Martes, 26 de Noviembre 2024
Suplementos | Por: José Luis Cuéllar de Dios

Aprender de ellos

...y tanto que la quiero

Por: EL INFORMADOR

Los hijos siempre serán bien recibidos, el amor no faltará ni en las situaciones más extremas.EL INFORMADOR  /

Los hijos siempre serán bien recibidos, el amor no faltará ni en las situaciones más extremas.EL INFORMADOR /

GUADALAJARA, JALISCO (19/NOV/2010).-  Manuel ha trabajado para mi familia por más de 28 años, se ha hecho miembro de ella. Hemos podido ser testigos de la conformación y crecimiento de su familia. Cuando llegó con nosotros tenía dos hijos; alcanzó a completar siete. Por las condiciones de su trabajo, sólo va cada 15 días a visitar a su familia que radica en un poblado, San Antonio, muy cerca de La Barca, Jalisco. Su esposa, mujer de enérgico carácter, ha educado a sus hijos bajo la cultura del esfuerzo; todos ellos ya tienen su casa propia y son hombres trabajadores y responsables. Uno de ellos, Jesús, de carácter extremadamente alegre y muy inquieto, quien de niño convivía en ocasiones con Martita, mi hija, una chica con discapacidad intelectual, se casó recientemente. Hace unos días, me enteré que su primera hija presentaba algunos síntomas preocupantes; indicios que a primera vista suponían algún tipo de discapacidad. Manuel, su abuelo, me pidió que lo orientara al respecto. Lo primero en estos casos, le comenté a Manuel, es hacer un diagnóstico cierto y profesional. Para tal tarea la atendió José Ángel Ontiveros, brillante y generoso profesionista y primer director que tuvimos en Fundación Esperanza.

Después de estudios de resonancias y electroencefalogramas, los especialistas llegaron a la conclusión de que la niña nació con un pequeño tumor incrustado en tal parte del cerebro que afecta algunas de sus capacidades físicas e intelectuales. No es operable y tampoco se sabe si crecerá o permanecerá como está. La única recomendación es empezar ahora mismo con terapias de rehabilitación para ver hasta donde alcanza a reaccionar la pequeña hija de Jesús.

Cuando Manuel se enteró del diagnóstico, con pálido y desconsolado semblante, sólo atinó a decir: “pobre de mi hijo ¡y tanto que la quiere!”. Fue entonces cuando confirmé, por propia experiencia, que en esos dolorosos momentos se experimenta un inexplicable desgarramiento profundo; de pronto asaltan las dudas y las angustias, se llena nuestro estado de ánimo de densas tinieblas, como si súbitamente la vida quedara rota en pedazos, incluso hasta la misma fe en Dios se enturbia y se vuelve ilegible. El anhelado sueño de la llegada de un hijo convertido en terrible pesadilla. Sólo el paso del tiempo envuelto en el amor más profundo, nos dará a entender que la necesidad obliga a que surja lo indispensable. La noticia conduce a una curiosa sensación de irrealidad, aparece una especie de sentimiento de orfandad y de fría soledad, algo así como un peso en el corazón que asfixia.

¿Qué recomendaciones son adecuadas ofrecer en estos casos? Sólo aquellas que ya hemos vivido: primero que nada actuar y no contemplar, sabiendo que frecuentemente las desgracias nos conducen a estados de mayor lucidez, que no está vedada la posibilidad de vislumbrar un futuro armonioso, confiando en que las personas con discapacidad hacen prodigios que desafían a la razón. Hay que tomar el reto como un apostolado al que se dediquen entrega, comprensión, entusiasmo, en fin, todos sus afanes; empeñarse en ser una familia como todas, que sueñan, trabajan y tienen esperanzas. Todo esto asegurando que el amor nunca se ausente, conduciendo su vida apoyados en el lenguaje del corazón, para convertir el cuidado de su hija en una oda al amor filial. Con esto, Jesús podrá seguir diciendo por siempre… ¡y tanto que la quiero! Amén de los amenes.

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