Martes, 26 de Noviembre 2024
Suplementos | Por: José Luis Cuéllar de Dios

Aprender de ellos

Flaquezas emocionales

Por: NTX

GUADALAJARA, JALISCO (04/MAR/2011).- La falta de lenguaje en las personas con discapacidad intelectual representa uno de los mayores retos para su correcto cuidado; este reto se acentúa cuando sufren algún trastorno de salud, ya sea moderado cuanto más delicado o grave. A todos aquellos padres de familia que tenemos hijos con discapacidad intelectual y además con problemas de lenguaje, como es el caso de Martita, mi hija, nos debe quedar claro que la tensión y la preocupación son inherentes a la vida cotidiana. En mi caso personal, debo reconocer que si bien los primeros 25 años en la vida de Martita transcurrieron con relativamente pocos sobresaltos en lo que a su salud física se refiere, en los últimos cinco años han sido más frecuentes los tropiezos en este tema, sobre todo los gastrointestinales, debido a que como síntoma de su discapacidad buena parte de los alimentos no los alcanza a masticar, lo que le acarrea las nefastas consecuencias correspondientes.

Cuando aparecen estos indeseables episodios, el ramalazo de la realidad me sume en una suerte de pesadilla, el efecto anímico es apabullante, contemplar aquel rostro pálido, triste y desprotegido de Martita, acariciarla y preguntar qué siente sin obtener respuesta, es arribar –hiperbólicamente hablando– a momentos de tortura. La impotencia interrumpe la respiración estacionándome en las lindes de lo desconocido, no me basta, y confieso, ni me reconforta, el “cliché” de la socorrida invocación “Deus lo volt”, invocación que por momentos me hace atropellar el espacio de las obediencias debidas. Después de 32 años debía tener aprendido que las preguntas en estos casos son innecesarias y hasta indolentes; pero ahí están en los meandros del subconsciente: ¿por qué para ella estos momentos de penuria?, ¿por qué agregarle más sufrimientos?, ¿por qué su origen? ¿Cuál su fin?

Los tropiezos de salud que Martita experimenta, me provoca el cansancio de quien camina en soledad por las dunas de la confusión, un recorrido con el corazón apretado por la angustia. Y es que el trastorno físico atrinchera a Martita en un desesperante mutismo, mutismo que sin duda le provoca preguntas sin respuesta. Las horas pasan como una densa retahíla de preocupaciones que desbordan el ánimo y uno no evita ser invadido por una continua y creciente ansiedad. ¿Qué tiene, qué medicina se le administra, qué le duele, qué siente, qué hago, qué hago, qué hago? Contemplar sin casi poder actuar, observar y esperar. Ya otras veces ha ocurrido, el tropiezo pasa dejando una estela de sobresaltos que frecuentemente no se pueden narrar. Conozco a muchos padres de familia que a la presencia de estos eventos le oponen la tranquilidad y la lucidez, los admiro y los felicito, dan muestras de una firme y estable aceptación de lo irremediable, ¿inédita madurez? o será el consuelo de la fe. Por mi parte, ver sufrir a un hijo creo que es morir un poco y entiendo que todos reaccionamos de diferente forma, quizá en mi caso cuando esto sucede piso los frágiles linderos de mi vulnerable condición humana. Acepto, enfrento y supero cada trance, lo hago con la conciencia de que cada episodio me cuesta cicatrices emocionales. Sólo lo difícil es estimulante, decía Lezama; por absurda y misteriosa que parezca tal aseveración, la acepto practicándola, porque no olvido que Martita es la que resiste todos estos embates de su realidad. Finalmente creo que los tropiezos de la salud de mi hijita son la vía de su santidad en toda su plenitud. Amén de los amenes.

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