Lunes, 25 de Noviembre 2024
México | Entre ángeles y demonios

La imagen que vale más que mil palabras

Por Francisco Javier Besson O.

Por: EL INFORMADOR

Los procesos electorales ya van de salida y la Cumbre de Líderes de América del Norte está por iniciar. Es por eso que nuestra imaginación jugando al tiempo y al espacio, nos transporta a una hermosa finca de la Ribera de Chapala durante los últimos días del mes pasado. En la terraza discuten varios politólogos. El tema que los motiva es sobre los fenómenos políticos y se relaciona con la forma en que la televisión participa el día de hoy en nuestra vida democrática.

Es lamentable, como lo afirma el maestro italiano Giovanni Sartori, que un ser que se caracteriza por la reflexión, por su capacidad para generar abstracciones, se convierta en un “homo videns”, esto es en una criatura que mira pero que no piensa, que ve pero que no entiende, que asume la falsa creencia de que una imagen vale más que mil palabras, cuando más bien es al revés.

Sí y está claro que el proceso comienza desde la infancia. La televisión es la primera escuela del niño, en donde se educa con base en imágenes que le enseñan que lo que ve es lo único que cuenta, aprende de la televisión antes que de los libros y su capacidad para comprender se atrofia cada día más, pues su mente crece ajena al concepto.

Por eso los estímulos ante los cuales responde cuando es adulto son casi exclusivamente audiovisuales. Su capacidad de administrar los acontecimientos que lo rodean está condicionada a lo visible y por tanto su capacidad de abstracción es sumamente pobre. El acto de ver anula el de pensar.

Ante esta realidad existen además grandes repercusiones políticas. Si es cierto que la democracia es el gobierno de la opinión y que los medios, especialmente la televisión, son en gran medida formadores y transmisores de la misma, entonces la importancia que adquieren como instrumentos de y del poder es enorme, ya que estamos argumentando que el individuo en la práctica sólo cree en lo que ve o en lo que cree ver.

Es indispensable destacar también que la propia naturaleza del espacio televisivo tiende a sacar de contexto las imágenes que transmite, pues mientras se ocupa de las últimas noticias y de las imágenes más escandalosas, margina otros aspectos que aunque pueden ser más importantes, no son plásticamente tan atractivos.

Cuando Ortega y Gasset sentenciaba que el “hombre-masa” no atiende a razones, su juicio era exacto y contundente. Ahora la televisión acentúa ese fenómeno. Promueve la emotividad y la excitación, muestra imágenes que conmocionan y encienden pasiones en el televidente, sin que éste tenga que comprender lo que mira. Es así que los fenómenos políticos en general y los procesos electorales en particular, se convierten muchas veces en una competencia en donde son las personas y no los programas de gobierno los que se graban en la mente del ciudadano y del elector. La televisión nos propone personas en lugar de causas y discursos. El nuevo líder más que transmitir mensajes se convierte en el mensaje mismo.

Recuerdo que el politólogo rumano Ghita lonescu en más de alguna ocasión afirmó que en lugar de disfrutar de una democracia directa, la ciudadanía está dirigida por los medios de comunicación. Estos no son el espejo de la opinión pública, sino la pantalla que recoge el eco que viene de regreso.

¿Cuál podrá ser la salida frente a un escenario tan poco alentador? Bien a bien, nadie lo sabe. Tal vez será la defensa a toda costa del espacio y el valor del libro. La cultura escrita contra la revolución visual.

Después de analizar estas ideas y con la esperanza de que tanto los fenómenos políticos como los procesos electorales, nos muevan a la reflexión y a destacar el valor de la palabra sobre el de las imágenes, nosotros seguiremos caminando, día con día, entre ángeles y demonios.

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones