Suplementos | CAPÍTULO XIII Como Mosca en parabrisas Previamente. En el ataúd donde se suponía tenía que estar el cadáver de la viuda de Lafitte no había nada. Manuel, el director del periódico contó a su amigo Mike que las autoridades investigan a su madre, creen que fingió su muerte y que ayudó a bien morir a sus ex maridos. Beto, reportero de nota roja, busca más información en Chapala Por: EL INFORMADOR 20 de mayo de 2012 - 03:54 hs / GUADALAJARA, JALISCO (20/MAY/2012).- Desde que comenzó a bajar la cuesta del cerro del Travesaño para llegar a Chapala Beto Zaragoza ya estaba de buen humor. El Lago de Chapala era uno de sus lugares favoritos y que mejores recuerdos le traían. El paseo preferido de su papá era un domingo en Chapala. Después de subir trabajosamente la cuesta de Ixtlahuacán en el viejo Ford que amenazaba con detenerse en cada curva, don Eulalio Zaragoza gritaba: “un peso al primero que vea la laguna” y él y sus dos hermanas gritaban al unísono, “yo, yo, yo”. Siempre había un peso para cada quien. Esta vez Beto iba solo, pero en cuanto el lago se apareció frente a él, en su mente comenzó a gritar “yo, yo, yo”. Aquella Chapala de los años setenta era para Beto lo mejor que podía existir. Llegaban alrededor de las 12 de la mañana, rentaban una sombrilla a Don Ramiro en la playa y se pasaba el domingo entero entre el lago y la silla alquilada, comiendo a ratitos. Cuando el viento soplaba fuerte, como en Semana Santa, las olas también eran cosa seria. Nadie le creía ahora que ese lago caprichoso que iba y venía producía olas capaces de arrastrar a un niño de 10 años, flaco y chaparro, sí, pero de casi 40 kilos. Antes de ir en busca del doctor Parra, Beto decidió pasar por la Cruz Roja para visitar a Rosendo Juárez, el Ministerio Público de Chapala, en busca alguna nota que le pudiera salvar el día. La Cruz Roja de Chapala era un edificio vejo e insalubre, que olía a humedad y falta de higiene. Era una mañana tranquila, no había paciente alguno en ese momento en urgencias y Rosendo, el médico de turno, la enfermera y el chofer de la ambulancia, estaban tomando el tercer café de la mañana en una pequeña mesa al fondo de la oficina. —Pásale, Beto, se oyó el grito de Rosendo. —Si se cansan me dicen pa´ayudarlos, bromeó. —Ya sabes que aquí la chamba fuerte es el fin de semana, cuando hay muchos ahogados: algunos se ahogan y luego se meten al agua; otros se ahogan y luego chocan, pero siempre ahogados. ¿Qué haces tú en jueves en Chapala? —Vengo a ver un asunto de la Viuda Negra, pero primero quise pasar a saludarte y ver el parte de novedades. —Sin novedad, mi Beto. Te digo que aquí entre semana lo único que puede pasar es que un perro atropelle a un viejito, que fue lo que sucedió ayer. ¿No te gusta para primera plana? “Perro a exceso de velocidad arrolla a sexagenario”. —No pos gracias, ya tengo la de ocho mañana. Por cierto, ¿qué sabes del doctor Alfonso Parra? Beto notó que la enfermera se puso tensa, tomó la tasa de café con las dos manos, se enderezó en su silla y clavó la mirada en la mesa, la misma actitud que tienen los bebés que creen que si ellos no te ven tú tampoco los ves a ellos, o los preparatorianos que esconden la mirada del maestro para evitar que les pregunten. A Beto le divirtió la situación. No cabe duda que la juventud es el único defecto que se quita con el tiempo, pero la inexperiencia no, esa se acentúa. Dejó correr la bola; en su momento volvería. Como todo buen pasante de derecho, Rosendo contestaba hasta lo que no sabía, así que se aventó al ruedo. —Es un médico muy respetado. Tiene una clínica en Chula Vista donde se hace rico atendiendo gringos viejos. —¿Lleva mucho tiempo en Chapala?, preguntó Beto. —No sé, pero