Domingo, 24 de Noviembre 2024
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'...Hemos visto la Estrella'

Las señales de Dios fortalecen la fe y nos guían por el camino hacia el Cielo

Por: EL INFORMADOR

'No hay caminos para la paz, la paz es el camino'. Mahatma Gandhi ESPECIAL /

'No hay caminos para la paz, la paz es el camino'. Mahatma Gandhi ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Eclesiástico 24, 1-4. 12-16

“Abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus Potestades”.

SEGUNDA LECTURA:

San Pablo a los Efesios 1, 3-6. 15-18


“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones”.

EVANGELIO:

San Juan 1, 1-18


“La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”.

GUADALAJARA, JALISCO (04/ENE/2015).- Casi de incógnito llegó el Hijo de Dios a la Tierra. No encontraron José y María lugar en la posada y se refugiaron en un portal de ganados.

Los únicos, los primeros en mirar las maravillas de Dios, fueron unos pastores, que para calentarse un poco en esa noche fría, estaban en torno a unos leños encendidos. Ellos pudieron decir, como dijo el apóstol Juan: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos tocando al Verbo de Vida, porque la Vida se ha manifestado… eso lo anunciamos a ustedes.

Quienes de corazón busquen a Cristo, ante todo deben tener los ojos fijos en la estrella. Para el hombre de este siglo —y lo ha sido también para los de los pasados— la estrella es la Fe. Con la luz de la Fe se encuentra a Cristo.

Por la Fe, el hombre se entrega entera y libremente a Dios; le ofrece el homenaje total de su entendimiento y su voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela.

La Fe le da fortaleza para ser firme, constante, perseverante y fuerte en las pruebas, tentaciones y fatigas.

Los Magos se desprendieron de su habitual estilo y soportaron las fatigas de su peregrinar.

Con el gozo de haber encontrado al Salvador, darían por bien vividos todos los trabajos, angustias y sufrimientos en esa búsqueda.

Verán al Niño con su Madre quienes con Fe sincera la busquen y perseveren con paciencia y humildad.

Siempre hay noticias en estos años, de frecuentes conversiones, no siempre por caminos fáciles; muchos, después de angustioso periplo han encontrado al Salvador.

Alguien dejó este bello testimonio: “Yo lo he encontrado porque lo busqué”.

“Lo adoraron, y abriendo sus cofres le ofrecieron regalos”.

Porque reconocieron que allí se manifestaba la grandeza de Dios en la pequeñez del Niño, lo adoraron.

Dios infinito, eterno, inmortal, omnipotente y hombre, humano en la plenitud del concepto; hombre verdaderamente libre, más humano y más amante de todos; hombre hasta las miserias del hombre, menos el pecado; hombre con las insuficiencias, carencias y debilidades de la vulnerable, pasible, mortal naturaleza humana.

Por eso le ofrecieron Mirra, para el hombre mortal, Oro para el Rey e Incienso a la divinidad oculta en ese Niño envuelto en pañales.

José Rosario Ramírez M.

Un grito fuerte de Paz

Al inicio del año civil, el Papa nos convoca a una jornada por la paz en los primeros días del mes de enero, con la intención de dignificar el nuevo año que se nos da. Les presento un pequeño extracto de este mensaje:

“La viva conciencia de este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un verdadero hermano; sin ella, es imposible la construcción de una sociedad justa, de una paz estable y duradera. Y es necesario recordar que normalmente la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia, sobre todo gracias a las responsabilidades complementarias de cada uno de sus miembros, en particular del padre y de la madre. La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo con su amor. (…)

“A las guerras hechas de enfrentamientos armados se suman otras guerras menos visibles, pero no menos crueles, que se combaten en el campo económico y financiero con medios igualmente destructivos de vidas, de familias, de empresas. (…)

“La globalización, como ha afirmado Benedicto XVI, nos acerca a los demás, pero no nos hace hermanos. Además, las numerosas situaciones de desigualdad, de pobreza y de injusticia revelan no sólo una profunda falta de fraternidad, sino también la ausencia de una cultura de la solidaridad. Las nuevas ideologías, caracterizadas por un difuso individualismo, egocentrismo y consumismo materialista, debilitan los lazos sociales, fomentando esa mentalidad del “descarte”, que lleva al desprecio y al abandono de los más débiles, de cuantos son considerados “inútiles”. Así la convivencia humana se parece cada vez más a un mero 'do ut des' —'te doy para que me des'— pragmático y egoísta. (…)

"Asimismo, si se considera la paz como 'opus solidaritatis' —'fruto de la solidaridad'—, no se puede soslayar que la fraternidad es su principal fundamento. La paz —afirma Juan Pablo II– es un bien indivisible. O es de todos o no es de nadie. Sólo es posible alcanzarla realmente y gozar de ella, como mejor calidad de vida y como desarrollo más humano y sostenible, si se asume en la práctica, por parte de todos una 'determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común'”.

