Lunes, 25 de Noviembre 2024
Suplementos | Una novela por entregas de Diego Petersen CAPÍTULO XIX

Como Mosca en parabrisas

PREVIAMENTE. Por una demanda judicial exhumaron el cadáver de la viuda de Lafitte. En el ataúd sólo había palos, piedras y una chamarra militar, la que le habían robado a Mike, hijo de la viuda y quien junto a su amigo Manuel desenmarañan un fraude. El rostro que han desvelado es el del judicial Francisco Sahagún.

Por: EL INFORMADOR

Una novela de Diego Petersen.  /

Una novela de Diego Petersen. /

GUADALAJARA, JALISCO (01/JUL/2012).- Adalberto llegó a la oficina del comandante Peláez cargando la caja de brandy Presidente y una gran sonrisa. El pago de sobornos a policías a cambio de datos o filtraciones no era algo extraño para él; pagar por información era tan normal como recibir algún regalo o gratificación por no publicar una nota. Eran “gestos de agradecimiento entre caballeros”, decía Beto en el periódico, donde pagar por información estaba tan penado como recibir dádivas. Manuel, su jefe, era implacable en ese tema. “Lo único que les enseñan en la universidad a los nuevos periodistas es a no hacer negocio, pero del oficio nada”, decía Beto a manera de burla. Pero, más allá de la carrilla era algo que simplemente no entendía. Para no entrar en conflictos con Manuel ese era un tema que nunca tocaba; pagaba cuando había que pagar y recibía, menos seguido de lo que le hubiera gustado, con toda naturalidad y sin que su jefe se enterara. Veía con asombro cómo su jefe repartía las canastas de navidad y cómo rechazaba información por la que le pedían dinero, haciendo más difícil el trabajo de los reporteros. Para Beto pagar por información era simplemente acortar la ruta, irse por la carretera de cuota y no por la libre, una vía larga, bachosa; y por las rutas que él transitaba, normalmente peligrosas. El comandante Peláez estaba dormitando, con las botas encima del escritorio, cuando Beto le puso ruidosamente la caja de Presidente justo junto a sus pies.

—Aquí está tu caja de brandy, pero por lo que te voy a decir en un momento te voy a tener que quitar dos, dijo Beto mientras abría la caja y sacaba un par de botellas para apartarlas.

—Hey, hey, hey, no te cobres a lo chino, primero dime de qué se trata y luego yo decido si te las mereces, reporterito de segunda.

—Tienes razón, los reporteros de primera no hablan con comandantes mugrosos como tú, van con el Procurador a restaurantes caros o con Monterrubio a los table dance del Poniente a hablar de puras babosadas. Pero, qué le vamos a hacer comandante, aquí estás tú, en tu oficina que hiede a rastro con un reportero que te soborna con brandy Presidente. Qué bajo hemos caído.

—Ya pues. No tienes que restregármelo. Dime por qué fregados debo hacerte un descuento de dos botellas.

—Por lo que te voy a decir.

—Pos dímelo y deja de hacerte el interesante.

—Ya resolví el caso de la hermana de la Viuda Negra.

—¿Encontraste el cadáver?

—Digamos que no sé dónde está pero sí se quién es, y eso vale dos botellas.

Peláez se enderezó y puso las manos sobre el escritorio. Beto había logrado despertarlo con sus intrigas y hasta ponerlo de mal humor.

—Deja de fregar y dime qué sabes.

—Que tampoco hay cadáver, pero no porque esté viva.

—Joder, Beto, suéltalo, ¿desintegraron el cuerpo?

—Tampoco. Simplemente nunca existió, por eso no has encontrado nada. La señora que aparece en la identificación con la que compraron el seguro y de la que se hizo un certificado de defunción es la misma Camelia Padilla pero con peluca. Un fraude perfecto.

Peláez se le quedó viendo fijamente a Beto sin saber si era otra de esas bromas malas que acostumbraba el periodista o era en serio. Beto no reía, por el contrario alargó las dos manos y tomo las botellas por el cuello.

—La casa gana.

—Momento, dijo Peláez devolviendo las botellas al centro del escritorio, primero explícame cómo sabes eso y luego le ponemos precio.

—Mi jefe habló con su amigo, el hijo de la viuda, y cuando le enseño la foto se rió de ti, de mí y de mi jefe, así que date de santos que no te descuente más botellas.

—Hija de su madre, dijo Peláez sorprendido. Ta´bien, te las ganaste, pero las otras diez son mías. Qué codos son en tu periódico que hasta te mandan a negociar descuentos.

—¿Y de Pancho Sahagún qué me dices?

—¿Qué quieres que te diga?

—¿Lo van a procesar por este asunto?

—¿A quién?

—A Sahagún, es el autor intelectual y beneficiario del fraude.

—De cuándo acá me saliste tan ingenuo, reporterito de segunda. ¿De verás crees que por lo que te dijo un bolero vamos a procesar a un policía?

—No por lo que me dijo el bolero, sino por todo lo que tú sabes que pasó, no te hagas güey.

—A ver Beto, no jodas. ¿Te imaginas lo que pasaría si los policías comenzamos a perseguir a los policías? Esto no se acaba nunca. Perro no como carne de perro. A Sahagún, como ya te dije, lo protege el capitán Monterrtubio. Si yo toco a ese baboso desato una guerra entre corporaciones. Lo que seguiría es que el capitán se dejaría venir contra mí con toda la furia y de paso contra mi jefe el Procurador. Si tocan al Procurador, el gobernador se va a ir contra Monterrubio y terminará enfrentado con el Ejército. Para estar tan viejo eres muy ingenuo Beto.

—Y tú para estar tan joven eres muy cínico Peláez.

Se hizo un silencio incómodo. Muy a su manera Beto creía en la justicia y que el periodismo de nota roja era una forma de colaborar para que la ciudad tuviera un poco menos de malandros y de impunidad. A la suya, Peláez también se consideraba un buen policía. Era eficiente y cuidadoso en la integración de las averiguaciones previas y, aunque aceptaba gustoso regalos a cambio de favores, no estaba involucrado con ninguna de las mafias. A Beto le hervía la sangre, pero no estaba seguro por qué. Se sentía como una mosca que había golpeado de repente con un vidrio que nunca vio. Había topado con el límite, podía ver lo que sucedía del otro lado, pero había una barrera infranqueable.

—No te agüites Beto. La policía somos la violencia tolerada. Mientras la tengamos controlada al país no le va a pasar nada. El caso de los amigos de tu jefe está cerrado. Van a haber órdenes de aprensión contra todos ellos, menos contra Mike que no firmó nada. Pero nadie los va a perseguir. Con esto que hicimos la aseguradora puede cobrar el coaseguro y todos tranquilos y felices. Hay que aprender de los gatos: si no te puedes deshacer de las porquerías por lo menos hay que enterrarlas. En un año este expediente tendrá tanto polvo encima que nadie se acordará de él.

—¿Lo puedo publicar? Dijo Beto en un arranque de dignidad.

—Puedes publicar lo que quieras, pero tú mejor que nadie sabes que no lo vas a hacer. Ahí están los datos; tú inventa la historia que quieras, que para eso ustedes los periodistas son inmejorables.

Tapatío

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