Jueves, 28 de Noviembre 2024
México | Ex líder nacional del PRI

Moreira, un hombre nacido para el poder

El coahuilense ha sido una pieza clave en la distribución de poder al interior del tricolor

Por: EL INFORMADOR

A Humberto Moreira Valdés, lo “hundió” la deuda de más de 33 mil millones de pesos que dejó en Coahuila. ARCHIVO  /

A Humberto Moreira Valdés, lo “hundió” la deuda de más de 33 mil millones de pesos que dejó en Coahuila. ARCHIVO /

CIUDAD DE MÉXICO (02/ENE/2012).- Un operador político sólo puede mostrar en su currículum victorias electorales. Lo que lo diferencia con un verdadero estratega con capacidad de movilizar, de un alborotador o agitador político, es su efectividad. Humberto Moreira ha significado eficacia para el Partido Revolucionario Institucional (PRI), un hombre nacido para enfrentarse a coyunturas electorales y con un colmillo político que es la envidia dentro de la clase dominante en el priismo.

Su llegada a la dirigencia nacional del tricolor revolucionó el debate político en México. Sus atrevidas declaraciones y su voluntad de encontrar confrontación permanente, lo convirtieron en una figura controvertida y polarizada: un referente para los priistas, que lo veían como la ideal combinación discursiva de Enrique Peña Nieto; y, un rechazo del Partido Acción Nacional (PAN), desde sus estructuras internas hasta sus posicionamientos desde la Presidencia de la República. En un estilo mordaz que rayaba los márgenes de la incorrección política, Humberto Moreira demostró su habilidad para poner a sus contrincantes contra las cuerdas, logrando que se metieran a temas que antes se rehusaban a debatir. Como señaló Beatriz Paredes, su antecesora en el cargo directivo del PRI nacional, ''Moreira tiene un estilo directo y concreto, que de pronto pone nervioso a sus adversarios''.

Moreira es según quien lo cuente. Es un político que bien puede ser corrupto y autoritario, hasta hábil y calculador. Sus adversarios y sus fieles seguidores lo construyen de manera radicalmente distinta. Pedir imparcialidad con Humberto Moreira, es pedir lo imposible. Sus gestiones también provocan polémicas amplias: prioridad a los temas electorales; un sesgo demagógico, irresponsabilidad en las cuentas públicas y un peligroso vínculo con poderes fácticos. Así es Humberto Moreira, un político de altos vueltos, con un pasado digno de pensarse seriamente.

Rastrear los orígenes de Humberto Moreira es abrir paso a una carrera de un cuarto de siglo en posiciones de decisión a nivel nacional. Desde 1985, cuando comenzó a abrirse espacios en la política mediante su actuación en la Secretaría de Educación Pública, sus habilidades de movilización y su apego a los métodos tradicionales del ejercicio político quedaron de manifiesto. En esos días, Humberto tenía solamente 19 años. Aquel profesor de secundaria pronto se abrió camino a través de dos rutas que hasta hace algunos años siempre corrieron en paralelo: el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y las estructuras internas del PRI. Cercano a Elba Esther Gordillo y a las cúpulas del partido, Humberto Moreira comenzó a construir su carrera política estatal mediante posiciones federales en las entidades, dando el paso después a la alcaldía de Saltillo, su primer cargo de representación electoral.

Así, en 2002, Moreira conquistaba la presidencia municipal sin despeinarse, a pesar de los aires de transición política que encontraban eco en una sociedad con el fresco recuerdo de la alternancia que significó el triunfo de Vicente Fox en las elecciones presidenciales del año 2000. Desde aquellos años, su carisma abría puerta rápidamente con los electores, quienes lo identificaban como un hombre desfachatado, aunque con un componente institucional sumamente controvertido. Es decir, un político que expresaba un claro vínculo con las masas, pero al mismo tiempo un respetuoso de la institucionalidad interna del tricolor y un hombre que cree en las jerarquías partidistas y en la planificación centralizada del partido.

Después de una gestión balanceada, sin por ello estar ausente de escándalo, Moreira apareció como el perfil natural para alcanzarla gubernatura de Coahuila. No sólo es que Humberto haya sido un gobernante que alcanzó niveles de popularidad entre amplios sectores, sino su habilidad para forjar alianzas entre los distintos sectores y corporaciones que integran el Partido Revolucionario Institucional. Su cercanía al magisterio, el vínculo con los sindicatos representados en la estructura interna del tricolor y su nexo con distintos gobernadores que han acumulado poder tras la derrota presidencial en 2000, son elementos nada despreciables para entregarle la gubernatura de uno de los estados más importantes electoralmente para el PRI. Moreira no sólo significa rentabilidad electoral, sino también compromiso por mantener las estructuras del partido debidamente aceitadas y un enfoque político permanente de los temas de la administración pública.