Epifanía, relación de amor

Si no se riega una planta, inevitablemente se seca. Si una persona no se alimenta adecuadamente, terminará por enfermarse y hasta por morir. Si un trabajador no se esfuerza y hace bien lo que tiene qué hacer, terminará por extinguirse su relación laboral. ¡Cuánto más se corre el riesgo de que nuestra relación con Dios, en lo que toca a nuestra parte, languidezca, si no la cultivamos! O lo que es lo mismo, si nuestro trato con Él no es frecuente y paulatinamente profundo, éste llegará a enfriarse y, al tiempo, la imagen que tenemos de Dios se desvanecerá, y volverá a ser como en algún tiempo lo fue para muchos: un Dios lejano, ocupado en su multitud de asuntos e indiferente a lo que le sucede a sus hijos; un Dios legislador que pone reglas y leyes, y que a la vez es juez justiciero y está al pendiente de las veces que las infrinjamos para castigarnos.

Nuestra relación con Dios, habrá de ser una relación de amor, sabiendo que, ante todo, como dice San Juan en su primera carta:  "El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados." (4,10).

De ahí que nuestro amor a Él habrá de ser una respuesta a la experiencia personal, íntima, fruto de un encuentro con Él, de ese amor incondicional, infinito, inmensurable, fecundo. Y el permanecer, hacer crecer ese amor, la misma respuesta los repetidos encuentros en el día a día a través de todos los medios que Él nos da —tanto esa respuesta, como nuestra relación con Dios son dones gratuitos de Él—, de manera relevante nuestra oración personal, los sacramentos, signos sensibles de su gracia, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación, y la lectura, meditación y puesta en práctica de la Palabra de Dios.

Así como Jesús se reveló en el Portal de Belén en una gran Epifanía (manifestación) del mencionado amor, lugar al que acudieron muchos a adorarlo y a establecer ese contacto, esa relación personal con Él, desde los sencillos pastores de la región, hasta los sabios magos de Oriente, así, Él sigue tomando la iniciativa, revelándose en el día a día de nuestra vida, porque Él quiere que su amor sea correspondido en la cotidianidad, para mantener vigente y ardiente esa relación que nos llevará, al final de nuestro peregrinar, al destino para el que fuimos creados, a vivir eterna y felizmente con Él.

Francisco Javier Cruz Luna

La Epifanía del Señor

Yo creo que todos los seres humanos, en algún momento de la vida, queremos ver a Dios.

Y aunque es un hecho que Dios se nos manifiesta continuamente en diversas formas y circunstancias, no siempre sabemos reconocer su presencia a través de los situaciones y en los diversos acontecimientos de la vida.

Son demasiado opacos y confusos los lentes que nos empañan la vista y no siempre logramos despejar la mente para hacer a un lado las mil y una distracciones que no nos dejan percibir su presencia; o también sucede que nos encontramos arrastrando nuestra vida tan al ras del piso que no logramos elevarnos a planos más espirituales para poder verle en lo espiritual y lo intangible que nos envuelve.

En estas fechas, ya como dando fin o casi concluyendo las fiestas Navideñas, tenemos presentes a los Magos de Oriente, que supieron alzar la vista al cielo, mirar más allá de las nubes, y encontrar el sentido de lo trascendente e inmaterial para ver una estrella que intuyeron los llevaría hasta Dios.

Porque es un hecho incuestionable: no podemos ver a Dios directamente, podemos intuirlo y sentirlo, pero su realidad escapa a nuestros sentidos, por eso nos envió a Jesucristo nuestro Señor, para que en esa persona concreta, real, que vivió entre nosotros como ser humano, pudiéramos tener el encuentro de lo humano con lo divino; en otras palabras, para que en Cristo Jesús tuviéramos el auténtico y verdadero encuentro con Dios.

Dicho en una forma alegórica, la estrella que se presentó a los ojos de los Reyes Magos se presenta ante cada uno de nosotros, y ella nos indicará el camino para llegar a alturas que ni siquiera imaginamos y que ciertamente nos gustaría escalar para ser personas excelentes y de mucha calidad.

Porque en este mundo hay muchos que se creen grandes, pero no dan la talla, porque se pierden en cosas pequeñitas e intrascendentes; y muchos que se sienten reyes, pero ni siquiera en su casa asumen su papel.

Por eso en estos días tenemos que acercarnos a Jesús, nuestro Señor, que en los brazos de la Virgen María quiere ser para nosotros el camino seguro que nos lleva hasta los más alto del cielo, siempre y cuando los que se acerquen reconozcan como el Camino, la Verdad y la Vida.

Oración

Señor Jesús, Dios mío, Tú  eres Rey de todos los reyes
y Señor de todos los grandes señores de este mundo,
aunque te vemos pobre, como niño indefenso,
pequeñito en un pesebre, entre pajas
o en los brazos de la Virgen María.
Nosotros encendemos luces de colores
pero Tú enciendes la luz en nuestro corazón.
Tú  nos das la certeza de que es posible
vivir a otros niveles en este mundo material.
Hoy te pedimos que nos des la claridad
de esa estrella que guió a los Reyes Magos
para que podamos encontrarte a Ti
y contigo la auténtica felicidad.

María Belén Sánchez, fsp

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