Suplementos | Una novela por entregas de Diego Petersen CAPÍTULO X Como Mosca en parabrisas Previamente. En el ataúd donde se suponía tenía que estar el cadáver de la viuda de Lafitte no había nada. Beto, reportero de nota roja sigue el caso. Manuel, el director del periódico contó a su amigo Mike que las autoridades investigan a su madre, pues creen que fingió su muerte y suponen que ayudó a bien morir a sus ex maridos. Por: EL INFORMADOR 29 de abril de 2012 - 03:15 hs Todas las morgues son iguales, pero algunas son más deprimentes que otras. / GUADALAJARA, JALISCO (29/ABR/2012).- El cadáver seguía ahí, como debía, en la cajuela del coche donde lo había dejado. Un cadáver sin cabeza no puede pensar y una cabeza sin lengua no puede gritar, pensó Beto mientras cerraba la cajuela. Se sintió ridículo verificando que el muerto no se hubiera movido de lugar, pero el impulso de comprobar que efectivamente estuviera ahí fue superior a sus fuerzas. Pasaba de la media noche, había sido un día eterno y todavía tenía que ir a entregar el cadáver a la morgue. Sabía que las fotos que traía del muerto de Ahualulco valían la pena y que el caso de la viuda de Lafitte, a la que había bautizado en su nota como la Viuda Negra le iban a dar trabajo, fama y reconocimiento interno en el periódico. Llegó al Semefo casi a la una de la mañana. Era una noche tranquila y había un silencio sepulcral. El olor le trajo recuerdos de su padre. La morgue huele a una extraña mezcla entre hospital y carnicería. No era raro, a fin de cuentas eso era: la última etapa de un proceso hospitalario y la primera del rastro humano; el espacio intermedio entre la muerte médica y la muerte oficial. La primera vez que había entrado a la morgue lo hizo de la mano de su padre, a los nueve años de edad. Desde entonces aquel recinto que tantos horrores provocada en el común de los mortales para Beto era parte de su vida. Reconocía el olor, y no es que le gustara, pero le traía buenos recuerdos. —Ya era hora, se oyó desde el fondo de la oficina el grito del comandante Peláez. Beto caminó cargando la bola negra en el hombro y se asomó a la puerta de la oficina del Ministerio Público donde estaba Peláez —No te puedo decir que tu cadáver viene enterito, pero sí con todas las piezas. —Seguro que no perdiste la lengua, es mi prueba de pruebas. —Si quieres hacemos inventario, háblale al contador. —Déjalo en el refri y vente a tomar un café. Termino guardia en 15 minutos. Todas las morgues son iguales, pero algunas son más deprimentes que otras. Todas tienen mangueras para lavar las planchas de autopsia, pero no todas están parchadas y con chisguetes que salen para todos lados, lo que hace imposible tener un lugar seco. En todas hay gente que come al lado de los muertos, pero no en todas huele a chorizo y huevo, lo que, paradójicamente a Beto le resulta repugnante. Dejó el cadáver sobre una mesa y regresó a la oficina de Peláez a tomar café, bueno eso que ellos llamaban café y que no era sino Nestcafé con agua tibia, tal como salía de la llave de agua caliente del lavamanos, donde Peláez llenaba las tazas. Le agregaba el polvo soluble directo del bote, a ojo de buen cubero y lo batía con una pluma Vick que luego chupaba como si se tratara de una golosina. —Sale pues, Peláez, dame ese brebaje que le dices café. —Ya lo quisieras para un fin de semana, y con Brandy Presidente es lo mejor que puedes tomar después de las 12 de la noche. Este es el único café que realmente quita el sueño. ¿Lo quieres con piquete o simple? —Yo simple, ya ves que a eso del alcohol no le hago porque es hereditario. —Tu papá si era bueno pal trago. —Y yo también, por eso mejor no tomo. A ver cuéntame, ¿a quién recogiste en Ameca? —Una mujer. Te la perdiste Beto. Treintañera, trigueña, de muy buen cuerpo. La dejaron en una tumba del panteón casi desnuda, sólo con una tanga. Para que veas que no soy gacho tomé unas fotos por ti. Peláez le pasó a Beto un paquete de nueve fotos. Efectivamente era una mujer hermosa. Alta, con unas piernas extraordinarias y la habían acomodado de manera que los brazos le taparan los pechos. —Esta es una niña rica, dijo Beto con toda certeza. Los calzones son caros y el acomodo del cadáver está pensado para que la foto sea publicable. ¿Ya la identificaron? —Sí, pero no te lo voy a decir. Es una muchacha de mucho billete de aquí de Guadalajara y repartieron mucha lana para que no saliera en la prensa. A mí me pagaron para que no te dijera el nombre, pero nadie me dijo nada de las fotos. Son tuyas. Si averiguas el nombre ya tienes nota. —Si algo he aprendido Peláez, es que un vivo puede engañar a todos con su vestimenta, un muerto no. Tarde o temprano el cadáver siempre enseña los chones, y los calzones hablan más del muerto que la misma cara. Esta es la señora Fernández de Guizar que tenían secuestrada. Por la manera en que la dejaron esto es una venganza familiar. ¿Ya investigaste al marido? —¿Pos quién crees que repartió la lana? Esa es tu chamba Beto, investígale; a mí ya me pagaron y quedé contento. —¿Y del rompecabezas que me prestaste? —De la familia Romero. Lo mataron por chivato, como bien habías dicho. Era soplón. Nadie sabe más que tú de estos dos casos. Al resto de tus colegas les entregamos boletines y fotos de otros dos muertos en accidentes y se fueron encantados. —¿Lo de Romero es publicable? —Todo lo que averigües es tuyo, pero yo no te voy a decir nada, excepto que se llamaba Arturo, trabajaba para el Señor de los Cielos y para el general, tenía 35 años y fueron los Arellano. Lo demás tú lo inventas, como siempre. Beto sonrió. Tenía una extraordinaria historia para el periódico y una hermosísima foto para su archivo. Sabía que en cuanto llegara al periódico mañana se encontraría con la orden del dueño de no publicar nada de la señora Fernández de Guizar. —Gracias Peláez, dijo levantando la tasa. Ya te debo tres, pero para completar que sean cuatro y traerte una caja completa de Brandy y no botellas sueltas, una última: ¿Me puedes investigar en el archivo todo lo que tengas en que aparezca el nombre de la viuda de Lafitte o del doctor Alfonso Parra del Rosal? —Andas caliente con ese tema, ¿verdad? —Más mi jefe que yo, pero sí me harías un parote. Seguramente no hay nada en el Semefo, porque para eso estaba el doctor, para hacer que todo pareciera muerte natural. Pero si tú se lo pides al registro civil de Chapala te van a contestar en friega, y a mí me van a hacer dar vueltas a lo buey. —Cuenta. Ya con esto me debes una caja completa. Búscame mañana. Continuará... Temas Tapatío Diego Petersen Farah Lee También El arte, un reflejo crítico de la sociedad contemporánea Tapatíos en busca de oro en California “Los peruanos somos como personajes de Rulfo”: Diego Trelles Paz José Meléndez, de ser estratega interino a poderse convertir en campeón con el Tapatío Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones