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Por: EL INFORMADOR

Filantropía (2006), escultura de la artista española Leticia Zubiri Gallego. ESPECIAL  /

Filantropía (2006), escultura de la artista española Leticia Zubiri Gallego. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (05/NOV/2010).-Se ha comprobado que la solidaridad, al igual que la cultura, es coadyuvante para la estabilidad social; ambas prácticas se convierten en barreras contra todo tipo de arbitrariedades. Una de las principales fuentes de alimentación de la solidaridad es, indudablemente, la filantropía.

Adoptar la cultura de la filantropía requiere de procesos educativos que arrancan evidentemente en el hogar, para luego prolongarse a las aulas, los centros laborales, las actividades lúdicas y, en general, a cualquier práctica humana; en otras palabras, una sociedad filantrópica debe concebir la solidaridad como una acción cotidiana y un deber hondamente moral.

Recientemente Patrick Rooney, director del Centro de Filantropía de la Universidad de Indiana, realizó un estudio que, entre otras, cosas arrojó los porcentajes que cada país del mundo -o por lo menos de la mayoría de ellos- destina a la filantropía.

Desafortunadamente los resultados en el caso de México no nos dejan bien parados en este aspecto. Como en tantas otras cosas, caminamos para atrás y decimos que avanzamos. Nuestro país destina tan sólo el 0.04 del PIB (Producto Interno Bruto) al rubro del altruismo, seis veces menos que el promedio de la región latinoamericana, que es de 0. 23 y nueve veces menos, el 0.37, que el promedio general mundial.

Tampoco los ricos de nuestro país se caracterizan por su generosidad, el 3% de sus ingresos -los declarados- aportan las familias mexicanas más poderosas económicamente hablando, contra el 7.4% que donan, por ejemplo, las familias norteamericanas.

Recordemos la decisión que tomaron dos de los hombres más ricos del mundo: B. Gates y W. Buffet respecto a donar más del 50% de su fortuna a causas humanitarias -ahí le hablan a Carlos Slim-.

Muchos y serios son los obstáculos para establecer una cultura real y verdaderamente filantrópica en nuestra sociedad; entre ellos, de mucha cuesta arriba, es la credibilidad, traducida ésta como honradez y eficiencia en lo que se hace y cómo se hace en materia de altruismo.
Por un lado, aparecen miles de vívales que explotan la buena fe, sobre todo de las personas de clase media y baja; por el otro, las tentaciones protagónicas que convierten ciertas causas nobles en conflicto de intereses y materia de rivalidades y vanidades.

Por sus condiciones y características, la filantropía abre las puertas a oportunistas por antonomasia. Muchos son los casos de personas e instituciones públicas y privadas, que a la hora de las aportaciones, de tiempo y dinero, se fingen muertos para luego presumir de vivos. Y es que una de las virtudes que mejor se aparenta es la de la caridad, virtud que en muchas ocasiones se disimula con discursos engolados y conmovedores.

René Decartes afirma que no hacer nada por los demás, es, propiamente, no valer nada.

Por principio debemos asumirnos como una sociedad indiferente y egoísta, para luego buscar el camino de la solidaridad; la realidad es que como sociedad, la filantropía ocupa un espacio microscópico en nuestro quehacer cotidiano; como si la naturaleza humana no estuviera diseñada para el amor y la lealtad al prójimo en casos de adversidad.

Hagamos un alto en nuestro diario andar para preguntarnos si somos capaces de combatir a fondo, para erradicar la ley universal de la indiferencia. Amén de los amenes.

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