Tren parlamentario

Martajada su voz de viejo, pero de una gallardía y una dignidad que escocían sin duda a los legisladores que lo escuchaban. Y entonces, riñonudo, Pedro Ávila Nevarez remachó: “Si mi general Villa viviera, ya habría ahorcado a Calderón y a sus hambreadores del palo más alto”.

A una sesión aplanada y sosa de súbito le apareció el color. Justo cuando a trompicones se le pretendía finiquitar, dos diputados del PT y uno del PRI (el duranguense Ávila Nevarez) reclamaron, airados, porqué evita la presidencia de Jorge Carlos Ramírez Marín el capítulo plenario de la agenda política, cuando el país arde y quienes más mueren son los jóvenes.

Gerardo Fernández Noroña se inconformaba porque van varias sesiones en que no se tocaba la agenda política. Incluso cuando hay temas como el del acrecentamiento de asesinatos de jóvenes en el país. Y aún cuando el mismo Felipe Calderón ya los condena por twitter. “Esta Cámara está peor”, pujó Noroña, “porque ni siquiera ha abordado estos temas que son verdaderamente lacerantes”.

Se refería Fernández Noroña, sin duda, a esa vocación de dictadores que han estado demostrando los cúpulos de San Lázaro, los que controlan todo: Francisco Rojas, Josefina Vázquez y Ramírez Marín.

A Fernández desde hace rato que la presidencia de la Mesa sólo le da “el avión”; o sea, lo tira de “a loquito”. Suelen responderle: “Esta Mesa Directiva y la Junta de Coordinación Política (y la Junta no es más que Josefina y Rojas, aún cuando allí están también los otros coordinadores parlamentarios) “recoge sus planteamientos, diputado”…

Pero ayer el que presidía —Amador Monroy— tuvo que recoger algo más, cuando de inmediato pidió la palabra el presumiblemente único diputado federal del PRI de la LXI Legislatura que goza de auténtica credibilidad y confianza: Pedro el de Durango.

Ávila Nevarez gritó desde su curul: “Tengo aproximadamente un mes pidiéndole a usted o al presidente en turno que me den oportunidad de subir a tribuna para hacer los planteamientos de las alzas del diesel, de la gasolina, de la electricidad, de los artículos de primera necesidad que ya el pueblo de México no puede soportar más, y aquí como si fuera una oficina burocrática y aunque a uno lo eligió el pueblo y es diputado, ustedes le niegan la palabra y la tribuna”.

Cada que don Pedro habla con la voz de adentro suele haber diputados del mismo PRI que sonríen mostrando su condición de cretinos; condescendientes; como quien, tolerantes, escuchan a un “loquito”.

Pero el septuagenario Pedro Ávila Nevarez, aupado sobre su Espíritu inobjetablemente libre, siguió: “Si la tribuna es de nosotros, de los diputados que eligió el pueblo, no de los que el partido señala como plurinominales. Yo no perdí una casilla en mi Estado y vengo aquí, óigalo bien diputado presidente, a defender al pueblo de Durango, a defender al pueblo de México; no como ustedes que son diputados de dedo y que nunca defienden a nadie, más que a su bolsillo, porque nada más de eso saben”.
Pero qué calor y qué bochorno. Docenas de diputados sonreían socarronamente. Y muchos, por Dios, que eran del PRI.

Entonces, Amador Monroy mostraba a don Pedro el mismo capote con que Ramírez Marín suele torear a Fernández Noroña cada que éste le reclama la agenda política y otros asuntos como el de convocar al pleno a que declare persona non grata en los territorios de San Lázaro al secretario del Trabajo, Javier Lozano Alarcón. “su proposición ha sido considerada”, dijo Amador a su correligionario Ávila. Y, presuroso, entonces el que presidía declaraba que, en ese momento, se levantaba la sesión y citaba para el jueves 11, mañana.

Pero don Pedro ya se había transfigurado en un turbión. Exigía la tribuna. Exigía que lo escucharan. Exigía sonido en el micrófono de su curul. Un sonido que suelen quitar los abyectos burócratas de la periquera a los diputados insistentes.

Y la periquera no es más que la mesa de controles técnicos del sonido, controlada por burócratas que suelen ser más barberos con el presidente de la Mesa cuando éste es priista.