Domingo, 13 de Octubre 2024
Suplementos | Domingo de Ramos

Bendito el que viene en el nombre del Señor

Dios se presenta con fiesta y alegría en Jerusalén para ofrecerse como voluntaria víctima en el ara de la cruz

Por: EL INFORMADOR

Este Dios crucificado se revela hoy en todas las víctimas inocentes. ESPECIAL /

Este Dios crucificado se revela hoy en todas las víctimas inocentes. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

Primera lectura

• Isaías (50,4-7):

“El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás”.

Segunda lectura

•  Carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses (2,6-11):

“Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”.

Evangelio

• Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (26,14–27,66):

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

GUADALAJARA, JALISCO (09/ABR/2017).- Juan El Bautista, en los inicios de la vida pública de Jesús, levantando la mano lo señaló y dijo: “Éste es el cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo”. El pueblo de Israel, en cumplimiento de sus preceptos y tradiciones, celebra la cena pascual compartiendo en su mesa un cordero macho de un año, sin mancha y sacrificado sin romperle un solo hueso. Cinco días antes de sacrificar el cordero, lo llevan a la casa con fiesta, con alegría. Ese cordero fue siempre figura de Cristo, y el cordero de Dios se presenta con fiesta y alegría en Jerusalén para ofrecerse como voluntaria víctima en el ara de la cruz cinco días después, el viernes. En la celebración solemne de este Domingo de Ramos, quien ha venido como “signo de contradicción” provoca con su presencia el amor y el odio. A la alegre recepción en Jerusalén con la proclamación del Evangelio festivo sigue la proclamación severa, triste, de la pasión del Señor, este año narrada por un testigo ocular, Mateo, el antes infecto cobrador de impuestos. “Te doy gracias, Señor, porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los poderosos y las has revelado a la gente sencilla”.

Así, “los de abajo” —que siempre los hay— y los niños fueron los voluntarios, no “acarreados”. Los entusiastas en ir a cortar ramas de árboles con abundantes hojas y a despojar las palmeras de sus abanicos para tremolarlas al grito jubiloso de “¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”. Y más aún, cubrieron con sus mantos las losas de las calles, para ofrecer la más bella alfombra bordada con la fe, el amor, el entusiasmo, la generosidad, la alegría. Bello preámbulo para el drama tremendo del cercano viernes.

Para los hombres del Siglo XXI es la cumbre de la Cuaresma, es ya la Semana Mayor o Semana Santa, y ésta es una ocasión de vivir los misterios de la redención de todos los hombres. Muchos caen en el error de pensar en el Evangelio en algo así cómo una leyenda. Otros ven el relato evangélico solamente como una historia del pasado, de un pasado muy lejano, de hace 20 siglos. Mas el Evangelio es «deber ser», una revelación viva, siempre actual: en todo momento es la respuesta, es el verdadero sentido de lo que acontece ante los ojos. El Evangelio descubre la vida de Dios entre los hombres. Es Dios vivo, ahora y aquí, porque Jesús siempre es contemporáneo.

“¡Hosanna! ¡Viva el hijo de David!” Así gritaban a todo pulmón cuando Jesús, nacido en Belén, descendiente por lo humano de la estirpe de David, renuevo del tronco de Jesé, padre de David, tomaba posesión como rey de su ciudad Jerusalén, la ciudad de David. Así se cumplía lo anunciado por los profetas. Era el Mesías largo tiempo, por siglos, esperado. Pero qué desilusión para los ambiciosos, para los de corazón endurecido por la soberbia, la lujuria, la codicia. ¿Cómo aceptarlo como Mesías, si viene montado en un borrico? Nunca entendieron las paradojas del mensaje evangélico: “Bienaventurados los pobres, los pacíficos, los mansos, los de corazón límpio”. Este rey pacífico ha venido a rodearse de pecadores, “de enfermos, de los que tienen hambre y sed de justicia”. “Toda la ciudad se conmovió”, dice el testigo ocular.

José Rosario Ramírez M.

Amor de locura

Los primeros cristianos lo sabían. Su fe en un Dios crucificado sólo podía ser considerada como un escándalo y una locura. ¿A quién se le había ocurrido decir algo tan absurdo y horrendo de Dios? Nunca religión alguna se ha atrevido a confesar algo semejante. Ciertamente, lo primero que todos descubrimos en el crucificado del Gólgota, torturado injustamente hasta la muerte por las autoridades religiosas y el poder político, es la fuerza destructora del mal, la crueldad del odio y el fanatismo de la mentira. Pero ahí precisamente, en esa víctima inocente, los seguidores de Jesús vemos a Dios identificado con todas las víctimas de todos los tiempos. Despojado de todo poder dominador, de toda belleza estética, de todo éxito político y toda aureola religiosa, Dios se nos revela, en lo más puro e insondable de su misterio, como amor y sólo amor. No existe ni existirá nunca un Dios frío, apático e indiferente. Sólo un Dios que padece con nosotros, sufre nuestros sufrimientos y muere nuestra muerte. Este Dios crucificado no es un Dios poderoso y controlador, que trata de someter a sus hijos e hijas buscando siempre su gloria y honor; es un Dios humilde y paciente, que respeta hasta el final la libertad del ser humano, aunque nosotros abusemos una y otra vez de su amor. Prefiere ser víctima de sus criaturas antes que verdugo.

Este Dios crucificado no es el Dios justiciero, resentido y vengativo que todavía sigue turbando la conciencia de no pocos creyentes. Desde la cruz, Dios no responde al mal con el mal. Mientras nosotros hablamos de méritos, culpas o derechos adquiridos, Dios nos está acogiendo a todos con su amor insondable y su perdón. Este Dios crucificado se revela hoy en todas las víctimas inocentes. Está en la cruz del Calvario y está en todas las cruces donde sufren y mueren los más inocentes: los niños hambrientos y las mujeres maltratadas, los torturados por los verdugos del poder, los explotados por nuestro bienestar, los olvidados por nuestra religión.

Los cristianos seguimos celebrando al Dios crucificado, para no olvidar nunca el “amor loco” de Dios a la humanidad y para mantener vivo el recuerdo de todos los crucificados. Es un escándalo y una locura. Sin embargo, para quienes seguimos a Jesús y creemos en el misterio redentor que se encierra en su muerte, es la fuerza que sostiene nuestra esperanza y nuestra lucha por un mundo más humano. Para hacer latir nuestro corazón al mundo que Cristo nos presenta.

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