Haití, el de los niños

Si antes de aquel 12 de enero había en Haití 150 mil niños huérfanos, hoy existen por lo menos 250 mil. Las bajas que ha sufrido el país caribeño son todavía incuantificables. Ni siquiera las autoridades atinan a redondear una cifra de muertos, pero la última estimación oficial los sitúa en más o menos 217 mil.

Hoy, a un mes de la tragedia, las infraestructuras de Puerto Príncipe están hechas cenizas. Ni siquiera los edificios del Gobierno se mantienen en pie. La economía, con más de un siglo en números rojos, se ha terminado por hundir. El terremoto destruyó 60% de su Producto Interno Bruto (PIB).

Por esa razón, por este presente, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) vela por el cuidado de los niños haitianos y pone un freno a las adopciones, porque es hurgar en el dolor. La ONU desalienta, combate las adopciones en tiempos de catástrofe.

Más allá del instinto humano de protección, de dar cobijo a quienes lo perdieron todo, de amarlos por todo lo que han sufrido, la adopción no es la opción correcta.

Ellos deben quedarse, deben hacer el duelo en su país; tienen que hacer la catarsis con los marcos referenciales de lo conocido, siempre tendrán al abuelo, al hermano, al amigo, al compañerito de la escuela; tendrán, ahí, una forma de vida conocida.

Para construir su futuro, el de su país, deben responder al llamado de la tierra, de su tierra.

Hoy, sacar un niño de Haití, con amor, con los mejores y más nobles sentimientos, no es sólo robar un pedazo de país presente, sino un pedazo de futuro.

Decía por estos días el escritor haitiano Dany Laferière: “Tras el terremoto, lo que ha salvado a esta ciudad es la energía de los más pobres, y gracias a ellos Puerto Príncipe sigue aún viva”.

Ocho de cada 10 haitianos viven bajo el umbral de la pobreza. Si antes había 150 mil niños huérfanos, hoy hay por lo menos 250 mil. Al PIB se lo tragó la tierra. A este país no le queda nada, sólo la energía de los niños.... el futuro, pues.