Leyes barrocas

Tenemos leyes que presumen la mala fe del ciudadano y la buena fe del gobernante. Además, el texto de nuestras leyes son 80% demagogia y 20% sustancia.

Se supone que los políticos se encuentran más limitados que el ciudadano, por lo menos en el papel. No obstante, a pesar de la triple limitación teórica que tienen, los políticos hacen lo que quieren sin sanción. Y lo hacen principalmente porque pueden: es el propio sistema que se los permite, el sistema al que supuestamente deben reformar.

Para ello, nuestra constitución señala límites a los políticos mediante las llamadas garantías o bien ahora derechos humanos y las normas que regulan los procesos políticos. Además se dice que también cuentan con el límite por la ley. La ley se dice, es la única manera de limitar al ciudadano; a los políticos, como ya se dijo antes, tanto la constitución como la ley.

Sin embargo, al contribuyente por ejemplo, se le presume culpable salvo prueba en contrario. Si no se entiende la ley, pues es su problema, pero la autoridad si no la entiende tiene una salida supuestamente decorosa mediante un concepto de lo más esotérico: “el interés fiscal de la federación”. Además lo tributario se encuentra ultra penalizado, basta prácticamente con dejar de pagar una contribución -sin importar su monto- para hacerse merecedor de una amenaza muy real de un procedimiento penal. En cambio, el político además de contar con fuero legal o de facto, puede ser filmado robando, cometer atropellos, insultar ciudadanos y demás y no le pasa absolutamente nada.

¿Qué significa esto? Que en realidad existen dos tipos de personas: los políticos y los ciudadanos. Estos últimos limitados de más y los políticos de menos. ¿No debería de ser al revés? ¿Qué no la ley debe de presumir la mala fe de los gobernantes y no de los ciudadanos?