Las tripas de la Iniciativa Mérida

El Congreso de la Unión ha citado a Carlos Rico, subsecretario para América del Norte, para que informe pormenorizadamente del Plan Mérida. Este Punto de Acuerdo estaría sumándose a la media docena más que en San Lázaro y Xicoténcatl han sido aprobados ya, con la misma exigencia, si no tuviera un matiz distinto: el Partido Acción Nacional (PAN) lo ha respaldado sin pujidos. Y hasta ha dicho sin rubor, y sin empacho, en voz del senador Luis Alberto Villarreal García, que siempre ha sido un partido que “ha estado en pro de la transparencia y del acceso a la información”.

Hacía unos minutos, el pleno —con el voto aprobatorio del panismo— había felicitado a Obama, y expresado “su deseo para que los congresos de ambos países inicien una nueva época de diplomacia parlamentaria basada en el principio de la corresponsabilidad”.

En San Lázaro y Xicoténcatl, desde que inició la LX Legislatura, los diputados federales y senadores —de la oposición— han estado exigiendo al Gobierno de Felipe Calderón que informe con detalle sobre los compromisos que firmaron con Canadá y Estados Unidos, en el marco del acuerdo aquél denominado Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN), en cuyo contexto fue creada la Iniciativa o Plan Mérida.

Ayer, con el voto sumado del PAN, el pleno exhortó a Felipe Calderón “a entregar (al Congreso) toda la información disponible sobre la implantación en México de la Iniciativa Mérida que contenga, entre otros documentos, el plan de trabajo, la estructura orgánica, los elementos normativos y la metodología con la que se ejecutarán los acuerdos, así como el número de integrantes y el tipo de función que realizará el personal extranjero que intervendrá en la implantación de dicho acuerdo de cooperación”.

Este manojo de datos lo deberá entregar Carlos Rico; tal es el sentido imperativo con que el exhorto de marras ha sido cocinado.

Ha llamado la atención de inmediato porque, en todos estos meses, el PAN ha fungido como una suerte de alcahuete de la gente que, bajo sus siglas, ejerce el Gobierno de la República.
El triperío del Plan Mérida ha sido de los asuntos más herméticos, en los que el Congreso mexicano no ha podido meter la nariz. Para ello, evidentemente, ha contado el PAN con el respaldo cómplice de la dirigencia que controla al Partido Revolucionario Institucional (PRI) en las dos cámaras. Ni Manlio Fabio Beltrones en el Senado ha empujado lo suficiente para descobijar al Gobierno, en el caso Mérida, como tampoco lo ha hecho, en ese sentido, Emilio Gamboa en la Cámara de Diputados.

Entre los diputados de a pie, el PRI ha expresado por momentos un gran enojo por la manera en que Calderón celebró acuerdos con esa super potencia del mundo que ha tenido por vocación la búsqueda del modelo imperial (el discurso de Obama causó tanta sorpresa en el mundo porque ha prometido que ahora buscarán caminos distintos, como el de la cooperación y no el de la subordinación).

Priistas como Roberto Badillo, un general de división retirado, han lanzado discursos incendiarios contra el “entreguismo y traición” de Calderón.

En el apuntalamiento político del Punto de Acuerdo, el diputado perredista Armando Barreiro Pérez se lamentaba —como se han lamentado los opositores al régimen desde el inicio de la Legislatura— que el Gobierno de Calderón no sólo no ha informado, sino que evade y oculta. Y lo poco que se conoce del Plan Mérida es porque ha sido filtrado de fuentes de los Estados Unidos.

Nadie hizo mención ayer de la versión aquella de que el ASPAN —acuerdo en el cual está circunscrita la Iniciativa Mérida— incluye la opción de que los ejércitos del área trabajen conjuntamente, adentrándose en territorios ajenos. Pero estaba ese rumor inacabado, en el pasillerío, alimentando con su aleteo siniestro a la zozobra y a la irritación de una República —la mexicana— que no sabe cuál es la verdad y a qué la ha estado comprometiendo este régimen, que sólo habla de transparencia y de acceso a la información con la hipocresía a flor de piel.