Sábado, 23 de Noviembre 2024
México | PLAN B POR LYDIA CACHO

La mujer del sicario

Octavio explicó a su mujer que lo habían ascendido, que unos policías de Cancún lo iban a entrenar en un rancho a la salida a Mérida; a tres kilómetro de la base militar tienen una escuela

Por: EL INFORMADOR

Lydia Cacho.  /

Lydia Cacho. /

Sentada frente a mi está “Lupe”, delgada, ojerosa y asustada. “Nos va a matar, Lydia, nos va a matar”. Se refiere a Octavio su esposo, un albañil que al perder su trabajo hace dos años fue invitado por un vecino a trabajar de vigía de narcotienditas disfrazadas de expendios de cerveza en el centro de Cancún.

“Él era un buen hombre, nunca nos había pegado, nomás gritaba”. A la mujer, como a otras esposas de narcotraficantes y sicarios que he entrevistado, no le queda muy claro qué sucedió con su esposo. Seis meses después de ser vigía, el jefe de zona descubrió que era magnífico manejando el machete, por su infancia campesina.

Octavio explicó a su mujer que lo habían ascendido, que unos policías de Cancún lo iban a entrenar en un rancho a la salida a Mérida; a tres kilómetro de la base militar tienen una escuela. Les enseñan a disparar, a ahorcar, a asesinar y a torturar.

A Octavio le asignaron dos tareas: vigía y cortacabezas. Estaba emocionado, por primera vez en su vida podía llevar dinero a casa, ir al supermercado como la gente rica, comprar una carreola para su bebé y una motocicleta que siempre quiso.

Renovó la cocina de la casa para que su mujer estuviera a gusto y cocinara frijol con puerco. A ella le regaló como protección una medalla grande de puro oro de la Virgen de Guadalupe.

“Cuando comenzó a contarme cosas yo me asustaba, y si le decía algo me decía que era un trabajo más, y que sus jefes eran policías, que el procurador sabía y tenían prometido no meterse con ellos.

Empezó a traer los periódicos, él ni sabe leer, guardaba las fotos grandes y las pegaba en el baño, en la pared. Yo decidí irme el día que me dijo: ‘Mira, a estos me los eché yo’. Era la foto del ‘Poresto’ donde estaban unos policías degollados. Yo no quiero que mi hijo aprenda a su papá”.

En realidad “Lupe” decidió irse el día que él le puso una golpiza cargando al bebé y la amenazó con ultimar su vida si lo dejaba.

Me parece que la pregunta de las mujeres de sicarios que he entrevistado, es la pregunta de México. ¿Cuándo y a qué hora dejamos de mirar cómo se deshumanizan miles de personas en nuestro país? O preguntaremos como lo hizo Benedetti, el poeta: “¿Qué cangrejo monstruoso atenazó tu infancia, qué paliza paterna te generó cobarde, qué tristes sumisiones te hicieron despiadado?”.

Y volver a empezar, aunque suene aburrido, a exigir e implementar otra manera de educar.

Exigir el fin de una guerra absurda que propaga la veneración por la muerte y asume la violencia como único método de resolución de conflictos. Volver al origen, cuando matar sonaba absurdo, indeseable, imposible, inaceptable.

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