Aprender de ellos

GUADALAJARA, JALISCO (08/ABR/2011).- Sabía que estaba divorciado, ignoro las causas del rompimiento con su esposa, tampoco sé si Rodrigo fue el único hijo que tuvo, solamente que desde su separación matrimonial vivían solos los dos, padre e hijo. Hace un año que el joven “Rodri”, como todos le decían, asistía al Centro de Educación Especial; había nacido con parálisis cerebral y discapacidad intelectual, un caso difícil de conducir e integrar. Javier, el padre de Rodrigo, tenía 43 años, trabajaba de mecánico en una empresa automotriz, de ésas que se encuentran en las zonas de alta plusvalía comercial y en las que todo el personal trabaja impecablemente uniformado. Era el primero en dejar a su hijo en la escuela y el último en recogerlo, había pedido esa concesión para cumplir con el horario de su trabajo. Siempre atento y colaborador, pertenecía a la mesa directiva de padres de familia y le sobraban ideas para organizar eventos en pro de los condiscípulos de su hijo. Eran notorios el amor y la atención que prodigaba a “Rodri”. Un gran ejemplo de padre dedicado a la atención y el cuidado de su hijo con discapacidad.

De pronto, Javier perdió su empleo, encontrar otro se convirtió en un verdadero vía crucis, pasaban las semanas, los meses y no aparecía ninguna oportunidad. Consumiendo poco a poco sus ahorros, primero se cambió de departamento, luego vendió algunos de sus muebles, después su auto, comenzó a retrasarse en el horario de entrada de su hijo, algunas veces no lo llevaba a clases, otras, lo recogía ya muy avanzada la tarde. Renunció a la mesa directiva y se convirtió en un ser solitario y poco comunicativo; para colmo, su hijo presentó severas y frecuentes convulsiones que le impedían asistir a su rehabilitación y que obligaba a que su padre permaneciera a su lado todo el día.

Hace un par de meses ya no apareció por la escuela; los buenos amigos que había dejado en la institución lo buscaron y comprobaron que agobiado por los dolores de la pobreza, sobrevivía junto a “Rodri”, encerrado en la desesperanza y el olvido. Se había refugiado en la deslealtad del vino y exangüe, y exhausto dejaba pasar sus días en las tinieblas de la desesperanza. Rechazaba cualquier ayuda o sugerencia, la desdicha parecía consumirlo: esa extraña complejidad de la condición humana manifestada en toda su crudeza.
Cuentan los vecinos que una madrugada de intenso frío salió caminando Javier llevando a “Rodri” en brazos, iban casi sin cubrirse, apenas con ligeras vestimentas. Javier reía ruidosamente, era evidente que iba tomado. Tardó una media hora aproximadamente en regresar. La risa se había convertido en llanto, subió apresuradamente hasta el tercer piso donde se encontraba su pequeño departamento. Se hizo el silencio propio de las madrugadas frías y de pronto un potente y perturbador estruendo, pasaron algunos segundos y se escuchó otro más. En lo que se despabilaban los vecinos, uno de ellos fue el primero en llegar al departamento de Javier, la puerta estaba sin llave y pudo entrar. Se tropezó con el cuerpo de “Rodri” y luego vio el de su padre. Tendidos en el piso de aquel desvencijado y sucio departamento ambos yacían muertos con un balazo en la cabeza.

Sumido en una desquiciada depresión, Javier decidió matar su futuro y el de su hijo, pensando que era la única forma de vencer el demoníaco vértigo de la pobreza y la desesperanza. Javier mató y se mató para redimir y redimirse. Como nunca entenderemos lo que nunca entenderemos, quizá haya sido un crimen convertido en el testimonio de una expiación. Tal vez algún día se declare a Javier libre de culpa por haberse llevado a su hijo a otro mundo diferente al que aquí para él sólo era un sueño. Amén de los amenes. * Un caso de la vida real. Por razones de privacidad algunos relatos están ligeramente alterados.