Nuevos enemigos de guerra

Desde que el enemigo para la guerra dejó de representar para los Estados Unidos el comunismo y los países socialistas, en su lugar, argumenta Samuel Huntington en su libro “El choque de civilizaciones”, las guerras serán entre civilizaciones, entre identidades étnicas y culturales. La globalización de la intolerancia y el miedo al otro recreando viejos fantasmas.

El sentimiento colectivo de los sectores conservadores de Estados Unidos ven al otro, al de afuera, como la amenaza que atenta contra su “civilización”, contra la propiedad, contra su forma de ser. Y en defensa de ello no les importa pasar por encima de la ley o contra quienes considere aliados de sus enemigos. No les importa agredir al otro, al que por su condición social y ascendencia étnica y cultural lo ven como inferior, como una amenaza potencial de su “identidad” cultural. Para los gringos y su Constitución, son estadounidenses todos los nacidos en ese país. Y en la imaginación colectiva se considera que la “identidad nacional” (si identidad se le puede llamar hamburguesas y hot dogs) se forja a partir del razonamiento que ésa es una nación de inmigrantes.

Pero esa forma de pertenencia colectiva no importa, cuando lo que vale es el color de la piel y el origen de quienes son los primeros en la escala de su clasificación como amenaza.

Siempre en las relaciones de poder, la ira de quienes se consideran superiores se canaliza hacia los indefensos, hacia quienes de hecho se sabe que por su debilidad no pueden reaccionar contra sus agresores. Esto ha sido siempre la lógica de los gringos contra aquellos considerados bárbaros, incivilizados, incultos, incapaces de formar parte de una cultura “superior”. ¿Qué importa desarticular cientos de miles de familias deportando a padres cuyos hijos han nacido en territorio Americano y quedan de repente abandonados a su suerte?

El problema, la amenaza para los inmigrantes latinos es latente; ser deportados , porque su país de origen no tiene mucho o más bien nada que ofrecerles. Por el contrario, en sus países se vieron obligados a jugársela el todo por el todo, por la condiciones miserables a las cuales se les sometieron.

Los países de origen de los emigrantes tienen alto grado de responsabilidad. La marginación y las nulas oportunidades son el punto inicial de la discriminación. La ausencia de políticas sociales y salariales. El descaro más grande ha sido evidente, cuando en Centroamérica se ha convidado a la ciudadanía a marcharse. Estos estados ven con alivio la llegada de las remesas familiares. Son parte importante de su economía. No son los Derechos Humanos lo que importa a los políticos, congresos y presidentes, sino los dolarcitos que dejan de entrar. ¿O no?