aquí María es quien mejor lo conoce, ella hace guardias en su clínica en las tardes saliendo de aquí. María volteó a ver a Rosendo con cara de furia. Tan bien que se había escondido ella, mimetizándose con la mesa, y este mal nacido había “revelado” su escondite. “Uno, dos tres por ti”, pensó Beto divertido con la situación. Otra vez dejó correr la jugada para no presionar a María y siguió la conversación como si no hubiera oído nada. —¿Tiene buena fama? —Es la mejor clínica privada, lo cuál tampoco quiere decir mucho, porque en Chapala hay pocas y malas, pero diría que sí. —Sabes dónde lo puedo encontrar. —Yo no, pero María sí. Esta vez María ya no pudo disimular su disgusto y volteó a ver a Rosendo con una cara de “quién te preguntó” y unos ojos tan enojados que a Beto no le quedó de otra que entrar al quite con el capote. —Así que tú sí eres enfermera de verdad y no un pasante exiliado como Rosendo, se aventuró Beto tratando de bajar la guardia de la furibunda enfermera. María no contestó, pero al menos regaló una sonrisa. —Salgo de guardia en una hora, si quiere platicamos después, dijo al fin María. —Gracias, te espero y te doy aventón a tu casa y platicamos en el camino. —De hecho, voy a la clínica del doctor de la Parra. Me viene bien el ride. Los primeros minutos en el coche fueron de un silencio incómodo. “Vamos a llegar a la clínica y esta mujer no me va a decir nada”, pensó Betó, así que se lanzó. —¿La conocías? —¿A quién? —A Camelia Padilla. —Sí, contestó seria María. —¿Cómo era? —¿Así que tú sí crees que murió? —La verdad no sé, me cuesta trabajo saber qué pasó. Yo por eso prefiero a los muertos, nunca se mueven de su lugar, pero en este caso no sé, estoy confundido. —Yo tampoco. Beto notó el nerviosismo de María. ¿Por qué ella habría de estar confundida? Era el momento de tirarse a matar. —¿Tú viste el cadáver? —No, contestó María visiblemente nerviosa. —No lo viste porque no estabas ahí o porque nunca hubo cadáver. María juntó las piernas, entrelazó los puños a la altura del estómago y fugó la mirada, exactamente la misma actitud que había tomado en la Cruz Roja. Beto supo que había pegado en blandito, que había encontrado un filón de información, pero prefirió no seguir presionando. A fin de cuentas él no era policía. Si quería que María hablara tenía que ganársela, así que cambió el tema. —Y ¿cómo es? —¿Quién? —Contestó María asustada—. —El doctor de la Parra, qué edad tiene, hace cuánto que lo conoces. —Tiene 64 años. Yo trabajo con él desde hace cinco. Me tiene confianza y me recomienda con sus principales pacientes. —¿Tú atendiste a Camelia? —A ella no, pero si a Donald, cuando el robo. —¿Cuál robo? —¿No sabe? A Donald lo asaltaron, bueno es un decir, entraron a su casa y lo golpearon con una martillo, pero no se robaron nada. Casi se muere. Después de eso me contrataron de enfermera para cuidarlo en su casa, estuve dos meses cuidándolo. Cuando lo dejé iba muy bien, pero parece que un mes después su corazón no aguantó más y se murió. En ese momento llegaron a la clínica. El doctor de la Parra lo hizo casi simultáneamente. María lo apunto con el dedo. —Ese es el doctor dijo, y se apresuró a bajarse. Ya iba tenía un pie fuera de la camioneta cuando súbitamente volteó a ver a Beto. Era la primera vez en toda la mañana que lo veía a los ojos. —Ahí pasaron cosas muy raras, dijo, y se escuchó el portazo. Continuará... Temas Tapatío Novela Diego Petersen Farah Lee También El arte, un reflejo crítico de la sociedad contemporánea Tapatíos en busca de oro en California “Los peruanos somos como personajes de Rulfo”: Diego Trelles Paz “Trump será muy radical y hará mucho daño”: León Krauze Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones