Viernes, 29 de Noviembre 2024
México | DE LECTURAS VARIAS POR MARÍA PALOMAR

Para las vacaciones

1) Caer al “grado cero de la lectura”. En su última... novela, digamos, El símbolo perdido, Dan Brown se supera a sí mismo

Por: EL INFORMADOR

1) Caer al “grado cero de la lectura”. En su última... novela, digamos, El símbolo perdido, Dan Brown se supera a sí mismo. No es mala: es pésima. De tan mala, llega al límite, se retacha, y por lo tanto hay que leerla (bueno: leerla es un decir, es como afirmar que uno “lee” el Hola, publicación que por cierto también tiene su mérito). El “malo” es malísimo, claro, y el término caricatura se queda corto para describirlo. Los buenos, además de estupendos en lo moral e intelectual, tienen un físico de hule rebotador. Todo pasa en 24 (como acostumbra en sus engendros este señor), y los chorromil capítulos de que consta el mamotreto (ninguno de más de cuatro páginas) describen más mal que bien un enloquecido ralie por la ciudad de Washington. El libro está escrito para un público incapaz de digerir más allá de palabras bisílabas y fascinado por las esoterias (y para el productor de cine que sin duda ya está convirtiéndolo en el próximo éxito de temporada).

Pocos libros han tenido en las últimas décadas el éxito de los de Brown. Misterio profundo. Imposible compararlos con otros bestsellers estrictamente contemporáneos, como serían los de la serie de Harry Potter. Porque pese a un éxito similar, en el caso de Rowlings hay una autora que sí sabe escribir con un lenguaje imaginativo y amplio, personajes y tramas bien construidos, ambientes logradísimos y reconocibles. En sus mejores momentos se acerca a Dickens (¡no es poco decir!) y siempre se mantiene por lo menos en la muy respetable tradición de la literatura infantil (que no tonta) de la entrañable Enid Blyton. Sobre todo, se agradece que Rowlings no busque un público (a) gringo y (b) reducido al mínimo común denominador neuronal.

2) Ver series antiguas. Yo, Claudio se estrenó en la BBC en 1976. Más de 30 años después, todavía vale la pena. Por supuesto que luego de series recientes como Roma la escenografía parece muy constreñida, casi teatral, y el sonido tiene fallas. Pero el guión, la dirección y las actuaciones son absolutamente impecables. La serie de 13 episodios es una espléndida adaptación de las dos novelas históricas de Robert Graves I, Claudius y Claudius the God (1934), a su vez basadas con gran fidelidad (y bastantes libertades) en la Vida de los doce césares de Suetonio (que Graves había traducido al inglés por esos años).

Vuelve a ser una maravilla ver las interpretaciones de Derek Jacobi y Sian Phillips, grandes actores shakesperianos, que se llevan la palma como Claudio y Livia. Claudio sobrevive a la gradual eliminación mutua de sus adorables parientes no gracias a las malas artes que hacen a Livia llegar a vieja, sino a que lo consideran tonto de capirote y a que, como un humilde mueble que nadie toma en cuenta, de todo se entera y todo ha visto. John Hurt hace un memorable Calígula loco, torturado y aterrador. Brian Blessed es un Augusto bonachón y mandilón, un autócrata sensato con nostalgias republicanas (la acción empieza cuando ya estaba lejos de su época de gran general y estratega). Ojalá a nadie se le ocurra hacer un remake hollywodesco, porque es cien por ciento seguro que no le llegaría  a los talones a esta pequeña obra maestra.

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