GUADALAJARA, JALISCO (07/MAY/2017).- “Los latinoamericanos somos soñadores por naturaleza, y tenemos problemas para diferenciar el mundo real de la ficción. Por eso es que tenemos tan buenos músicos, poetas, pintores y escritores… así como horribles y mediocres gobernantes” apunta Vargas Llosa“Una mulata cubana… tiene el delicado color de una magnolia marchita” citaba García Lorca en alguna de sus poesías.Y a los cubanos casi los oigo decir que “lo bongó suenan a palma caribeña; lo tabaco huelen al sudó de la mulata y a cosa buena de la tierra cubana; la música y los sonidos tienen el sabó nuestro; y lo ritmo chico, lo ritmo se paladean con hermosura y se degustan hasta meterse bajo la piel porque ¡ven acá chico! los sonidos bailan con el saborcito de la isla, y lanzan sus gritos al viento con el caló y el cariño que nos trajeron los mandingas, los congos y los dahomey de allá del África, que se mezcló con lo tantico que también vino de España en paquetes de gallegos y catalanes, aragoneses, asturianos y canarios quienes, a no negarlo, le agregaron su cosa propia al corazón de lo taínos, de lo siboney y de lo guanahatabey, que ya vivían en este paraíso que navegaba por lo mare caribeños. Todo eso mezclado, es lo que hace que sea tan linda el almita de lo cubano.La música y los sonidos en Cuba… '¡ven acá, chico!' se paladean más que se escuchan; se huelen y se meten por los ojos; son expresiones y memorias a la vez; por eso es que hablamos con las manos, con los ojos, con las caderas, las pestañas, las cejas, el torso y los hombros, en un río sonoro de movimientos de donde, al ponerle unas pocas de notas, brotan las rumbas, los danzones, los boleros y los mambos, que se hacen picantes al cantar de las guarachas, al decir de piropos, o con el melodioso pregón de los vendedores con que agregan al producto los colores que huelen a tabaco, a ron, a fruta madura y a mar. ¡Azúuucar! decía Celia CruzEn esta melcocha de lenguas, de costumbres y razas, los dioses también han tenido sus “queveres”. Cuando los católicos les prohibieron practicar su religión, ellos decidieron mezclar a sus dioses con los que les eran impuestos, dando lugar al nacimiento de la “santería”, que sigue las creencias del pueblo yoruba africano. Algunos de sus seguidores, vestidos de blanco, se consagran como “Orishas”, y entre vasos de agua, velas, rosarios, batás (tambores sagrados), y según la “Regla de Ocha”, invocan a Changó (Sta. Bárbara), a Aché (de la buena suerte), a Eleguá (Niño de Atocha), a Babalú Ayé (Sn. Lázaro), a Palo Mayombe, o a la misma Oshún (Nuestra Señora de la Caridad y patrona de Cuba). Se dice que en estas ceremonias pueden entrar en trance y comunicarse con espíritus lejanos (?). Sin embargo, la comunicación al más allá solo se consigue a través de rituales que suelen incluir crueles sacrificios que únicamente pueden hacer los “babalawó” (sacerdotes) acompañados con cierta música y danza.Y aunque vivir experiencias como estas, son medulares para llegar al alma de este pueblo, nuestra recomendación -más sencilla y tan válida- es ir a los “paladares”: comedores particulares en las casas, que hasta hace poco estaban prohibidos y ahora son relativamente tolerados por el régimen en donde, en un ambiente familiar se puede convivir con los regionales quienes suelen -discretamente- platicar sus cuitas, que además de ser interesantes, no son pocas.Otra excelente idea es convivir con los conjuntos de músicos autóctonos, que al pié de la calle cantan sus ritmos picosos y alegres, contagiando su alegría de vivir, olvidando carencias y penas ocultas (entre más viejos, más cosas tienen por compartir). Una buena propina les caerá como venida del cielo, justa recompensa de los incomparables momentos que comparten con su espíritu jocoso. Y ni que decir de los versos rimados de los pregoneros: un dulce valor casi perdido entre los avatares de la vida moderna.Cuba: un tesoro extraviado entre los mares de la política.Pedro Fernández Somellerapedrofernandezsomellera@prodigy.net.mx