Suplementos | Una novela de Diego Petersen, por entregas: CAPÍTULO XVI Como Mosca en parabrisas PREVIAMENTE. El cadáver de la viuda de Lafitte no estaba en el ataúd. Manuel, el director del periódico contó a su amigo Mike que las autoridades investigan a su madre, sospechan fingió su muerte y la relacionan con la muerte de sus ex maridos. Beto, reportero de nota roja hizo un descubrimiento: la hermana de la Viuda Negra murió y también tenía un seguro por medio millón de dólares. Por: EL INFORMADOR 10 de junio de 2012 - 02:38 hs / GUADALAJARA, JALISCO (10/JUN/2012).- Hay días eternos en una redacción, días en que las notas no cuajan, se quedan literalmente a medio hacer. Manolo recordó las tragedias griegas que armaba su madre cuando las gelatinas no cuajaban, cuando los invitados estaban a punto de llegar y las gelatinas destinadas al postre eran un asqueroso líquido viscoso en el que flotaban pedazos de fruta y que parecían cualquier cosa menos un postre. Lo mismo pasaba con las notas que “no cuajaban” se quedaban ahí en media redacción, abandonadas en una computadora donde nadie las viera, porque daban asco. Pero los reporteros escondían su asqueroso líquido viscoso en un “archivo”, que era la manera elegante de llamarle al basureo informativo, y se iban a sus casas, regañados, amenazados, algunos inconformes, pero se iban, mientras él se quedaba ahí frente a la computadora, tratando se armar un postre llamado portada con puras sobras. No había página que Manuel odiara más que la primera. Esa página demandaba más atención que todo el resto del periódico junto. Tenía que ser atractiva, inteligente, vendedora y al mismo tiempo respetar todos lo cánones de la línea editorial del diario. Era la síntesis de todas las frustraciones, presiones y miedos del día y encima servía para muy poco. Manolo estaba cierto que una buena portada no vendía más que una mala, pero a la larga la imagen del diario ante sus lectores y anunciantes dependía fundamentalmente de esa página inútil. Como fuera, ahí estaba él, frente a esa página solemne y presuntuosa, tratando de hacer un postre con puras notas que no cuajaron. Estaba desvelado de la noche tormentosa del día anterior, llevaba 13 horas en el diario empujando, esforzándose por hacer un periódico del que al día siguiente no se sentiría orgulloso, y todavía tenía que ir a casa de Mike a decirle que la policía sospechaba que su madre no sólo había matado a dos maridos, sino también a su hermana. ¿Cómo se le dice a alguien que su madre es una asesina sin que suene a ofensa? * Mike se deterioraba por horas. Su color, ahora de una verde cenizo, estaba flaco como un caballo lechero, con lo huesos saltándole a través de la camisa sin fajar del mismo color verde que su cara y unos pantalones que hace ocho días le hubieran sentado perfecto, pero que ahora le nadaban en un cuerpo desnalgado. Apestaba a cigarro. Su ropa, su aliento, el pelo. Su departamento tenía ese tufo acre a bar francés, a tabaco oscuro añejado. A pesar de todo, el abrazo cálido y la sonrisa de Mike seguían intactos. —Manolo, pásale. —Otra vez con malas noticias, Mike. —Ya sé, pero me cae que prefiero tus malas noticas a la soledad. —Tienes que salir de aquí, Mike te vas a podrir en este departamento. —¿A dónde quieres que vaya? Sabes lo que es pasearte por la calle con el apellido Lafitte a cuestas. Ayer quise cambiar un cheque y el gerente del banco llamó a la policía para que me detuvieran. —¿Te queda algo de whisky? —En güisquilitlán siempre hay whisky. ¿Bourbon en las rocas? —Sale. La casa estaba en desorden, algo impensable en el Mike de hace apenas ocho días. Un montón de periódicos apilados sobre la mesa del comedor mostraban claramente su nueva ocupación: reconstruir la historia de su madre según los medios. ¿Cuál era su verdadera madre, la que él conoció o la que mostraban los medios; doña Camelia, la mujer menuda, sencilla, afable pero firme que educó y sacó adelante a sus hijos o la mujer despiadada, fría, calculadora y letal, capaz