Plaza de los Mariachis

Prácticamente desde su inauguración en los años sesenta, la Plaza de los Mariachis, en las inmediaciones del Mercado Libertad, mejor conocido como San Juan de Dios, se convirtió en un lugar de visita obligada para los turistas y para habitantes de la ciudad, que acudían con la intención expresa de escuchar un buen mariachi.

Con el paso del tiempo, dependiendo de las decisiones de una administración municipal y luego de otra, el lugar fue prácticamente olvidado y condenado al deterioro, junto con la zona en donde está enclavado, una de las más antiguas de Guadalajara.

Ayer, lo que debía interpretarse como una buena noticia por el matiz de rescate —la reinauguración de la Plaza de los Mariachis, cuyo nombre es “Pepe Guízar”, en honor del compositor jalisciense— en realidad deja la sensación de deuda, de esfuerzo incompleto, de medida parcial, de parche, por las condiciones en que se encuentra el entorno.

Inseguridad, malos olores y prostitución son, entre otros, signos que caracterizan al barrio ubicado en el primero y quizá más conflictivo punto de la ciudad, en la confluencia de Avenida Juárez y la Calzada Independencia.

No se trata de menospreciar el esfuerzo después de años de vanos intentos por rescatar el otrora exitoso atractivo turístico, pero es preciso, en función de que la “nueva” Plaza de los Mariachis sea otra vez visita obligada de propios y extraños, con la consecuente derrama económica y generación de empleos, que las autoridades municipales volteen los ojos hacia una zona que, en general, puede significar un atractivo más en Guadalajara, una razón para ampliar el tiempo promedio de estancia en la capital de Jalisco.

La música de mariachi es atractiva por sí sola, y no se diga la vecindad con el Mercado San Juan de Dios con su carga popular y folklórica, pero se requieren acciones conjuntas, y en el corto plazo además, entre el Ayuntamiento tapatío y otros inversionistas, incluso del Gobierno del Estado, para que los ocho millones 300 mil pesos invertidos en el remozamiento de la plaza valgan la pena, y la recuperación adquiera calidad de permanente.

No se necesita mucho: voluntad y visión.