Los diputados

Aunque los acontecimientos negativos recientes, sobre todo los de carácter económico, hacen parecer el 5 de julio una fecha muy lejana, aquella jornada electoral modificó la integración del Congreso del Estado, y seis de los legisladores estatales solicitaron ayer licencia a sus cargos para ir a otra posición pública, esta vez en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.

Son cinco legisladores del Partido Acción Nacional (PAN) y uno más del Revolucionario Institucional (PRI), quienes ya dejaron sus escaños para acudir puntuales el próximo 1 de septiembre a rendir protesta como miembros de la Legislatura federal.

Los diputados se han convertido, hace ya tiempo, en la figura política más desagradable para una ciudadanía que, atribulada por adversidades de índole variada, perdió el respeto por la figura del legislador, del gestor comunitario y del garante del equilibrio de poderes, tres aspectos esenciales en la naturaleza del diputado.

Los mexicanos desprecian y condenan el alto sueldo del legislador, el aparente oportunismo que le permite acceder a una condición de vida que apenas se vislumbra para la mayoría. Se asume que no está ni remotamente cerca de ser un “representante del pueblo”.

Los seis diputados estatales que van ahora a la capital del país para integrarse al grupo de 500 legisladores federales, argumentarán que ostentan la representación de los jaliscienses que votaron por ellos en sus respectivos distritos electorales, pero el hecho mismo de que interrumpan su período —la Legislatura local concluirá el 31 de enero de 2010— pone en entredicho su calidad moral. Es cierto que el marco electoral lo permite, que las añejas prácticas de política pragmática han institucionalizado figuras como la licencia y la suplencia, de manera que al momento de irse uno, ya hay otro para tomar su lugar, pero esta legalidad no es razón suficiente para el ciudadano.

Y como estos seis diputados, otros muchos dejarán inconclusa su tarea, pues también compitieron en el aparentemente lejano 5 de julio y ocuparán otros cargos.

Un reproche social les da la despedida. Un enorme peso les recibirá: responsabilizarse, ahora sí, de los cambios siempre urgentes, siempre indispensables y que no acaban de concretarse, para revertir lo que es nocivo para el país, los estados y los municipios.