de planear y ejecutar un asesinato y un fraude a lo largo de años sin que se le notara el menor atisbo de agresividad? ¿Reconocería Mike a su madre en las crónicas de los diarios o la vería como una persona ajena, un homónimo de mamá, una mala broma del destino? Mike volvió con los vasos bien servidos. Hielo a tope y whisky suficiente para no tener que levantarse en la próxima media hora. —¿Qué malas nuevas me traes? Preguntó Mike burlándose de la situación. —Muchas. Ya sabes que para eso soy inmejorable. —De todos modos me da gusto verte, aunque sea para hablar de estas cosas horrorosas que no termino de entender. —¿Te puedo hacer una pregunta personal? —¿Hay de otras? —No, es en serio Mike. Te quiero preguntar algo que probablemente te incomode. Si quieres no me lo respondas pero para mí es importante saberlo. —Suéltalo ya, no la hagas de tos. ¿Quieres saber qué pasó con la chamarra de mi padre? —No por supuesto que no, y perdón por haberlo preguntado ayer. Es otra cosa... ¿Cómo andas de lana, Mike? —Fatal, pero gracias por preguntar. —¿Qué significa fatal? —No traigo ni para la gasolina. Por eso ya no uso el coche. Tengo el sueldo de las clases en la universidad, pero nada más. El changarro no genera y he ido vendiendo el equipo de edición de cine que compré hace tres años, ¿te acuerdas? pero, por qué me preguntas eso, ¿se nota? —No, no es eso. En un momento te explico a dónde voy. Pero primero dime otra cosa. ¿Qué onda con Pancho, el amigo de tu hermana? —Es un hijo de perra. Me llevo fatal con él y tengo un año que no lo veo y no quiero verlo. ¿Por qué? —Iba mucho a la clínica del doctor Parra en Chapala y se reunía ahí con él, con tu mamá y tu hermana. El buey se hizo rico de la noche a la mañana, igual que el doctorcito. Mike enmudeció. El rostro se le descompuso aún más de lo que ya estaba. Los ojos tristes chispearon, humedecidos. Apareció en su cara el coraje y la impotencia. Una película se había revelado en su interior y su rostro la proyectaba. El silencio fue largo. A traguitos apresurados Mike despachó el vaso de bourbon acompañado de tres cigarros Delicados al hilo. Estaba descompuesto. Era evidente que le urgía hablar, quería estallar, pero no sabía por dónde empezar. Manolo decidió romper el silencio. —Lo que tenía que decirte no era eso, sino una nueva acusación que se le viene encima a tu abuela por el cobro de otro seguro y otra por cargo por asesinato contra tu madre. —¿De qué me hablas? Manuel le pasó una carpeta llena de papeles y comenzó a explicar. —Se trata de otro seguro cobrado. Tu madre contrató un seguro para tu tía Margarita seis meses antes de que muriera. Murió en el mismo hospital que los dos esposos de tu madre y el acta de defunción está firmada por el mismo doctor, Parra del Rosal. —¿Mi tía qué? —Margarita. Mike abrió la carpeta, comenzó a revisar los papeles de su tía y soltó la carcajada. —De qué te ríes, buey, esto es serio. —Cómo va a ser serio, dijo Mike que no aguantaba la risa. Mi madre era hija única. Esta que vez aquí en la foto es mi madre con peluca. Son unos hijos de perra. —¿Falsificaron la identidad? —Por supuesto. Ya hasta estoy dudando de todo, hasta de que en el cajón de Jack hubiera habido cadáver. En una de esas también nos vieron la cara. —No friegues Mike, ¿qué está pasando? A Mike le entró un largo ataque de risa. Era evidente que estaba descargando largos días de tensión. No podía contenerse. Lloraba y reía, reía y lloraba. Cuando pudo tranquilizarse un poco tomó los dos vasos, los rellenó de hielo y whisky y regresó a la sala. —Creo que ahora sí ya entendí todo, ¿quieres que te explique cómo llegó la chamarra de mi padre al cajón de mi madre? Continuará... Temas Tapatío Novela Diego Petersen Farah Lee También El arte, un reflejo crítico de la sociedad contemporánea Tapatíos en busca de oro en California “Los peruanos somos como personajes de Rulfo”: Diego Trelles Paz “Trump será muy radical y hará mucho daño”: León Krauze Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones