México inmóvil

En los primeros meses de 2008, el Presidente Felipe Calderón anunció, para contrarrestar el impacto económico de la desaceleración estadounidense, un programa de infraestructura para el periodo 2007-2012, que estaría fondeado por recursos federales y privados.

Afortunadamente, el impacto de la recesión estadounidense sobre el ritmo de actividad de la economía mexicana no ha sido tan severo, pero a decir del Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP), de aquel ambicioso proyecto que facilitaría algunas inversiones en el país, los avances son prácticamente imperceptibles.

Resulta preocupante que no se estén generando condiciones que impulsen un entorno de crecimiento que se traduzca en mayor bienestar para la población.

De acuerdo al CEESP, las razones que explican el “empantanamiento” de la economía son la sobrerregulación y la falta de avances en materia de reformas estructurales, lo cual refleja que existe nula conciencia del costo de oportunidad en que incurrimos por no resolver las cosas a tiempo.

Mientras otros países avanzan en la carrera por la competitividad en un mundo globalizado en el que los costos de transacción son cada vez más bajos, aquí en México optamos por abrir la economía para que otros nos puedan vender, olvidando que debemos también facilitar las condiciones para producir en el país, de la manera más competitiva posible, para surtir los mercados internacionales.

Cuando vemos que otras economías latinoamericanas cuentan con producciones sustanciales de alimentos transgénicos con los consecuentes incrementos en productividad, que Brasil ha multiplicado sus reservas de petróleo cuando hace muy pocos años ni siquiera destacaba como productor de crudo, que Chile ha logrado importantes niveles de crecimiento económico apoyado en un sector primario que ha logrado colocar su producción a muy buenos precios en los mercados internacionales, o que Colombia ha logrado cambiar el clima económico y social que se respira en su país, caemos en la cuenta de que el estancamiento que padecemos en México tiene más componentes internos de los que queremos reconocer.

Quizás los señalamientos del CEESP no pasen a ocupar grandes titulares, porque la economía mexicana no ha llegado a padecer condiciones graves de desaceleración, pero más allá del campanazo noticioso, el tema nos debe llevar a reflexionar sobre la importancia que hemos dejado de darle a resolver las diferencias políticas con madurez y visión de Estado, y hacer las cosas de manera expedita.

Dejar llevar el rumbo y el ritmo del país a la velocidad que impongan los jaloneos entre partidos políticos está resultando muy caro en términos de oportunidades perdidas, que no habrán de volver porque otras naciones ya las han aprovechado.

Seguir apostándole al inmovilismo de México, a lo único que nos lleva es a ver cómo se alejan de nosotros quienes quieren progresar, sean países que nos ganan en competitividad, o ciudadanos mexicanos que buscan otros horizontes para su desarrollo.