Suplementos | Una novela por entregas de Diego Petersen CAPÍTULO 18 Como Mosca en parabrisas Previamente. Por una demanda judicial exhumaron el cadáver de la viuda de Lafitte. En el ataúd sólo había palos, piedras y una chamarra militar. Manuel, el director del periódico contó a su amigo Mike que las autoridades investigan a su madre, pues creen que fingió su muerte y además la relacionan con el fallecimiento de sus ex maridos. Beto, reportero de nota roja sigue el caso, tiene nueva información. Por: EL INFORMADOR 24 de junio de 2012 - 01:51 hs Una novela por entregas de Diego Petersen. / GUADALAJARA, JALISCO (24/JUN/2012).- La risa se convirtió en llanto, un llanto profundo y estentóreo, luego otra vez en risa y poco a poco se fue apagando hasta volverse en un suave sollozo que se iba extinguiendo con algunas carcajadas leves intercaladas. En apenas 20 minutos Mike había pasado por la ira, el miedo, la tristeza, la frustración, el sentimiento de engaño y la indefensión. Manolo sabía que en ese momento tocaba callar y estar, y así lo hizo. No se movió de su lugar mientras veía a su amigo transitar por aquella montaña rusa anímica. Terminó su whisky, mordió despacio cada uno de los hielos y colgó la mirada en el techo. Finalmente Mike se levantó, tomó los dos vasos, los rellenó de hielo y whisky y regresó a la sala. —Creo que ahora sí ya entendí todo, ¿quieres que te explique cómo llegó la chamarra de mi padre al cajón de mi madre? —La verdad no. Fui un idiota al habértelo preguntado. Fui un idiota, tú sabes que no tienes que explicarme nada. —Al contrario, gracias por habérmelo preguntado, si no nunca hubiera entendido todo este circo. Si no te contesté fue porque no sabía, ahora ya lo sé, o más bien creo que ya lo sé y necesito platicártelo para ver si tiene sentido. Mientras lloraba se me reveló la película, ahora necesito que me ayudes a editarla. —Tú eres el experto en edición de cine, jefe, yo un editor de periódico cada día más frustrado. —Y cínico, por eso necesito que me ayudes. —Gracias por la flor. —De nada. A ver... ¿te acuerdas del día que me asaltaron? —Cómo no me voy a acordar, si terminaste en el hospital, te pusieron una madrina espantosa. —Tú siempre me decías que había saña en ese asalto. —A nadie lo mandan una semana al hospital para robarle un reloj de 500 dólares y una cartera con tres mil pesos. —Y una chamarra. —¿Qué? —Lo que oyes. El día del asalto me robaron la chamarra. Yo pensé que se había perdido en el traslado en la ambulancia o en el hospital. Me dolió mucho perderla, pero frente a la tragedia de la golpiza pasó a segundo plano. Cuando me preguntaste la primera vez me cayó el veinte. —No me digas que no reconociste la chamarra cuando te enseñé la foto. —Entenderás que ante la impresión del cajón vacío la chamarra era lo de menos. Sí, sin duda supe que era mi chamarra, pero no me significó nada. —¿Cómo llegó la chamarra del asalto al cajón? —Hay al menos dos caminos. La primera es que cuando me trasladaron le dieron mis cosas a mi madre, entre ellas la chamarra y ella me regresó todo menos la chamarra y al final la usó para rellenar un cajón. Es posible y más, dirás tú, viniendo de una señora que es capaz de fingir su muerte, hacerse pasar por su hermana y matar a dos maridos —No jodas, Mike, yo no digo nada. —Lo piensas pero no lo dices, pero ahora sí necesito que me digas lo que piensas. —Okey. Si por lo que he visto creo que tú madre es capaz de hacer eso y más, no me queda tan claro que quisiera robarte la chamarra, y ya te explicaré por qué. —De acuerdo, pero concluyamos que la hipótesis es poco probable pero factible, porque por más perra que haya sido, ¿qué ganaba escondiéndome la chamarra de mi padre? —De acuerdo, no tienen mucho sentido, ¿cuál es la otra hipótesis? —Quien organizó el falso entierro de la Viuda Negra ¿ese es el nombre oficial, verdad?, y quien mando que me asaltaran y me golpearan fue el mismo. —¿Francisco Sahagún? —Sí, Pancho. El silencio se instaló de nuevo. Sólo los hielos tintineando en los vasos de whisky y el zumbido de una mosca golpeando en el vidrio una y otra vez queriendo escapar de aquel cuarto lleno de humo de cigarro y tristeza. Mike prendió el cuarto Marlboro de la noche. Manuel trataba de procesar la información, ordenando mentalmente los datos y generando nuevas preguntas, más por costumbre que por necesidad. Era una forma de mantener la cabeza ocupada cuando no sabía que decir. Sonó el teléfono de Manuel; era Beto Zaragoza. No solía ser inoportuno, así que si hablaba a la una de la mañana sin duda era importante —¿Qué pasó Beto? —Jefe, disculpa que te llame a esta hora, pero es importante. El tipo este Pancho Sahagún, el judicial amigo de la viuda, es una ficha. Creo que él es que está detrás de todo este circo. Pero ten cuidado, este güey anda en cosas grandes, ya te contaré. —¿Narco? —Por lo menos es proveedor y está bien protegido por una coraza verde. —Gracias Beto. Colgó. Prendió un cigarro. No tenía claro si debía o no decirle a Mike lo que le acababan de informar. No tenía caso meterle más presión y nervio a una persona que estaba desbaratando, pero al mismo tiempo tenía que hacerle saber de qué se trataba todo esto. Finalmente decidió simplemente seguir preguntando. —Otra pregunta Mike. ¿Cuánto tiempo pasó de que te asaltaron y golpearon a ti y asaltaron y golpearon a Donald en su casa de Chapala? —No sé, la verdad es que nunca los había conectado. Pero a Donald lo golpearon como quince días después de que salí del hospital y yo me eché diez días internado, así que como tres semanas, un poco más. —¿Y por qué Donald y tú? —No tengo idea, te prometo que yo no tengo un seguro de un millón de dólares. —¿Discutiste con Pancho alguna vez? ¿le advertiste a tu mamá que no hiciera negocios con él? ¿te cruzaste en su camino? —Mi mamá quería invertir en el negocio de celulares, yo le dije que mejor no se metiera, simplemente porque no conocíamos bien a Francisco y a mí los policías me dan muy mala espina, pero ya no sé si lo hizo o no, nunca volvimos a tocar el tema. —¿Pudo ser él quien mando golpear a Donald, o estamos especulando a lo baboso? —Bueno, eso de especular a lo babosos sí, siempre lo hemos hecho así, ¿no? Pero sí, pudo haber sido él. —Pero no tenemos manara de probarlo. Manolo apagó el cigarro contra el cenicero, le dio un último trago al whisky, se levantó y se dirigió a la puerta. Mike lo siguió. Ya en la escalera Manolo le dio un abrazo fuerte y prolongado a su amigo. Un abrazo que quería decir todas las cosas que no se animaba a pronunciar. Era demasiado bestia para pronunciar lo que quería decirle. “Perdóname por ser yo quien te diga todo esto”. Finalmente sólo dijo lo que no quería decir pero sí podía. —Cuídate Mike, este güey de Pancho es peligroso. Continuará... Temas Tapatío Diego Petersen Farah Lee También El arte, un reflejo crítico de la sociedad contemporánea Tapatíos en busca de oro en California “Los peruanos somos como personajes de Rulfo”: Diego Trelles Paz José Meléndez, de ser estratega interino a poderse convertir en campeón con el Tapatío Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones