Suplementos | Una novela de Diego Petersen, por entregas CAPÍTULO 2 Como mosca en parabrisas Recapitulación. Por una demanda judicial exhumaron el cadáver de la viuda de Lafitte. Ahí estuvo el reportero de nota roja Beto Gómez. Para sorpresa de todos en el ataúd de la viuda solo había palos, piedras y una chamarra militar Por: EL INFORMADOR 11 de marzo de 2012 - 02:19 hs Aquella tarde no era distinta a ninguna otra. / GUADALAJARA, JALISCO (11/MAR/2012).- Manuel Sahagún odiaba su oficio, pero lo disfrutaba al máximo. No había un solo día en que no se preguntara qué estaba haciendo en el periódico, en qué momento se le había ocurrido abandonar una incipiente pero segura carrera académica y aceptar esa loca idea de que se podía hacer un periodismo distinto. Todos los días se odiaba a sí mismo por eso, pero más aun los sábados por la noche cuando tenía que hacer guardias mientras el mundo, o al menos su mundo, descansaba alegremente. “La academia nunca te sacará de pobre, pero te sacará de viaje”, le decía su amigo Eduardo a manera de burla cuando comenzaba su carrera académica como asistente de investigador en el Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales. El periodismo tampoco lo había sacado de pobre, y menos aún de viaje. Salvo un par de congresos internacionales a los que había sido invitado el año anterior. Su vida transcurría en esa bodega adaptada como redacción, en la que nunca sabía si era de día o de noche y que, de no ser por las benditas goteras, nunca podría adivinar si llovía o hacia sol. La vida en la redacción era una mezcla de monotonía y novedad: siempre las mismas rutinas, siempre las mismas caras, el mismo café a la misma hora, los mismos chistes, y todos los días una noticia distinta, un sarcasmo o una broma pesada entre los compañeros hacían el día. Pero había días, esos días, uno o dos por año, en que el mejor lugar en el mundo donde se podía estar era una redacción. Esos días en los que Manuel tenía la sensación de estar viendo al mundo derrumbarse desde ringside, de oler la adrenalina y de bañarse del sudor y la sangre que salpicaban las notas. Esos días en los que, como decía su maestro, uno tenía la sensación de ver desfilar la historia desde una banca de primera fila. Todos los días, en el interludio de la rutina, entre junta y junta, Manuel sacaba del cajón la botella de Peptobismol y pensaba lo caro que le había salido su boleto de primera fila. Un boleto pagado a plazos con agruras, falta de sueño, ansiedad, desajustes intestinales. Todos los días se arrepentía de haber caído en la trampa que le tendió Tomás cuando le enseñó aquella maqueta maravillosa de un periódico ideal. Eso sí, no había día que no saliera de la redacción con una sonrisa, con la satisfacción de un titular bien pensado, de una frase lograda, de saber lo que otros sabrían hasta mañana. Una satisfacción bastante estúpida pero que no dejaba de llenarlo de ese falso orgullo que tienen todos los poseedores del conocimiento inútil. Aquella tarde no era distinta a ninguna otra. El mismo calor insoportable en la redacción, el mismo barullo con las voces de todos los días que identificaba a los lejos y casi podía adivinar lo que estaba platicando. Encendió la cafetera que tenía en su oficina. Una vieja Krups que hacía buen expresso, o al menos mucho mejor que el café de velorio que se tomaba en la redacción. Todos los días, previo a la junta para definir las notas de la primera plana, se preparaba su postre favorito, las tres marías: un shot de whisky, un shot de expresso y una coca cola. El primero lo mantenía lúcido, el segundo despierto, la tercera activo. Manuel estaba en medio de su ritual vespertino cuando a través la ventana de su oficina vio entrar a Beto, el reportero de nota roja, de la mano de su hija Juana. Desde lejos le reconoció la sonrisa, esa sonrisa orgullosa con la que Adalberto Zaragoza entraba a la redacción siempre que traía una exclusiva, una de esas notas de primera fila de la historia. Fue él quien obtuvo la imagen del cardenal asesinado a tiros en el aeropuerto y que le dio la vuelta al mundo. En 32 primeras planas, en todos los continentes estuvo su foto del cardenal recostado hacia un lado con las manchas, a penas visibles, de pólvora y sangre en el pecho. Manuel le dio el último sorbo a la coca (siempre chica y en botella, como le enseñó su abuela que debía de tomarse ese refresco que sabía a todo y a nada) y fue directo al escritorio de Beto. — ¿Qué onda Beto, qué traes? — La de ocho, como siempre, pero tu siempre la arrejolas porque no te gusta la nota roja. — Lo que pasa es que con tus fotos de cadáveres hasta se corta el café del desayuno. — Entonces ésta sí te va a gustar, es la foto del muertito sin cadáver. Beto le pasó un puño de fotos a color reveladas en la farmacia. A él no le gustaba tomar en blanco y negro, como hacía el resto de los fotógrafos del periódico, porque luego no las podía usar en las revistas de nota roja a las que les vendía material. Manuel comenzó a repasar las fotos. Se trataba de una exhumación. En las primeras de veía como salía el cajón de la tumba, luego cómo abrían la caja con una barra y al final el interior del cajón: palos, piedras y una chamara verde militar. — Tampoco ésta te la voy a publicar en primera plana, dijo Manuel, pero de qué se trata. — Un fraude a una compañía de seguros. Una señora que fingió su muerte hace tres meses, cobró el seguro y se peló. Camelia Padilla viuda de Lafitte. A Manuel le cambió el semblante. No podía ser otra que la mamá de su amigo Mike Lafitte. De hecho, el día de la muerte de doña Camelia él y otros compañeros de la universidad buscaron a Mike por todos lados y no lo encontraron hasta una semana después. Se quedó mirando la foto del cajón vacío. Incluso creyó reconocer la chamara verde militar... “Me la prestas”, le dijo a Beto, se dio media vuelta sin esperar respuesta y se enfiló a su oficina. De paso le dijo Martha su asistente: háblale a Mike Lafitte y dile que no se mueva, que me espere en su casa, voy para allá. Continuará... III Temas Tapatío Diego Petersen Farah Lee También El arte, un reflejo crítico de la sociedad contemporánea Tapatíos en busca de oro en California “Los peruanos somos como personajes de Rulfo”: Diego Trelles Paz José Meléndez, de ser estratega interino a poderse convertir en campeón con el Tapatío Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones