Jueves, 26 de Diciembre 2024

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El presidente

Por: EL INFORMADOR

La penúltima semana del año pasado, tuve la oportunidad de entrevistar al Presidente Felipe Calderón en la residencia oficial de Los Pinos para la tercera emisión de Noticias MVS. Los temas que en ese momento generaban mayor interés eran la liberación de Diego Fernández de Cevallos y la explosión de ductos de Pemex en el Estado de Puebla.

En ambos casos, el Primer Mandatario insistió en que se trataba de acciones del crimen organizado. La primera, a pesar del contenido social de los comunicados del grupo secuestrador, y la segunda, como un “accidente de trabajo”, de aquellos que realizan enormes negocios ilícitos con la ordeña de ductos de Pemex.

La guerra desatada contra los delincuentes desde 2006 es considerada por Calderón como una decisión que no le permitía margen de maniobra.

No haberlo hecho implicaba permitir a los poderosos grupos de criminales apoderarse no sólo de regiones enteras en el país, sino también abrirles la puerta para acceder a los altos mandos políticos, algunos de ellos ya infiltrados ahora, como sucedió específicamente en Michoacán. Haber puesto en el centro del debate nacional esta guerra generalizada contra el crimen organizado, dañó seriamente la imagen del Gobierno, más aun en medio de un desorden informativo por parte de la propia administración, que apenas rectificó esta situación hace unos cuantos meses.

El desencanto de Calderón por los magros resultados en el terreno legislativo, lo llevaron a concluir que a pesar de haber conseguido lo que consideró logros aceptables en este terreno, es imposible avanzar más, debido a una lógica de poder que imposibilita acuerdos.

La inexistencia de mayorías legislativas gobernantes hace que las negociaciones se limiten a evitar el colapso social o económico, pero no profundicen de manera tal que permitan grandes transformaciones favorables al Ejecutivo y su partido. Gobierno sin mayoría en el Congreso es sinónimo de inercia y falta de fuerza política real.

El tema de la sucesión presidencial también estuvo presente, y el compromiso de Felipe Calderón de no intervenir en la elección del candidato panista es, a pesar de las dudas que este planteamiento genera, producto de su propia experiencia pasada.

Aquel panista que se asuma, o sea percibido como el favorito de Los Pinos, encontrará serias resistencias dentro de la estructura partidaria que buscará, sin duda alguna, un candidato que pueda deslindarse de una administración que de una u otra forma termina desgastada después de seis años en el poder.

Para los panistas, proponer una tercera cadencia requiere indispensablemente de una figura excepcional que presente una propuesta distinta a la de Fox y a la de Calderón. El argumento de la continuidad no es ya efectivo.

El Presidente se prepara para lo que será la última parte de su gobierno, en el entendido de que no contará ya con ningún apoyo en el Congreso, y de que varios de sus colaboradores cercanos estarán metidos más en su proyecto particular que en su responsabilidad pública.

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