GUADALAJARA, JALISCO (02/JUL/2017).--Quiero ir a Atacama- les dije un día a mis familiares.-¿A dónde? - expresión que, acompañada de una estrepitosa incógnita, ya me la esperaba.-Al desierto de Atacama, confirmé. El desierto más árido del planeta. Hace un montón de años que no cae ni una gota de agua, y me interesa mucho estar en un lugar como ese- les contesté con seguridad.-Perooo… ¿qué hay en el desierto?- me preguntaban incrédulos.-Pues nada- respondí escuetamente.-Entonces… ¿qué es lo que vas a ver ahí?-¡Pues nada!- estallé con sarcasmo ante el azoro familiar.Y seguí diciendo -Si no te gustan esas cosas… de seguro que no vas a ver nada- afirmé. A lo que, echando un poco de filosofía, agregué el conocido pensamiento que dice “Si quieres ver lo invisible… ve con detenimiento lo visible”.-¡Sí pues!- me dijeron con un poco de fastidio, pero… dónde está eso tan extraño, que derrapas por esas cosas raras que sabe dios donde averiguas- me preguntaban inquietos.-A ver: siéntate y platícanos bien de esa nueva loquera que traes en la cabeza- decían en tono burlón, esperando oír algo diferente a los chismes del Hola, el consabido futbol o las barrabasadas de Trump.-¡Pos sí! Lancé la conocida expresión tapatía tratando de explicarles sobre ese extraño lugar que deseaba conocer. El Desierto de Atacama -les decía- para empezar, está lejísimos; allá en el Norte de Chile en un extraño lugar del altiplano andino, frontera con Perú, con Bolivia y con Argentina. Un lugar en donde se juntan las cuatro fronteras alrededor de un misterioso “altiplano” (alto y plano obviamente) a dos mil 500 metros de altura rodeado por volcanes y montañas de impresionante altura. Es un lugar que, al estar situado entre dos cadenas montañosas: una en la costa del pacífico y otra en la cordillera andina, hacen que en esa extensa llanura (que hace millones de años era mar) las lluvias simplemente brillen por su ausencia. ¿Saben una cosa? -les dije a manera de muletilla para recobrar la atención de mis escuchas, que ya volvían a los temas de Ronaldo, Trump y las princesas de Mónaco- es por eso que me interesa mucho ir ahí, concluí mi docta explicación entre los distraídos comentarios totalmente ajenos al tema. A nadie le importaban un comino mis inquietudes aventureras.Pero bueno, aquí entre nos… quizás convenga recordar que la República de Chile (se desconoce el origen de su nombre, ya que le llaman ‘ají’ al chile) es aquel larguirucho país que, abrazado con Argentina, forma la colita sur del continente americano, terminando ambos en la llamada Tierra del Fuego, ya muy cercana (relativamente pues) al helado continente de la Antártida.Como Chile está en el Occidente sudamericano sentado sobre su propia placa continental, tiene que soportar los continuos embates de la agresiva Placa de Nazca que, sumida en el Océano Pacífico empuja con firmeza al continente, haciendo que las montañas de Los Andes crezcan sin cesar.Esta misma Placa de Nazca, con su intensa presión, también ha formado en el curso de millones de años, otra pequeña (ni tanto) cordillera menor a lo largo de la costa que, junto con la fría Corriente de Humboldt procedente de la Antártida, hace que se forme un techo de nubes y neblina (‘camanchaca’) que provoca que las nubes cálidas y húmedas del Amazonas provenientes del Atlántico, sean lanzadas hasta las alturas andinas, impidiendo (efecto Fröm) caer gota alguna sobre el desierto de Atacama.¿Le entendieron? Mis parientes tampoco. Y yo nomás tantito; pero, pese a eso, convencí a mi increíble compañera de tantos años y ahí vamos al susodicho Desierto de Atacama. Primero volamos a México en donde, con el par de horas que se requieren de adelanto, más esperas en el aeropuerto y todo eso, ya sabrán. Luego desde México a Santiago de Chile en un vuelo de más de ocho horas que no tiene chiste porque no se siente nada. El avión sube hasta 40 y tantos mil pies de altura, y pareciera como si nos estacionáramos en una nube: cero movimiento, cero ruido; instantes después, prenden las luces; ordenan poner los respaldos de los asientos en vertical, y aterrizamos sin el menor sobresalto.Cambio de avión. Checar las maletas. Pasar aduana. Gentes develadas. Barullo. Las maletas en la banda seis. Pasaportes. Aduana nuevamente. Checar con Tam (la línea aérea local) Dos horas de vuelo al revés (ahora hacia el norte de donde ya veníamos). Aterrizaje en el pequeñísimo aeropuerto de Calama, ya en el desierto. Camioneta o lo que sea, rumbo al pueblito de San Pedro de Atacama (dos horas de camino) y al fin… el rústico hotelito llamado Awasi, en el agreste pueblito de San Pedro en donde nos enfrentamos a la nada. Mi ansiada y desértica nada que tanto anhelaba…