Desde su llegada a la gubernatura, su proclividad a sumirse en los escándalos parecía una actitud más planeada que espontánea. Recordado por aquella vez que defendió la posibilidad de incluir el tema de la pena de muerte como parte de la legislación estatal de Coahuila, Humberto se ha constituido como un gobernante tendiente al discurso populista y conectado con los temas que más piden los ciudadanos. Pena de muerte quieren, pena de muerte damos, es el esquema de pensamiento del coahuilense. Detrás de Moreira existe un aliento de eficientismo, y un rechazo al discurso democratista de la transición política mexicana. En el telón de fondo de la narrativa de Moreira se explicita lo que los priistas siempre han creído: un partido que dé resultados, sin importar los medios; un partido que rechaza los mecanismos internos de deliberación a favor de la rentabilidad electoral; un partido que identifica en la eficacia uno de los principios gubernamentales a privilegiar y, por supuesto, una desideologización que permite cambiar posturas ante tema según la opinión pública del momento.

Su salida del Gobierno coahuilense para presidir al PRI nacional, estuvo enmarcado en una sucesión que nos recuerda el nepotismo que caracterizó a la etapa de partido hegemónico en el país. Rubén Moreira, su hermano, se convirtió en el abanderado del PRI y destrozó a la oposición, con una victoria que acumuló más de 60% de los votos emitidos en la Entidad. Muchos se preguntaron si una victoria de ese calibre podría catalogarse como democrática. Dejando de lado ese punto, la eficacia política de los hermanos Moreira no puede ser puesta a juicio, aunque su responsabilidad gubernamental sí. Los escándalos de la gestión estatal de Humberto Moreira, principalmente por una deuda mayor a los 33 mil millones de pesos, provocaron que ni siquiera pudiera completar un año al frente del tricolor. Las críticas arreciaron cuando se hizo público que parte de ese dinero se obtuvo a partir de documentos falsos.

Endeudamiento, corrupción, ilegalidad e irresponsabilidad administrativa fueron muchas piedritas en el zapato que fueron erosionando de poco a poco la legitimidad del dirigente que despachaba en la sede nacional priista de Insurgentes. De pronto, los excesos de Moreira fueron, para el elector medio, un retorno a lo peor del pasado priista. El candidato a la Presidencia por parte del PRI, Enrique Peña Nieto quien fuera su principal promotor en febrero de 2011, tuvo que soltarlo y negociar su cabeza con sus opositores: Manlio Fabio Beltrones y Beatriz Paredes. A pesar de que Peña Nieto intentó sostenerlo en el cargo, las acusaciones se volvieron muy pesadas, y el ex gobernador del Estado de México decidió permitir  reacomodo de fuerzas al interior del PRI.

Moreira es uno de los artífices del grupo de gobernadores que tomó por asalto al PRI nacional. La elección de 2009, en donde el tricolor logró la mayoría en la Cámara de Diputados con su aliado el Partido Verde, trastocó el equilibrio de fuerzas: los gobernadores (Enrique Peña Nieto, Miguel Ángel Osorio Chong, el propio Moreira y Fidel Herrera, entre otros) concentraron una cantidad nada despreciable de poder político y desplazaron a la dupla legislativa que había orquestado el acuerdo de gobernabilidad con Felipe Calderón: Manlio Fabio y Emilio Gamboa Patrón, coordinadores de las bancadas del PRI en ambas cámaras y muy vinculados a la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP).

Hay mucho de antiguo en la figura de Humberto Moreira: su afán corporativista, el manejo discrecional del poder, la centralización de la toma de decisiones y la habilidad política para acorralar a sus adversarios. Sin embargo, la desfachatez y la arrogancia del ex líder nacional, es  fenómeno relativamente novedoso, en un partido que antes prefería la discreción que la irrupción discursiva. De la misma manera, Moreira encarna la fascinación del priista por el liderazgo personalista, ese afán centralizador que tanto ha marcado la historia del tricolor. Podrá estar herido por los escándalos que han surgido en su contra; podrá arrinconarse y no ser un factor en estas elecciones; sin embargo, aquel que piense que está muerto, no conoce, en definitiva, la capacidad de regeneración de políticos acostumbrados a vivir y respirar el poder.

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones