Viernes, 18 de Octubre 2024
México | Por Vicente Bello

Tren parlamentario

Vestigios de aquel San Lázaro

Por: EL INFORMADOR

La Cámara de Diputados es un conglomerado de 10 edificios cuya construcción comenzó a partir de 1977, cuando la reforma política de aquel año dispuso que el número de diputados federales pasase de 186 a los 400 (son 500 a partir de la reforma de 1986).

Sus basamentos, patios y jardines ocupan exactamente el mismo terreno que ocuparon los patios de maniobras de lo que fue la más importante estación de ferrocarril del país, la de San Lázaro.

De aquella estación preponderante sólo queda como último vestigio el paredón —sostenido con polines que dentro de poco también van a requerir de soportes para no caer—  de lo que fue la gran sala de espera y de boletaje, y que se encuentra en el extremo norte de la Cámara de Diputados, al otro lado de la avenida Congreso de la Unión.

Como era la estación de marras una estación de principio y final, los patios de maniobras estaban literalmente surcados por rieles y espuelas.

Su cercanía con Palacio Nacional hizo a la estación de San Lázaro todavía más preponderante que las otras cercanas a la entonces Ciudad de México. Y era aquella, puerta de entrada y de salida de la Revolución de 1910.

Fue en el comienzo del sexenio de Luis Echeverría cuando los trenes dejaron de circular definitivamente, por San Lázaro.

Un sector del Gobierno federal —entre los que figuraba Carlos Hank González— impulsaba entonces la creación del Museo de los Ferrocarriles Mexicanos, precisamente ahí, donde había sido la estación de ferrocarril de San Lázaro.

Cuando en 1977, el entonces secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, convenció al presidente José López Portillo de la necesidad imperiosa de hacer reformas al sistema político mexicano, los patios de lo que había sido la estación de tren más importante del país fueron vistos como el lugar idóneo para construir un palacio legislativo que no sólo fuera el sitio para 400 diputados, sino también para que allí fuera la sede de la Cámara de Senadores.

Como se sabe, los senadores no aceptaron nunca esta oferta, y el edificio E, donde sería su sede, terminó siendo un auditorio y docenas de oficinas burocráticas de los diputados.

Eran los tiempos en que el sistema político priista ganaba prácticamente todo (“carro completo”); paradójicamente, México vivía una gran inestabilidad social, que se manifestaba ya en una guerra soterrada entre el Ejército, la Policía y miles de hombres y mujeres que se habían ido a la guerrilla.

La reforma política del 77, que prohijaba Reyes Heroles, aspiraba a dar cabida a las inconformidades que se multiplicaban por buena parte del país. Y fue entonces cuando, a partir de la LI Legislatura (1981), líderes que habían sido estigmatizados por el Gobierno —y, muchos de ellos, sujetos de tortura y cárcel— comenzaron a participar políticamente desde la Cámara de Diputados.

En 1977 comenzó la construcción de la sede actual de la Cámara de Diputados, y su inauguración sucedió en septiembre de 1981. Cinco años después, en 1986, otra reforma política dispuso que el número de los diputados se incrementara a 500, como actualmente está.

Desde entonces, el palacio legislativo ha estado bajo permanente construcción y remodelación. Las desgracias bajo el sino de la sospecha no han dejado de estar presentes.

Precedió al inicio de la construcción del palacio legislativo, en 1977, un hecho en el que la sospecha persiste: una madrugada de pronto ocurrió un incendio en la entonces construcción derruida de la estación de ferrocarril de San Lázaro. Los resultados del siniestro definieron que ya no sería el lugar sede de un Museo dedicado a los ferrocarriles mexicanos.

En 1989 ocurrió otro incendio. Resulta que justamente en el sitio del sótano donde comenzó la conflagración, permanecían las millones de boletas de la elección presidencial de 1988, que entonces la Cámara de Diputados decidió resguardar para un futuro recuento.

Eran los días en que caliente estaba la versión de que Carlos Salinas de Gortari se había robado la Presidencia de la República, y que saberlo sólo era cuestión de volver a contar los votos.

Tal recuento se topó con dos obstáculos: Diego Fernández de Cevallos —entonces líder de la bancada panista y hombre terriblemente influyente en la Presidencia, a grado tal que fue cuando los priistas lo apodaron el “Jefe Diego” —,  que en la tribuna de San Lázaro se opuso terminantemente a contarlos, y el incendio misterioso del palacio legislativo, adonde por casualidad… todas las boletas que ahí estaban resguardadas se alcanzaron a incinerar.

De 1989 a 1992, la sede de la Cámara de Diputados fue el centro de convenciones del Centro Médico Nacional.

Ayer, sábado 20 de noviembre, por cierto la Cámara de Senadores inauguró su sede, sobre Reforma e Insurgentes. Ya tenían una: San Lázaro, pero la rechazaron un grupo de ínclitos miembros de la clase política mexicana que desde entonces pensaban en una sede propia.

Uno de ellos siempre fue Diego Fernández de Cevallos, a quien, cuando senador, se le achacaba la decisión de adquirir el terreno donde desde ayer el Senado tiene su sede.

Entre tanto la construcción concluyera, el Senado tendría que estar rentando el edificio de Reforma y Juárez, conocido como Torre Caballito, donde está la estatua amarilla de Sebastián. 

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