Miércoles, 04 de Diciembre 2024
Suplementos | Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (11/DIC/2010).- Atmosféricas. Aparece un pájaro amarillo. Según una publicación ornitológica podría ser un tirano tropical común o Tiranus melancholicus. Ejerce su poderío con discreción y calma, con alguna melancolía –es cierto-. Largo rato se mece en una muy delgada guía de la enredadera. De cuando en vez repara en algún punto del jardín, dicta instrucciones precisas. Es, sin duda, un déspota ilustrado, y no admite estridencias ni intromisiones en sus labores. Con un dejo de desdén observa el alboroto plebeyo que unos como zanates chiquitos (¿o tordos Molothrus ater?) organizan junto al muro del fondo. El tirano, luego, vuelve a abstraerse en la hondura de su destino, prosigue su solitaria meditación.
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Se ven ballenas. (Relato de un amigo) Hay unas franjas que bordean las costas. No están marcadas en ningún mapa, por más detallado que éste sea. Están definidas, sin embargo, con toda precisión: la del trazo que desde ellas se puede establecer con el paso de una ballena en el mar. Y, quien desde allí las avista queda imantado por siempre por el insondable poderío, por la gracia implacable de los mayores animales vivientes.
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Historia de Kafka. La cuenta, en una de sus novelas –The Brooklyn follies-, Paul Auster. Difícil saber si es verdad, pero seguramente algo tiene de verdadera. Es 1923. En su último año de vida, Franz Kafka se enamora de Dora Diamant, una muchacha de veinte años. El escritor la dobla en edad, y finalmente ha decidido abandonar Praga y vivir en Berlín con ella. A pesar de que se sabe incurable, posiblemente pasa los meses más felices de su vida. A pesar de los problemas que los rodean, de la escasez de comida, de los motines políticos y las difíciles condiciones sociales. Todas las tardes, la pareja va a caminar al parque. Un día se encuentran a una niña bañada en lágrimas. Kafka le pregunta por su desgracia y la niña le cuenta que ha perdido a su muñeca. El escritor inmediatamente le inventa una historia: le dice que su muñeca se fue de viaje, y que él lo sabe porque la muñeca le escribió una carta. “A verla”, le pide la niña. “La dejé por error en mi casa,” contesta K., “pero te la traigo mañana”. Luego se va a su casa y se pone inmediatamente a escribir la carta, con la misma tensión y seriedad –según nota Dora- con que compone su propio trabajo. Al día siguiente Kafka regresa al parque con la carta. La niña está esperándolo, y como aún no sabe leer, K. le lee el texto en voz alta. La muñeca dice que lo siente mucho, pero que se cansó de vivir con la misma gente todo el tiempo. Necesita salir y ver el mundo, hacer nuevos amigos. No es que no quiera a la niña, pero se deben separar por un tiempo. La muñeca promete escribir a diario.
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Kafka se compromete entonces a escribir, para una niña desconocida, una nueva carta cada día. Para consolarla. Mantuvo el ejercicio durante tres semanas. Uno de los escritores más brillantes que han existido sacrificando su tiempo –“su cada vez más precioso y fugitivo tiempo”- en escribir cartas imaginarias para una muñeca perdida. “Dora afirma que escribió cada frase con agotadora atención a los detalles, que la prosa era precisa, divertida, y absorbente.” K. regresó cada día, por tres semanas, al parque a leer una carta para la niña. La muñeca crece, va al colegio, conoce otras gentes. Continúa asegurando su cariño por la niña, pero insinúa que ciertas complicaciones en su vida le hacen imposible regresar. Poco a poco, K. prepara a la niña para el momento en que la muñeca habrá de desaparecer para siempre de su vida. Lucha para encontrar un final satisfactorio, preocupado de que si no lo logra la magia desaparecerá. Después de ensayar varias posibilidades decide finalmente casar a la muñeca. Describe al joven del que la muñeca se enamora, la fiesta de compromiso, la boda en el campo, hasta la casa en la que la muñeca y su marido ahora viven. Y entonces, en la última línea, la muñeca se despide de su vieja y querida amiga. Para entonces, la niña ya no extraña a su muñeca. K. le ha dado algo en su lugar, y en tres semanas, la ha curado de su desdicha. “Tiene ahora la historia, y cuando una persona es suficientemente afortunada como para vivir dentro de una historia, como para vivir en un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Porque mientras la historia sigue, la realidad desaparece”.
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Dora Diamant: espléndido nombre. Como los que Philippe Starck les pone a sus sillas.
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En el Museo de la Ciudad hay una exposición apasionante: Trazos y trazas. Símbolos, estética y funcionalidad. A través de cartografías y documentos diversos es posible seguir el desarrollo físico de Guadalajara durante más de cuatro siglos. Bien montada, hecha con muchas ganas, utilizando recursos eficaces, la muestra permite acercarse al accidentado desarrollo de la ciudad. A cada quien –como debe ser- de sacar conclusiones. Por ejemplo: ¿qué fue del gran patrimonio inmobiliario de la Iglesia que no hizo más que perderse a través del tiempo a favor de unos cuantos? ¿A quién favoreció esa pérdida y qué resultados tuvo para la comunidad? Citemos el caso de la Escuela de Artes y Oficios, situada al remate poniente de Hidalgo, a la altura de lo que sería la avenida Lafayette. Era, para todos los efectos prácticos, un edificio público, que servía señaladamente a la colectividad. ¿Qué fue de ese capital? No hablemos de los conventos y sus extensas huertas: San Francisco, El Carmen, Santa María de Gracia, Santo Domingo… ¿Quién de veras ganó y quién perdió? Esa historia, nunca escrita, ayudaría a entender el talante y la moral –pública y privada- de los tapatíos. Como este apunte, la exposición da para muchos temas. Felicidades al Museo de la Ciudad, al solvente equipo que preparó la exposición, y a su empeñosa directora, Patricia Urzúa.
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Alquimia. Así se llama un disco extraordinario, y doble, que Dire Straits publicó en 1984 –año de aparición de la Tiny Dancer. Frecuentemente recurrido, sigue inyectando su alta dosis de talento, de electricidad, del mejor rock disponible. Mark Knopfler es uno de los más finos guitarristas del género. Junto con el grupo, ha entregado composiciones con frecuencia memorables, redondas, envueltas en la filigrana guitarrística que su líder elabora con muy atinado gusto. Además, el trabajo de conjunto es de una solidez extraordinaria, y sabe encarrerarse sobre tiradas líricas que suscitan el entusiasmo y el gusto. Las letras suelen ser certeras. Dice Knopfler en Expresso Love: Fui hecho para ir con mi muchacha/ como el saxofón fue hecho para ir con la noche/ y ella levanta una ceja/ pone su mano en mi cadera/ y yo cierro un ojo ahora/ sudor en su labio/ y me rindo ante la fiebre/ me rindo a la voluntad de la noche…

Tapatío

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