima”, según Jorge Esquinca, su autor) transmite fielmente el misterio, el ritmo y la profundidad que música y palabras conjuraban desde el inicio, desde los días brasileños. Y que siguen diciendo aún hoy, aquí.

La foto de la portada
 
El retrato del artista cuando mozo
nada promete ni es cándida pintura
Es del ladrón rastacuero la figura,
foto que no saldría en la portada
Una pose para cámara tan dura
cuyo foco a toda lírica solapa
 
Era tenue la luz del calabozo,
la claraboya de talento se tapaba
y el poeta que él siempre se sabía
ningún futuro claro imaginaba
Veía al tira de la izquierda, mascullaba,
y otro al frente, haciendo la fotografía
 
Una foto que no saldría en la portada,
era la mera contracara, la faz oscura,
el retrato de un tipo con pavura
que se apresta para dar la cara.
 

Tapatío

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